(Fragmento de Viaje de ida)
Unos segundos antes de la embestida del coche de mis padres con el camión que había
invadido su carril, sus cuerpos, desconocedores de la inminencia,
debían desempeñar sus funciones con normalidad: latidos cardíacos
para bombear sangre al organismo, inspiración y espiración para
tomar oxígeno y despedir dióxido de carbono, digestión de
alimentos y generación de heces, transporte de nutrientes a las
células a través del torrente sanguíneo, actividad renal para
depurar la sangre... Un segundo es apenas un suspiro para nuestra
escala del tiempo, pero no deja de ser 1,855 x 10 elevado a 43 tics de Planck. En el segundo anterior al
choque transcurrió una cantidad enorme de sucesos, con el
consiguiente trasiego de un número inimaginable de partículas
subatómicas: neutrinos fantasmales que atraviesan el cuerpo,
electrones que descienden a orbitales inferiores -generando fotones
entrelazados- o que son arrancados de sus átomos por partículas
ionizantes, núcleos de carbono-14 que se desintegran... Hierros
retorcidos, cristales astillados, neumáticos descuajeringados,
órganos rotos, sangre, aceite y gasolina derramadas... Y la radio
emitiendo música, sin dejar de recibir invisibles ondas que reptan
por el espacio ajenas a todo bien o mal. Electrones, protones,
neutrones...: todos ellos, ilesos e impasibles tras el brutal impacto
del camión con el coche de mis tan queridos padres.
Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
lunes, 30 de abril de 2012
domingo, 22 de abril de 2012
En el fondo del mar
El barco se hunde con sus pasajeros vestidos y calzados, arrastrado por el corazón de la Tierra, camino del profundo fondo arenoso que le espera desde el inicio de su viaje en un futuro de silencio, óxido, fango, huesos, peces abisales y olvido.
Las arenas se remueven nublando las frías aguas del fondo que aguardan a quienes toman café, bailan, se besan y se hacen alegres promesas.
Las arenas siguen removiéndose junto al viejo esqueleto de hierro roído mientras todo continúa precipitándose en todas partes hacia el desorden y el olvido, mientras los cangrejos se arrancan unos a otros las pinzas y los humanos se vuelan unos a otros los sesos camino de la inexorable muerte gélida del Universo.
Las arenas se remueven nublando las frías aguas del fondo que aguardan a quienes toman café, bailan, se besan y se hacen alegres promesas.
Las arenas siguen removiéndose junto al viejo esqueleto de hierro roído mientras todo continúa precipitándose en todas partes hacia el desorden y el olvido, mientras los cangrejos se arrancan unos a otros las pinzas y los humanos se vuelan unos a otros los sesos camino de la inexorable muerte gélida del Universo.
viernes, 13 de abril de 2012
El nefasto influjo de las minorías étnicas de Kazajstán sobre un detective bilbilitano
Rogelio Ontiveros Echevarría parecía un hombre fuera de toda sospecha. Así
lo creía su esposa, Matilde Casanova Morales, tras un ágape en el Círculo Mercantil de Las Palmas y dos meses de
noviazgo que precedieron a una pomposa boda en la catedral y un
atractivo viaje organizado por las localidades más importantes de Kazajstán. Sería en la simpar Almaty donde se pusieran los cimientos de la tragedia. Un extraño brebaje de origen coreano ingerido en un oscuro establecimiento fue el causante de la súbita enajenación de Ontiveros: dotado por
semejante licor de un insólito furor, no tardó más de dos minutos
en entrar en la habitación del hotel, donde Matilde descansaba al
amparo de un ventilador, despojar abruptamente a su esposa de sus
escasas prendas y someterla a una sesión continuada de sexo hasta el
amanecer. Los hechos no deberían revestir demasiada notoriedad si
Matilde no fuese la delegada insular en Gran Canaria del Comité 'Sexo No, Gracias', entidad de creciente implantación en el
tejido social del país; y, sobre todo, si Rogelio Ontiveros
Echevarría no fuese tal sino Cincinato Fernández Fernández, alias El
Pufi, uno de los estafadores más cualificados y polivalentes del oriente de Andalucía. A
esta sorprendente conclusión llegó Ernesto Gutiérrez del Monte,
reputado detective bilbilitano y hombre de confianza del padre de
Matilde, a su vez modélico empresario del sector de la restauración
y personaje clave en la cámara de comercio local. Gutiérrez,
enviado a la república centroasiática con el propósito de arrojar
algo de luz sobre el extraño comportamiento de El Pufi,
inmediatamente comunicado por una indignada Matilde a un señor Casanova
tocado en su orgullo, estaba lejos de
sospechar que sus días culminarían en aquel país de cuya
existencia solo supo minutos antes de su marcha. "Das ist für
Sie", fueron las últimas palabras que escuchó el infeliz, que
se disponía a tomar un taxi rumbo al aeropuerto, antes de venírsele
encima un gigantesco pedrusco arrojado desde un paso elevado de
peatones por unos alborozados niños rubios y de ojos azules. Vía
Moscú y Madrid, el cadáver de Gutiérrez del Monte fue conducido a
Calatayud, donde recibió cristiana sepultura ante la congoja de sus
allegados. Matilde volvería a Canarias, donde, tras la anulación eclesiástica de
su matrimonio, contraería segundas nupcias en el mismo templo catedralicio con un importante
industrial del cartón. Fernández Fernández marcharía a la República de
Chechenia, donde, a instancias del expendedor de licor coreano,
acabaría siendo asesor del ministro del Interior. Por su parte,
Casanova sería elegido años más tarde presidente de la Cámara de
Comercio de Las Palmas. Presentaría poco tiempo después su
candidatura al Senado por el Partido del Pueblo Canario (PPC), formación política nacionalista moderada de inspiración democristiano-liberal.
