jueves, 20 de febrero de 2020

Cuidado con las consecuencias no intencionadas



La ley de las consecuencias no intencionadas nos dice que, dada la complejidad de los sistemas naturales y sociales, una acción inteligente dirigida a un cierto fin tiene siempre efectos inesperados no buscados (tanto para bien como para mal). El psicólogo evolutivo Robert Kurzban nos pone, en el muy recomendable libro colectivo Eso lo explica todo, un ejemplo fechado en la Australia de 1900 (hay infinidad de casos, desde la prohibición -¡y también la legalización!- de las drogas hasta los subsidios a los alimentos básicos pasando por la administración de antibióticos o la subida de los impuestos). 

Resulta que el Gobierno australiano, ante la plaga de ratas que azotaba al país, tuvo la ocurrencia de prometer un pago a todo ciudadano por rata cazada: si te cargabas a tres de estos roedores, cobrabas el triple que si solo presentabas uno muerto ante las autoridades. Los que tomaron la medida estaban lejos de sospechar la brillante idea de no pocos de criar ratas para matarlas y llevarse así un buen dinerito del erario público. Es lo que pasa por ignorar la naturaleza humana.

En este ejemplo, como en el de los subsidios a productos de primera necesidad en Venezuela (que en las localidades fronterizas con Colombia han incentivado el contrabando, dejando vacías las estanterías de los supermercados), la política del hijo único en China (que produjo un aumento del infanticidio femenino) o la introducción de la heroína como sucedáneo bueno de otros opiáceos (fue patentada y comercializada por Bayer), es el factor humano el que da al traste con el plan o genera efectos indeseables. Pero la naturaleza ya se encarga de hacerlo por sí misma la mayoría de las veces. También en Australia, Kurzban nos cuenta que la liberación en 1859 de dos docenas de liebres para que sus descendientes sirvieran de presas a los cazadores causó un tremendo desastre ecológico (amén de otras consecuencias como el levantamiento de una verja de más de 3 mil kilómetros que serviría de guía en 1931 a tres niñas aborígenes que huían de un asentamiento forzoso, cuya historia a su vez inspiró el rodaje en 2002 de una película  -Generación robada- muy aclamada por la crítica).

Esta ley merece una seria reflexión, no solo de los políticos sino también de sus votantes. Frente al discurso simplista de los populistas, hay que decir bien alto que no hay remedios sencillos en realidades tan complejas e interconectadas como la económica o la ambiental. Ignorar esto hace que muchas veces salga el tiro por la culata (ojalá que eso no ocurra con la subida del salario mínimo, una medida indudablemente justa). El infierno está empedrado de buenas intenciones.

Por cierto, si el noble del siglo XII Egilmar I de Oldenburgo hubiese sido asesinado por su esposa Riquilda antes de darle un hijo (pongamos que esta hubiera querido envenenarle por algún poderoso motivo), Letizia Ortiz no sería la reina de España y Lady Diana no hubiese perdido la vida en un accidente de tráfico en París. Cosas que Riquilda jamás habría imaginado (y que, en cualquier caso, le habrían importado un bledo).

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