Sentado en mi mullido sillón frente al ordenador, fue un placer asistir a este hermoso experimento artístico de Linklater, que nos invita a dar saltos reales en el tiempo (como en la también muy celebrada Boyhood de 2014) a través de una historia de amor y complicidad desplegada a lo largo de casi veinte años: desde la primera entrega en Viena, con unos protagonistas veinteañeros (como yo entonces), hasta la segunda en París ya en la treintena y la última en el Peloponeso griego de cuarentones con hijos (como yo ahora). Ya me había desacostumbrado al buen cine de autor, entregado en los diez últimos años solo a películas infantiles (esto mismo, la asunción de tareas familiares en detrimento del ocio personal y el cultivo de uno mismo -¡qué gran demoledor de relaciones!-, es abordado precisamente en la última parte de la trilogía).
Prácticamente las más de cuatro horas y media de Before son una ininterrumpida conversación entre Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) sobre la vida, la muerte, el amor, el sexo, la felicidad, Dios, las relaciones de pareja, el compromiso, los sentimientos de culpa, el azar, la identidad, la condición humana, la paternidad o las diferencias de género: andando por la calle, en un pub, en una cafetería, sobre un barquito en el Sena, en una terraza junto al mar Jónico, en un hotel griego... Esos diálogos, particularmente los de la tercera película, son un fiel reflejo de la distinta manera en que hombres y mujeres conciben el amor, el sexo, las relaciones sentimentales y la compatibilidad de éstas con sus carreras profesionales o el cuidado de los niños (las mujeres suelen estar más preocupadas -o, al menos, obsesionadas- con esto último, lo que tiene una explicación cultural pero también genética). Y en sus jugosos cruces de palabras se adivinan las razones que hay detrás de la frustración, el hastío, el desamor y la ruptura de tantos matrimonios: por encima de todo, la incomunicación.
Conmueve ver a los mismos personajes del verano de 1994 en Viena en el verano de 2013 en el sur de Grecia. El tiempo se ha cobrado un peaje en sus rostros y sus cuerpos, acaso también en el brillo de sus miradas (aunque ella me sigue pareciendo igual de atractiva), pero ambos han cosechado sus frutos (las novelas de Jesse, el trabajo de Céline y, sobre todo, sus hijos), aprendido no pocas cosas de la vida y estrechado gracias a su fluida comunicación bien engrasada por el humor y el sexo -pese al natural desgaste de la relación, con sus inevitables desencuentros y ristras de reproches (muchas a cuenta del hogar y los niños)- la complicidad forjada nada más conocerse en un ya lejano viaje en tren desde Budapest a Viena.
Eso no quita que a veces sigan, a estas alturas de la existencia, con la desazonadora sensación de estar desorientados y no saber realmente nada. Pero, como reconoce Céline, "no saber no está tan mal (...), la cuestión es seguir observando, buscando". Y Jesse acaba convenciéndola de que la perfección no existe. "He venido a salvarte de que te ofusquen las pequeñas tonterías de la vida", llega a decirle al final. Entonces resuena en el espectador la pregunta que ella le había hecho 18 años atrás, tumbados sobre la hierba de un parque vienés momentos antes de echar su primer polvo: "¿Por qué nos complicamos tanto la vida?". Como también decía Céline en la primera película (véase el vídeo de arriba), "si hay algún tipo de magia en este mundo, debe estar en el intento de entender a alguien compartiendo algo. Sé que es casi imposible de conseguir (...), pero la respuesta debe estar en el intento".
Linklater no descarta una cuarta película con Jesse y Céline ya instalados en la cincuentena. Lo más grande del cine es que esta historia (basada originariamente en un encuentro real del director en 1989 con una chica en Filadelfia, cuando iba camino de Nueva York) seguirá ahí siempre, mientras se conserve en algún formato físico y pueda reproducirse en algún dispositivo, como un vívido testimonio de imagen y sonido del amor y las tribulaciones de dos seres humanos que vivieron a caballo entre los siglos XX y XXI. ¿Ficción?... Claro, pero no menos real para quienes se acerquen a ella que una historia acaecida sin el concurso de actores, cámaras, decorados o equipos de sonido e iluminación.
Por cierto, tal como reconocí al principio, muy poco puedo hablar yo de cine (aunque me he prometido ponerme más o menos al día de tantas buenas películas de los últimos 10 años que me he perdido). Pero mi hermano Raúl sí: él tiene un fantástico y reconocido blog al respecto, macguffin007.com, que no puedo dejar de recomendarte encarecidamente si te apasiona el séptimo arte.
Conmueve ver a los mismos personajes del verano de 1994 en Viena en el verano de 2013 en el sur de Grecia. El tiempo se ha cobrado un peaje en sus rostros y sus cuerpos, acaso también en el brillo de sus miradas (aunque ella me sigue pareciendo igual de atractiva), pero ambos han cosechado sus frutos (las novelas de Jesse, el trabajo de Céline y, sobre todo, sus hijos), aprendido no pocas cosas de la vida y estrechado gracias a su fluida comunicación bien engrasada por el humor y el sexo -pese al natural desgaste de la relación, con sus inevitables desencuentros y ristras de reproches (muchas a cuenta del hogar y los niños)- la complicidad forjada nada más conocerse en un ya lejano viaje en tren desde Budapest a Viena.
Eso no quita que a veces sigan, a estas alturas de la existencia, con la desazonadora sensación de estar desorientados y no saber realmente nada. Pero, como reconoce Céline, "no saber no está tan mal (...), la cuestión es seguir observando, buscando". Y Jesse acaba convenciéndola de que la perfección no existe. "He venido a salvarte de que te ofusquen las pequeñas tonterías de la vida", llega a decirle al final. Entonces resuena en el espectador la pregunta que ella le había hecho 18 años atrás, tumbados sobre la hierba de un parque vienés momentos antes de echar su primer polvo: "¿Por qué nos complicamos tanto la vida?". Como también decía Céline en la primera película (véase el vídeo de arriba), "si hay algún tipo de magia en este mundo, debe estar en el intento de entender a alguien compartiendo algo. Sé que es casi imposible de conseguir (...), pero la respuesta debe estar en el intento".
Linklater no descarta una cuarta película con Jesse y Céline ya instalados en la cincuentena. Lo más grande del cine es que esta historia (basada originariamente en un encuentro real del director en 1989 con una chica en Filadelfia, cuando iba camino de Nueva York) seguirá ahí siempre, mientras se conserve en algún formato físico y pueda reproducirse en algún dispositivo, como un vívido testimonio de imagen y sonido del amor y las tribulaciones de dos seres humanos que vivieron a caballo entre los siglos XX y XXI. ¿Ficción?... Claro, pero no menos real para quienes se acerquen a ella que una historia acaecida sin el concurso de actores, cámaras, decorados o equipos de sonido e iluminación.
Por cierto, tal como reconocí al principio, muy poco puedo hablar yo de cine (aunque me he prometido ponerme más o menos al día de tantas buenas películas de los últimos 10 años que me he perdido). Pero mi hermano Raúl sí: él tiene un fantástico y reconocido blog al respecto, macguffin007.com, que no puedo dejar de recomendarte encarecidamente si te apasiona el séptimo arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario