jueves, 26 de septiembre de 2024

Federico Faggin y Àlex Gómez-Marín: dos científicos heterodoxos contra el cientificismo


(Mira aquí la charla entre Faggin y Gómez-Marín)

Federico Faggin (n. 1942), científico italiano-estadounidense célebre por haber inventado el primer microprocesador, tuvo al filo de la cincuentena una experiencia mística que cambió su vida y reorientó su carrera: de la ingeniería electrónica al estudio de la consciencia. Una noche, al volver a la cama tras levantarse a por agua, sintió una extraña fuerza dentro de sí mismo acompañada de una revelación: había descubierto quién era, nada más y nada menos que el universo observándose a sí mismo, una sensación que describe como de amor y paz absolutos. Su identidad personal no había desaparecido, pero se había roto temporalmente su separación con el resto del universo. Tuvo la certeza de haber conocido íntimamente una verdad incontestable, de haber accedido a una realidad profunda más allá de cualquier símbolo, número o categoría y, por ello, inefable: impermeable a la intelectualización, solo franqueable mediante la experimentación directa.

Jorge Luis Borges intuía, ya en sus últimos años de vida, que al morir llegaría a saber quién era. Pero Faggin, al igual que otras personas que han tenido alguna experiencia mística (ya sea espontánea o suscitada por la meditación o la ingesta de psicodélicos), se adelantó a ese momento. Parece que desde entonces ya nada es igual en la vida de quien tiene esa revelación, sea o no una ilusión o un autoengaño: el modo de mirar al mundo y a uno mismo pasa a ser muy diferente, es un hito transformador que marca a alguien para siempre.

A ese episodio ocurrido en 1990 a orillas del lago Tahoe sucedieron muchos años de lecturas, reflexiones y experiencias meditativas que llevaron a Faggin a forjar un modelo idealista de la consciencia, expuesto en su reciente ensayo Irreducible. Una constatación clave para Faggin es la de que las propiedades de un estado cuántico (como su no reproducibilidad) se corresponden exactamente con las de una experiencia consciente: esto sería así al haber una relación de identidad entre experiencia y estado cuántico, definidos por los qualia (los átomos irreducibles de la subjetividad). El italiano concibe el ámbito cuántico como un conjunto de campos conscientes. Hay un solo ser en el universo (el Uno), que quiere conocerse a sí mismo y lo hace ejercitando su voluntad o libre albedrío mediante el colapso de la función de onda: pasando de un estado cuántico (un modo o expresión -los qualia- de su consciencia primaria) a otro. La representación de esos qualia (fuentes de todo significado) con símbolos como las palabras o los números es mucho menos rica que el objeto representado, de ahí su inefabilidad. La creatividad del Uno se manifiesta en sus emergencias: física, química, biológica... El filósofo neerlandés Bernardo Kastrup, también un idealista, explica la multiplicidad aparente de yoes porque son avatares disociados de ese Uno.

Faggin da una respuesta con su modelo el misterio de la aleatoriedad: lo que desde fuera (objetivamente) parece aleatorio, desde dentro (subjetivamente) es un simple ejercicio de libre albedrío por parte de campos cuánticos que son a la vez observadores, observados y agentes. Kastrup va más allá al sostener, de manera contraintuitiva, que libre albedrío y determinismo son la misma cosa: es el universo mismo desplegando su voluntad. Por otra parte, el italiano se muestra rotundo al afirmar que no puede haber consciencia, ni jamás la habrá, en un soporte de silicio: por muy desarrollada que sea una IA, nunca podrá tener acceso a los qualia que informan la subjetividad (yo en este punto disiento y me encuentro más cercano a las posiciones de Stephen Wolfram o Geoffrey Hinton, pionero de las redes neuronales).

Al igual que Faggin, el físico español Àlex Gómez-Marín tuvo una experiencia extraña hace tres años (en su caso, durante un breve estado de coma) que lo impulsaría por el mismo camino: el estudio científico de la consciencia. Con la autoridad que le confiere ser un físico teórico, el catalán Àlex suele recordarnos que no solo hay un problema difícil de la consciencia sino también de la materia: ¡porque nadie sabe aún tampoco qué demonios es eso ni por qué existe! Ambos forman parte de una creciente comunidad transversal de científicos y filósofos (desde David Chalmers a Philip Goff y Donald Hoffman pasando por Bernardo Kastrup, Giulio Tononi, Christoph Koch, Annaka Harris, Joscha Bach, Stuart Hameroff e incluso el biólogo Michael Levin) que pugnan por un modelo heterodoxo de la consciencia desde posiciones a veces pampsiquistas o declaradamente idealistas. 

Gómez-Marín se ha erigido en uno de los más firmes abanderados del combate contra el cientificismo militante de estrechas miras, contra "Dawkins gruñones y DeGrasse Tysons engreídos". Además, lo hace con una gracia y carisma que fuera de España (con sus apariciones en podcasts como The Future Mind) no pasan desapercibidos. Considera que la ciencia debe investigar experiencias cercanas a la muerte como la que él vivió, confiando en que algún día no lejano pueda ser falsable científicamente la razonable hipótesis, tomada de William James, de que la mente va más allá del cerebro (el gran pensador norteamericano intuía que nuestra masa gris podría ser, a modo de una radio, un sintonizador -no un generador- de contenidos conscientes). También aboga por tender puentes entre ciencia y espiritualidad. Precisamente el subtítulo del próximo libro de Faggin reza así: "Donde la ciencia y la espiritualidad se juntan".***

En un reciente artículo en IAI, Àlex sostiene que "nos han vendido durante décadas una triple estafa pseudo-intelectual: si quieres ser un homo academicus respetable, entonces debes abrazar la impía trinidad del materialismo mecanicista y reductivo, junto con el escepticismo en su forma más dogmática y el secularismo en su modalidad de ateísmo más burdo. En resumen, el cientificismo ha sido institucionalizado en nombre de la ciencia. Pero, al final, el cientificismo es más peligroso que la pseudociencia porque es un trabajo interno. El error, el sesgo y la exageración son pecados menores en comparación con la arrogancia científica. La arrogancia es antitética al progreso". El fisico de Barcelona, profesor en el Instituto de Neurociencias de Alicante y director del Pari Center en Italia, propone que los científicos sean más bien "peregrinos rumbo a lo desconocido". Acaso para algún día terminar descubriendo que Faggin, él, tú y yo somos la misma persona...

***Aprovecho para rendir un merecido tributo a Robert Lawrence Kuhn, quien con su programa televisivo -y ahora videopodcast- Closer to Truth ha hecho un gran servicio a la causa de unir ciencia, filosofía y espiritualidad. Nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento por lo que he aprendido de esas magníficas entrevistas, dilatadas a lo largo de más de 20 años, a los personajes más ilustres de la ciencia y la filosofía del mundo.


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