Una tarde de finales de los años 80 tuve una experiencia que jamás se ha repetido. Estaba durmiendo la siesta en la casa de mis padres cuando, por alguna razón que ya he olvidado, me desperté bruscamente. Lo que nunca olvidaré mientras tenga memoria es ese despertar, el más extraño de mi vida. Porque tardé seis o siete segundos en recordar quién era, en recuperar mi (aparente) identidad. La sensación al abrir los ojos fue de absoluta perplejidad, como si me hubieran arrojado de repente al mundo. Era como si estuviese sumido en lo más hondo de mi ser, en un lugar donde no tenía nombre, privado del lenguaje y de cualquier referencia espacio-temporal, en el que podía ser igual un humano que un caballo, un pez o una bacteria. En esos pocos segundos tomé un ascensor a toda velocidad hasta la superficie de la conciencia: en términos freudianos, viajé desde lo más profundo del Ello hasta el Yo. Al terminar el viaje de vuelta recordé mi nombre, el lugar donde estaba, mi pasado, las personas que me rodeaban, lo que había hecho ese día y lo que me disponía hacer esa misma tarde. Todavía, muchos años después, no dejo de pensar de vez en cuando en aquellos segundos en los que fui un ser anónimo, un mero existir sin entendimiento ni memoria. En los que acaso me acerqué a lo que realmente soy, a lo que realmente somos todos los seres vivos.
Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
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2 comentarios:
Suena a experiencia aterradora. ¿Sentiste miedo?,¿te sentiste bien?,¿o sencillamente, ni te dio tiempo a sentir algo que pudieses definir entonces?.
Adolfo, es una experiencia indescriptible. Si hubiese que elegir alguna expresión diría "puro desconcierto" (se la tomo prestada a Jaime Regueira, que dice haber experimentado lo mismo). Era una especie de miedo inefable -no aterrador, desde luego-, quizá el de una criatura indefensa que no conoce nada (ni siquiera a sí misma). No me sentí bien ni mal, simplemente me sentí.
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