Autor: Amer Shomali |
Un árbol con las hojas mustias, una piedra precipitándose desde lo alto de un acantilado, un león durmiendo o una bandera española en un balcón pueden aportar información a toda inteligencia (no solo humana) que los perciba. Una colonia bacteriana es inteligente a su manera, pero no es capaz de percibir la existencia de un león durmiendo -aunque esté poblando el tracto intestinal del felino-, de una piedra cayendo o de un trapo rojigualda al viento porque esas cosas desbordan su ámbito cognitivo (al igual que el mareante trasiego del mundo molecular o el bullicioso espectro electromagnético invisible trascienden el nuestro). La bandera patria colgada de un balcón sí se encuentra dentro de la esfera cognitiva de un cuervo, pero para este tiene tanta significación (ya tenga los colores de España o los de Papúa-Nueva Guinea) como para un humano las feromonas de una abeja o los cantos de una ballena.
El grado de inteligencia, o sea la capacidad de procesamiento de información, es tan importante a este respecto como lo es la posesión de información contextual. Los cuervos no están ni pueden estar al tanto de la situación política (es más, ni siquiera pueden llegar a concebir lo que es una "situación política") en una abstracción humana autoetiquetada con el nombre de "Cataluña": para ellos, una enseña nacional, una estelada o una bandera pirata son simples objetos inertes que ondulan a merced del viento. La rojigualda con toro dentro colgada de un balcón sí podría tener significación para un perro si este constatara una correlación entre dicha enseña y una mayor predisposición al maltrato animal de sus portadores (lo que, por cierto, no me atrevería a descartar).
Como humanos sabemos positivamente que un árbol con las hojas mustias indica falta de agua -y que ello representa una amenaza para la vida del vegetal-, que una piedra en trayectoria descendente acabará cayendo al suelo y haciendo daño a alguien si se cruza en su camino (esto también lo sabe un gato o un hipopótamo, aunque desconozcan los fundamentos teóricos de la fuerza gravitatoria), que un león durmiendo no es una amenaza mientras siga en ese estado (aunque conviene mantener las distancias) y que una bandera española prendida de un balcón cuando no se celebra un título de La Roja delata a votantes del PP, Ciudadanos o la extrema derecha.
Todo, incluidos nosotros mismos, va dejando un reguero de información a su paso por el espacio-tiempo. Solo hay que ser inteligente, y tener los sentidos y medios de observación adecuados, para acceder a esos datos. La ruta de un león puede trazarse siguiendo sus huellas o mediante algún dispositivo de geolocalización. La antigüedad de un árbol recién talado puede conocerse por el número de anillos de su tronco. Las circunstancias y los culpables de un homicidio pueden determinarse gracias a técnicas forenses que incluyen análisis genéticos. Los restos de un dinosaurio o cualquier otro ser vivo del pasado pueden ser fechados gracias al preciso reloj del carbono 14. La expansión del Universo, o sea la separación creciente entre sus galaxias, puede ser constatada por el llamado efecto Doppler (el desplazamiento al rojo de la longitud de onda de la luz procedente de las estrellas más lejanas).
La piedra cayendo desde lo alto del acantilado puede haberse desprendido de manera espontánea o haber sido arrojada voluntariamente por alguien. En el segundo caso puede ser producto de una acción lúdica infantil (a los niños les encanta tirar piedras), de un arrebato de ira de una persona agobiada por a saber qué problemas o de un tipo que busca deliberadamente hacer daño a alguien que está abajo. La interpretación de todo objeto o fenómeno depende de la inteligencia y la información de la que dispone cada agente cognitivo: cuanto menos inteligencia y menos datos posea, más estará sujeto al error (capítulo aparte es la irracionalidad, como la de la persona muy religiosa que cree que un ángel le ha arrojado la piedra a modo de aviso por estar masturbándose abajo).
No obstante, toda realidad se presta a diversas lecturas o interpretaciones igualmente válidas. Así como una bandera es al mismo tiempo un trapo y un símbolo (para los humanos), un libro es también muchas cosas: un contenedor de un mensaje (a su vez sujeto a múltiples interpretaciones de sus lectores), una fuente de alimento para una cabra, un objeto para calzar una mesa o matar un mosquito (como arma letal sirve igual una obra de Borges que un bodrio de Dan Brown), un material combustible para una hoguera... ¿Y si el Universo fuera, además de energía-materia y de un escenario para la consciencia, él mismo un mensaje?...
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