martes, 10 de abril de 2012
20 años de la guerra en Bosnia: aviso para navegantes
Se acaban de cumplir dos decenios del estallido de la guerra en Bosnia-Herzegovina, iniciada con el brutal asedio de los nacionalistas serbios a Sarajevo. Todo acabó tres años después (1995), con un saldo de casi 100.000 muertos, gracias a una intervención militar de la OTAN que obligó a los líderes de las tres comunidades enfrentadas (serbios, croatas y bosnio-musulmanes) a firmar un acuerdo de paz bajo presión de Estados Unidos. El pasado sábado emitieron en Informe semanal un reportaje recordatorio de esta tragedia que revuelve las tripas y la conciencia por su extremada dureza (así son todas las guerras, por otra parte): esas imágenes me han impulsado a escribir este post.
En el verano de 1990, justo un año antes de que se reavivaran en Eslovenia (solo durante diez días) y Croacia los fuegos balcánicos apagados tras la Segunda Guerra Mundial, yo recorrí en tren de norte a sur la todavía Federación Yugoslava rumbo a Grecia. Tuve la oportunidad de charlar con un nacionalista croata en una plaza de Zagreb llena de mesas con propaganda independentista, y al día siguiente con un nacionalista serbio ya en el tren camino de Belgrado. El croata me habló del supuesto salvajismo secular de los serbios, a quienes se empeñaba en asociar con los turcos. La verdad es que no recuerdo mucho más de esa conversación. Sí tengo algo más fresca la que sostuve con el serbio, que se dedicó a relatarme el brutal genocidio cometido contra su etnia durante la Segunda Guerra Mundial por los fascistas croatas (ustacha) bendecidos por Hitler y Pío XII (algunos monjes franciscanos llegaron a participar de manera entusiasta en el degüello masivo de adultos y niños). Y aún tengo en la memoria el recuerdo de un simpático campesino de Sisak (no sé si serbio o croata), acompañado de su esposa e hijos, al que conocí también en el mismo tren. A veces me acuerdo de ese hombre, a saber qué le pasaría a él y su familia durante la guerra librada en territorio croata.
El detonante del desastre en la ex Yugoslavia fue sin duda el hundimiento de la economía -tomemos nota en España-, lo que alimentó los nacionalismos y aupó al poder, con la complicidad ignorante o interesada de buena parte de su población, a gobernantes fanáticos y sin escrúpulos como los ya fallecidos Slobodan Milosevic (quien por fortuna se despidió de la vida en una celda de La Haya) y Franjo Tudjman (quien por desgracia murió en la cama de un hospital croata y no en otra celda del Tribunal Penal Internacional). Un escenario de descomposición económica con unos políticos desalmados, un montón de gente embaucada a través de la televisión y las sacristías por esos líderes y sus homólogos religiosos, una memoria colectiva plagada de atrocidades y agravios étnicos, una comunidad internacional incapaz de intervenir con firmeza (con cada potencia defendiendo exclusivamente sus intereses) y, por supuesto, una reserva de hijos de puta (esos tipos que están siempre listos para torturar y matar por cualquier causa a quien sea) ni mayor ni menor que en España u otro país cualquiera del mundo: el cóctel yugoslavo contenía los ingredientes suficientes, bien engrasados por el nacionalismo (esa estúpida ideología inflamable abrazada por tantos partidos de nuestro país, incluidos los españolistas), para convertir aquello en un infierno. Y así fue. Más nos vale que por estos lares hayamos extraído alguna lección de aquella pesadilla, no sea que el futuro nos tenga deparada alguna sorpresa muy desagradable que no me atrevería a descartar conociendo la calidad de nuestro paisanaje.
domingo, 1 de abril de 2012
La sinopsis de mi película '¡Volverá!'
