Los recientes acontecimientos en el este del país (lo de Crimea parece por ahora un asunto cerrado, tras el triunfo del órdago ruso de los hechos consumados) son mucho más inquietantes que los de la ex Yugoslavia porque implican a una potencia nuclear como Rusia y a una importante alianza militar como la OTAN, que se da por aludida pese a no estar ligada a compromiso alguno de defender a Ucrania por no ser ésta miembro del club (pero que ya ha tragado bastante con la anexión de Crimea).
El primer ministro de Ucrania ha llegado a ventilar la posibilidad de estar a las puertas de una Tercera Guerra Mundial. Podría parecer una boutade, una salida de tono de un Gobierno desesperado por el desgarro territorial del país, pero viene a cuento recordar que nadie pudo prever hace justo un siglo el estallido de un brutal conflicto armado de cuatro años que se cobraría la vida de más de diez millones de personas (la Primera Guerra Mundial fue un perfecto "cisne negro", como la descomposición de la URSS, los atentados del 11-S o la primavera árabe: según Nassim Taleb, sucesos sorprendentes de gran impacto y absolutamente imprevisibles -por su naturaleza caótica- que solo a posteriori son racionalizados como fruto inevitable de determinados factores económicos, políticos, etc.).
Hay quienes dicen que no habrá guerra entre Estados -ni por asomo una delirante Tercera Guerra Mundial- porque seria un suicidio económico para Rusia, Ucrania y la propia Unión Europea. Esta última es muy dependiente del gas ruso, que en buena parte circula por gasoductos en suelo ucraniano. Además, los oligarcas rusos tienen mucho dinero invertido en la City londinense y otros negocios en Occidente. A nadie le interesaría -ni siquiera a una China que, en su carrera hacia la hegemonía mundial, podría sentirse tentada a sacar partido- desbaratar la incipiente recuperación económica en Europa con un choque armado de semejante potencial destructivo.
El problema de ese análisis es que peca de economicista (muy típico del pensamiento marxista) y excesivamente racional, desdeñando la importancia de los factores culturales e identitarios (lo que un marxista llamaría elementos superestructurales) e incluso de la irracionalidad en la conducta de las personas y los Gobiernos. Muchas veces las cosas se salen de madre y acaban desbordando los límites previstos por sus protagonistas (ojo, por cierto, al conflicto que se avizora en Cataluña cara al intento de consulta popular en noviembre). Cuando siembras un viento nunca sabes si este acabará convertido en tempestad que terminará sepultándote.
Lo cierto es que Rusia es un país a la defensiva en el que se ha instalado el sentimiento paranoico de ser víctima de una conspiración de Occidente (ese pérfido engendro católico y protestante enemigo de la genuina civilización cristiana: la ortodoxa). Un ruso de a pie percibe que, desde la disolución de la URSS, su país ha ido retrocediendo geopolíticamente en beneficio de unos EE.UU. que han alentado el ingreso de los Estados bálticos y de Ucrania en la OTAN y llegado a plantar bases militares en Asia central. Si el ejército ucraniano acaba matando civiles en el este del país, Putin estaría obligado moral y políticamente -el nacionalismo ruso que profesan él y muchos de sus compatriotas no le dejaría opción- a ordenar una entrada de sus tanques en Ucrania. En ese caso, la OTAN podría estar obligada a dar un paso adelante: la credibilidad de una organización armada es fundamental y se pone precisamente en juego en momentos como éste. Y entonces, a saber... ¡Que el GADU nos coja confesados!
PD: Siempre le aconsejo a mi hijo que si algún día se viese inmerso en una guerra no dude en huir o desertar (si tiene la oportunidad). La vida es muy corta para dedicarse a matar a desconocidos (para eso están los guerreros, si hace falta) y arriesgar el pellejo en el intento. Llámenme antipatriota, pero yo nunca derramaría una sola gota de mi sangre ni por España ni por Canarias (o lo que podría estar apostado tras sus respectivas banderas).