Se dice que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. En justicia, también debería afirmarse que detrás de toda gran mujer hay un gran hombre. Hoy quiero partir, sin embargo, de una sentencia bien distinta y de mi propio cuño: "Detrás de todo hijo de puta hay en el mejor de los casos una estúpida y, en el peor, una hija de la gran puta acaso peor que aquél".
Ser pareja de un tirano, un señor de la guerra, un oligarca corrupto o un narcotraficante violento (por cierto, ojalá se despenalice pronto el mercado de las drogas para que sean comercializadas y dispensadas por afables estanqueros en vez de por tipejos simiescos) te hace cómplice o, al menos, corresponsable de sus tropelías. Detrás de las joyas, los vestidos, los bolsos de pieles, los zapatos y demás juguetitos glamurosos de esas señoras hay brutalidad, sufrimiento y muerte. La otra cara de las velitas del restaurante de lujo, de las burbujas del champán y de la limusina es muy fea: cuasiesclavos rebozados en barro en una mina, niños soldado, palizas mortales a manos de sicarios, focas bebé despellejadas, parajes naturales destrozados, calabozos infectos donde se pudren personas en vida...
En el mejor de los casos, puede que la mujer que se deja querer o se acerca a un individuo de esta calaña no tenga luces suficientes para advertir la catadura de quien le ofrece durante una romántica cena, con su mejor sonrisa galante, un diamante o un collar de perlas. Un montón de modelos jóvenes, objetivo preferido de estos desalmados, viven deslumbradas en un cuento de hadas, muchas veces sin conocer el lado oscuro de sus parejas y del mundo. Eso sí, difícilmente renunciarían a esa existencia de lujo y derroche, a caballo entre mansiones, superhoteles, jets privados y tiendas selectas en París, Nueva York, Londres o Moscú, si tuviesen alguna sospecha de la calidad moral de los tipos con los que se acuestan.
En el peor de los casos, la mujer se acerca a estos hombres a sabiendas de quiénes son de verdad, en deliberada busca de dinero, poder y distinción social a cualquier precio. Probablemente, muchas de las peores atrocidades ordenadas por esos tipos lo han sido a instancias de esposas o amantes que mandaban en su casa y les aventajaban bastante en villanía y crueldad. Buen ejemplo histórico es el de la bíblica Salomé, aunque en este caso quien atendió su capricho -cortar la cabeza a San Juan- no fue un marido sino un padrastro. Seguro que no nos resultaría difícil identificar a algunas de estas mujeres en el mundo del siglo XX e incluso del XXI.
Viene a cuento constatar que siempre se ha dado el arrejuntamiento de mujeres jóvenes con ancianos (no necesariamente malvados ni en exceso poderosos) sin más dones a veces que una chequera con muchos ceros: aquí queda claro que la fémina tiene un móvil fundamentalmente crematístico. Es obvio que este no era el caso de María Kodama con Borges, ya que el argentino era una personalidad excepcional y entre ellos había una sólida afinidad intelectual (la pareja se conoció estudiando islandés) y una admiración mutua. Pero la relación Kodama-Borges se me antoja la excepción que confirma la regla (¿alguien cree que si Naomi Campbell se juntase con Berlusconi o con el empresario Arturo Fernández lo haría por el atractivo físico, potencia sexual o amena conversación del lombardo y el madrileño?). En fin, que hay mujeres y mujeres, y hombres y hombres, los cuales suelen retratarse en la personalidad de sus parejas.
En el mejor de los casos, puede que la mujer que se deja querer o se acerca a un individuo de esta calaña no tenga luces suficientes para advertir la catadura de quien le ofrece durante una romántica cena, con su mejor sonrisa galante, un diamante o un collar de perlas. Un montón de modelos jóvenes, objetivo preferido de estos desalmados, viven deslumbradas en un cuento de hadas, muchas veces sin conocer el lado oscuro de sus parejas y del mundo. Eso sí, difícilmente renunciarían a esa existencia de lujo y derroche, a caballo entre mansiones, superhoteles, jets privados y tiendas selectas en París, Nueva York, Londres o Moscú, si tuviesen alguna sospecha de la calidad moral de los tipos con los que se acuestan.
En el peor de los casos, la mujer se acerca a estos hombres a sabiendas de quiénes son de verdad, en deliberada busca de dinero, poder y distinción social a cualquier precio. Probablemente, muchas de las peores atrocidades ordenadas por esos tipos lo han sido a instancias de esposas o amantes que mandaban en su casa y les aventajaban bastante en villanía y crueldad. Buen ejemplo histórico es el de la bíblica Salomé, aunque en este caso quien atendió su capricho -cortar la cabeza a San Juan- no fue un marido sino un padrastro. Seguro que no nos resultaría difícil identificar a algunas de estas mujeres en el mundo del siglo XX e incluso del XXI.
Viene a cuento constatar que siempre se ha dado el arrejuntamiento de mujeres jóvenes con ancianos (no necesariamente malvados ni en exceso poderosos) sin más dones a veces que una chequera con muchos ceros: aquí queda claro que la fémina tiene un móvil fundamentalmente crematístico. Es obvio que este no era el caso de María Kodama con Borges, ya que el argentino era una personalidad excepcional y entre ellos había una sólida afinidad intelectual (la pareja se conoció estudiando islandés) y una admiración mutua. Pero la relación Kodama-Borges se me antoja la excepción que confirma la regla (¿alguien cree que si Naomi Campbell se juntase con Berlusconi o con el empresario Arturo Fernández lo haría por el atractivo físico, potencia sexual o amena conversación del lombardo y el madrileño?). En fin, que hay mujeres y mujeres, y hombres y hombres, los cuales suelen retratarse en la personalidad de sus parejas.
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