Pues resulta que entre padres, niños, bebés, abuelos, tuppers, bocadillos de tortilla y de pata e incluso pucheros humeantes (los canarios que iban a pasar el día a las playas del sur eran conocidos como los rusos) se colaron inopinadamente dos intrusos que no podían pasar desapercibidos por un detalle fundamental: estaban completamente desnudos. Se trataba de una pareja francesa de mediana edad (el turismo francés en Canarias siempre ha sido muy minoritario, por cierto). El estupor de los rusos fue tremendo: airados gritos de "sinvergüenzas", de "aquí hay niños", de "¡por Dios!"... El típico padre de familia de orden, con bañador-slip apretado y seguramente bigotillo, les conminó a vestirse sin éxito. Los turistas parecían tan desubicados como Rabindranath Tagore en el plató de Sálvame o en una etapa del Camel Trophy. No quedó otra que avisar a las fuerzas del orden: al cabo de unos minutos, en medio de una salva de aplausos, se presentaron dos policías municipales que se llevaron al hombre y la mujer sin muchas contemplaciones. "¡¡Muy bien, muy bien, así, así!!", gritaba la gente. Recuerdo vagamente las sonrisas algo amargas del hombre y la mujer, con los agentes uniformados tirándoles del brazo, unas sonrisas en las que adivinaba un rastro de desprecio hacia la ñoñez nativa.
Este quizá sea el primer episodio reconocible de vergüenza ajena en mi vida. Sentí mucha rabia de que esos franceses se llevaran una imagen tan lamentable de nuestro paisanaje. Lo cierto es que Canarias (sobre todo la rural, así como la urbana de clase media y acomodada) era una sociedad conservadora y pacata (en las elecciones generales de octubre de 1982 ganó en mi barrio Alianza Popular por mayoría absoluta; aún tengo en casa de mis padres una copia del acta del colegio electoral, que arranqué días después de los comicios de la propia puerta del colegio para conservarla como recuerdo). Ya con 14 años, yo soñaba con vivir en un país diferente, en un lugar moderno y civilizado donde la gente no se preocupara de esas estupideces y sí de cosas importantes como la educación, la justicia social, la ciencia o el cuidado del entorno natural (tan maltratado en mi tierra). Pero esa España negra estaba allí, aún muy visible (como hoy, aunque ahora con maquillaje del siglo XXI), junto a la otra España moderna que empezaba a sorprender al mundo y tendría su apoteosis en las olimpíadas de Barcelona '92.
1 comentario:
Interesante anécdota, y lo positivo es comprobar que ahora vemos lo ridículo del comportamiento de nuestros paisanos.
Pero también quiero apuntar algo, y es que si nosotros hubiéramos tenido cincuenta años en ese momento, lo más probable es que formaríamos parte de esa turba que increpó a los turistas. No somos mejores que esa gente, simplemente nos ha tocado vivir los frutos de esa parte de españoles que soñaban entonces con un país mejor, y que eran muy minoritarios.
Saludos !
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