Ya estoy harto de leer o escuchar que si nunca hemos estado tan deshumanizados como con este sistema capitalista (el feudalismo y el esclavismo, por no mencionar el comunismo real, debían de ser paraísos terrenales), que si el pueblo es noble por naturaleza (recomiendo al respecto estas interesantes lecturas de Pérez Reverte y Elvira Lindo sobre la hijoputez de las turbas humanas), que si los indígenas son pacíficos ecologistas que han preservado su pureza moral a diferencia de los pérfidos y corruptos occidentales, que si la culpa de nuestros males es solo de políticos que la gente no se merece (aunque curiosamente no deje de votarles a sabiendas de que son unos chorizos), que si todas las cosas se consiguen con el diálogo y la violencia es detestable siempre...
No es la primera vez que abordo este asunto, pero la relectura de este post (con sus comentarios) del muy recomendable blog de Cristina me ha alentado a volver al ataque. El error de partida es confundir pobreza con predisposición a delinquir. Ante la violencia bestial que azota México y Centroamérica, el izquierdista biempensante recurre al comodín de la miseria y las desigualdades sociales (por cierto, el número de homicidios per cápita es bastante más bajo en India, donde mucha gente malvive hacinada en slums infectos y también hay no pocos ricos). Luego observa el caso de Venezuela y no acaba de entender cómo se disparan los asesinatos si, con datos de la propia ONU, se ha reducido la pobreza y se han atenuado las desigualdades. Nuestro ingenuo pensador no deja de tomar a los mareros y sicarios, además de como verdugos, como supuestas víctimas de un orden económicamente injusto, gentes que no tuvieron otra oportunidad para salir adelante. Se le pasa por alto que buena parte de los jóvenes más pobres de esos países no solo no son criminales sino que además conforman el grueso de sus víctimas (dejando a un lado los ajustes de cuentas). Está claro que la delincuencia pandillera se ceba sobre todo con los pobres, con quienes están cerca de los malandros y no disponen de los medios para protegerse -alarmas, alambradas, altos muros e incluso guardaespaldas- que están al alcance de la clase media y los ricos.
Se entiende que alguien que no sea un psicópata -incluso puede que un buen chico en una situación difícil- se haga pandillero, pero para medrar ahí dentro solo se puede ser un redomado hijo de puta: hay un proceso de selección negativa que hace que solo los psicópatas más inteligentes, precisamente por esa doble condición (por su astucia, habilidades sociales y absoluta falta de escrúpulos y empatía), lleguen a ser los generales de las bandas. Este fenómeno siempre ocurre cuando no hay un poder estatal (el Leviatán hobbesiano) que detente eficazmente el monopolio de la violencia en un territorio. Un ejemplo lo tenemos en la película Gangs of New York, ambientada en el Manhattan de mediados del siglo XIX. Otro, en la ficticia La carretera de Cormac McCarthy. Siempre que falte el poder coercitivo del Estado estará el camino expedito para psicópatas y tipejos sin escrúpulos, que lo tienen más complicado en un marco democrático civilizado (aunque no por ello dejen de medrar en empresas, partidos políticos, clubes de fútbol, etc.). Y esto no es cosa de un pasado o de unas latitudes más o menos remotas, como tuvimos oportunidad de comprobar en las guerras yugoslavas de finales del siglo XX.
No hay que olvidar que en torno a un 2-3% de la población son psicópatas (muchos pasan por vulgares cabroncetes, ya que no van por ahí con una sierra eléctrica o un cuchillo afilado a lo Norman Bates). A esta gente hay que neutralizarla, porque la psicopatía no se cura y puede ser muy dañina para el prójimo. La neutralización pasa muchas veces por marcar límites o mantener distancias (en el colegio o el trabajo), pero en ocasiones se hace necesario recurrir a medidas más contundentes: sinceramente, con un sicario o un oficial de las SS se me antoja inútil -incluso contraproducente- el diálogo. Lo civilizado es que sea el Estado (o, dentro de un colegio, las autoridades docentes), con su aparato de disuasión, el que mantenga a raya a estas personas.
También los macarras
El mismo discurso biempensante explicativo de la delincuencia violenta es aplicable a los problemas de convivencia en los centros de enseñanza, confundiendo en este caso pobreza con macarrismo. Los canis (bakalas, chandaleros, coyotes, pokeros, etc.) son precisamente los mayores enemigos de los chicos y chicas de condición humilde que quieren estudiar y acceder a una vida mejor, ya que cuales perros del hortelano ni comen ni dejan comer (una auténtica desgracia es cuando el cani o choni convertido en padre o madre malea a sus propios hijos y les impide beneficiarse de la educación pública). El sistema educativo tiene que defender a quienes quieren aprender y progresar de quienes -por las razones que sea- solo pretenden reventar las clases y fastidiar a los demás (perjudicándose de paso, aunque involuntariamente, a sí mismos). No todos los pobres son unos canis. Y no todos los canis son miserables económicamente (aunque sí culturalmente): no pocas veces, con sus chapuzas y trapicheos, ganan más dinero que un ciudadano normal de clase media, para luego gastárselo en sus cadenas de oro, tatuajes, tetas de silicona, gimnasios, motos y coches tuneados.
Por supuesto, en las raíces del fenómeno están la marginación y la desigualdad social, con el abono de la miseria cultural y moral de nuestro tiempo (solo hay que asomarse un poco a la televisión o a Twitter). Pero por debajo de esas raíces hay un sustrato profundo que es la propia condición humana: más allá de la cuestión psicopática ya comentada, siempre hay gente que prefiere tomar el camino más fácil en vez de esforzarse e incluso rebelarse contra sus condicionamientos, siempre hay tipos y tipas con pocas luces y/o escrúpulos que gustan de comer mierda y se guían por lemas como "No sin mi oro" o "Antes muerta que sencilla". Lo mejor que podemos hacer por los buenos Johnatan y Jennifer que menciona Cristina en su blog es darles una educación pública de calidad y protegerlos de quienes, por chulería, egoísmo, ignorancia y/o estupidez, no quieren mejorar la sociedad sino solo intentar situarse lo más arriba posible para pisotear al resto y exhibir así su power.
Que no se nos olvide que los toletes que salen en Gandía Shore no son víctimas sociales sino personas que han medrado precisamente gracias a su condición de canis. Aunque muchos no nos cambiaríamos por ellos, es indudable que han triunfado: ganan dinero, hacen lo que les gusta, ligan entre ellos y encima salen en la tele. Y, por supuesto, se burlan de los chicos y chicas de condición humilde que quieren estudiar y acceder a una vida mejor y diferente (“pringaos y peleles”). A mí, sinceramente, solo me preocupan estos últimos. Al igual que solo me importan los pandilleros reciclables, y no los sicarios profesionales o los narcos con las manos manchadas de sangre que conducen coches de alta gama y se bañan en jacuzzis de oro macizo.
1 comentario:
Un estupendo corto que acompaña bien al texto:
http://www.youtube.com/watch?v=UbgXq83V5yE
Publicar un comentario