Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
sábado, 5 de abril de 2014
Algunas cosas acerca de mí (un día antes del examen)
Hola.
Me llamo Carlos Heriberto López Minuesa. Para empezar les diré que vivo en un
piso estupendo cerca de la Plaza de España. Aunque no muy grande,
es lo bastante amplio para que mis animalitos puedan explayarse y yo
atender a mis aficiones. En el vestíbulo
yace mi bruñida sierra eléctrica: se llama Esperancita. Ese nombre
se lo puse tras haberla sustraído del almacén de Pello, ese viejo
inútil al que no deben quedarle muchas afeitadas. Bien que le
administraría yo gustoso su última rasurada con la ayuda de
Esperancita, pero ella los prefiere más jóvenes: como aquella turista neozelandesa, como aquella pija de El Viso, como aquel ridículo corredor de marcha, como aquel músico callejero andaluz... Tanto
me apenó dejar huérfana a su guitarra que decidí adoptarla: la vestí como a
una mujer y la pendí del herrumbroso garfio que sostuvo a mi padre
casi cinco años, hasta que decidí entregarlo al Manzanares. Porque me gustan mucho los ríos. Recuerdo las palabras de uno de mis profesores sobre
alguien que había advertido que un río cambia constantemente, que
el río que ves ahora no es el mismo que verás un poco más tarde.
Qué ingenioso. Yo pienso lo mismo viendo correr el agua en el
lavabo. Fluidos muy variados han
asaltado su boca, desde la espesa sangre destilada por Esperancita
hasta mi semen pasando por mis lágrimas cuando sentía triste
a papá. Sin olvidar, claro, mi sudor salado: me encanta casi tanto como el chocolate, pero solo si es mío o de una mujer que no sea mayor. ¡Ay, mujeres! Siempre
me gustaron, pero ellas no querían nada conmigo. Menudas zorras, empezando por mi madre. Mi pobre papá aguantó lo
indecible: el idiota era un corderito, un juguete en manos de esa
bruja. Luego, en el garfio, cambió. Amén de más azul y menos
hablador -de hecho, no volvió a hacerlo-, dejó de suspirar por la
marcha de aquella puta con su jefe de la caja de ahorros. En la caja
eran todos unos cretinos. Siempre le decía a papá que no cambiaría
la vida de mis animalitos por la de alguno de aquellos payasos. Qué
majete es mi camaleón. Se llama Ernesto Gómez Gutiérrez. Me gusta
verle cambiar de color, observarle devorando sus grillos y polillas,
asistir a sus defecaciones. Anatoli Svreganov intenta siempre en vano
adentrarse en su urnita de cristal para comérselo. Anatoli no es
malo, solo que la ley natural le ha puesto enfrente de Gómez:
Svreganov es una noble musaraña. Por contra, Joan Carles Viladecamps
es taimado y traicionero, como buen felino. Reconozco que un día
estuve a punto de presentarle a Esperancita, pero con los animales
tengo mucha paciencia. Hay que entenderlos: luego comienzas a
amarlos. Bueno, con Joao Pires, mi graciosa oca, fue todo lo
contrario. Yo es que tengo especial debilidad por los palmípedos. Mañana, como todas las semanas, iré a comprar
comida para todos. Con un poco de suerte también le daré una alegría a Esperancita, que lleva varios meses de ayuno. Aunque lo cierto es que no me apetece nada
salir: no soporto estos días de Sol radiante. Si tuviera a mi
alcance la posibilidad de acabar con ese maldito astro, no dudaría en hacerlo. Si hay algo que nadie puede recriminarme es mi
valor; y mi fuerza de voluntad, por supuesto. Una vez me pasé tres
meses sin comer chocolate por una promesa que hice a mi padre, ya en
su etapa en el garfio. Y lo conseguí. Para qué engañarnos, me
costó muchísimo: es que me gusta tanto el chocolate... A veces me
pongo a correr por casa -hay que estar en forma para trabajar con
Esperancita- hasta sudar a chorros. Luego, con una pala de madera, me
embadurno los brazos de chocolate recién hecho. Y a comer, qué
delicia... Solía hacerlo frente a papá. Ahora que ya no está, lo
hago frente al espejo de mi habitación. "¡Cuánto te pareces a tu
padre!", me decían mucho de pequeño. Qué trágico fue para mí
descubrir años más tarde que aquel buen hombre no era mi verdadero
progenitor: la puta de su esposa (o sea, mi madre) no tuvo empacho alguno en escupírselo
a la cara en mi presencia. El pobrecillo se quedó destrozado. Claro,
debía haber pensado, si nunca había mantenido relaciones sexuales
con ella -ni con ninguna otra- era realmente difícil... Aunque no me
extrañaría que no hubiese reparado en ese detalle hasta que
ella se lo espetó, a título explicativo, a renglón
seguido. Volviendo a lo del valor y la voluntad, cuánto me costó
mentalizarme para llevar a Esperancita frente a papá. Pero tenía
que hacerlo: una vez tomada la decisión, había que afrontarla con
todas sus consecuencias. Él sufría mucho. No podía seguir viéndole
así, tan triste y apesadumbrado. Todas las mañanas hacía un
esfuerzo descomunal para levantarse, echarse un poco de colonia en
los sobacos, ponerse el traje gris y dirigirse a la caja. Creo que
luego me lo agradeció. No pretendo echarme flores: cualquier buen
hijo hubiese hecho lo mismo. Tengo que dejarles: me estoy meando y
quiero dejar la bañera casi llena. Con la primera micción de mañana
ya la tendré lista para mi baño quincenal. Además, debo dormir
muchas horas para asistir mañana bien despejado al examen oral de la oposición de Judicatura. A ver si tengo suerte. Buenas noches.
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1 comentario:
Ja,ja ja, ¡Qué bueno!
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