Soy un chico de Argamasilla de Alba que trabaja de administrativo en la oficina central de Budafune en Madrid. Aunque el mío es un curro poco proclive al cultivo del talento, no dejo de darle rienda suelta a mi hipercreatividad. Les juro que tengo la cabeza todo el santo día bullendo con ideas y proyectos creativos. Ya les puedo adelantar la idea genial que se me ha ocurrido para un largometraje. Tengo que trabajarme todavía el guion, pero el argumento ya está muy currado, se trata de una historia trepidante y superconmovedora. Ahí va:
Enrique es un joven monje cartujo que un día abre la puerta del monasterio a alguien que le trae recuerdos, en cuyo rostro ve algo muy familiar. Ese alguien resulta ser un transexual surcoreano maestro de taekwondo que abandonó su país hace un montón de años para aprender flamenco en Sevilla. Allí, en una capea organizada por un estilista heterosexual, es abducido por una joven cantaora ninfómana mientras esta hace punto de cruz junto a la chimenea. Se acuesta con ella en una habitación del cortijo, bajo un original de Zurbarán y la mirada atenta de una cabeza disecada de corzo, con los rayos solares entrando ya atenuados por las rendijas de las persianas entreabiertas. ¡Hermoso juego de luces y sombras! El travelo coreano la abandona al día siguiente para sumarse a las procesiones de Semana Santa de la ciudad y desaparecer en medio de la muchedumbre, todo supermisterioso con las velas encendidas, las imágenes llevadas por los costaleros y los ayes de las saetas bajo la lluvia rompiendo sobre el Guadalquivir y derramándose como culebras por los tejados de las casas. ¡Qué escena más bella! Pues la joven cantaora queda destrozada por la desaparición de su adorado coreano y abandona España con sus estampas de la Virgen de la Cabeza rumbo a Brasil, donde empieza a trabajar en un cabaré de Río y descubre que está preñada. Entonces sufre un accidente en una calle de Copacabana -se le cae una botella de aguarrás a un verticalista que estaba currando ebrio sobre un andamio- que le desfigura el rostro. Se queda sin trabajo y sin un duro y se ve obligada a malvivir en una favela de la ciudad, ayudada por una santera punkie de Bahía que le asistirá en el parto. Tiene un bebé precioso al que llaman Henrique de Carlos Jesús. Empeñada en ayudarla, la santera punkie convence a un cliente suyo, un anciano multimillonario que resulta ser Jim Morrison (su supuesta muerte fue un montaje de la CIA), para que que le pague una operación de reconstrucción de cara. La cantaora ingresa en un hospital para la operación, pero un error médico hace que no solamente le reconstruyan el careto sino que le cambien de sexo y le pongan el falo de un homeless nordestino que se había quedado dormido a la puerta del centro. Con su nueva identidad masculina, ahora bajo el nombre de Fernando Luiz, decide volver a España con su hijo de nueve años en un intento desesperado de encontrar al padre desaparecido. Y todo porque en la reciente primera comunión de Henrique de Carlos Jesús, luciendo unas ligas y una mantilla española con Jim Morrison y la santera de testigos, le había hecho esta solemne promesa al niño: "¡Volverá, tu padre volverá!". En nuestro país descubrirá, entre muchas vicisitudes, que el transexual coreano fue raptado por una secta templaria que está chantajeando al presidente del emirato de Kulistán y tiene en sus manos un expediente X muy comprometido, un gran secreto que amenaza incluso la pervivencia del propio Vaticano. Al frente de la secta hay un cyborg yonqui con acento polaco al que la cantaora recuerda haber visto en el hospital de Río en el que le cambiaron el rostro y la convirtieron en macho. Finalmente, con la ayuda de un fontanero calvo bipolar de Alcorcón y de un ama de casa histérica de Honrubia, consigue matar en plena tomatina de Buñol al cyborg lanzándole con una cerbatana un dardo envenenado en la frente. Libera entonces al travelo, que estaba escondido en el fondo del carromato de un rociero heavy fruto de una inseminación experimental con ADN de periquito. El coreano, tras asistir dos meses después al ahogamiento de Fernando Luiz con una galleta María en un concierto de Martirio, se convertirá en jainista y abandonará el país. El niño Enrique ingresa en un hospicio, de donde pasará al seminario y al monasterio en el que recibirá un día la visita de su progenitor, atormentado por la accidental muerte de un pulgón. El abrazo entre ambos termina con un cálido fundido en rojo con una canción de Juanito Valderrama (todavía no he decidido cuál). El expediente X queda sin aclarar, ¿acaso en una segunda entrega cinematográfica?...
Pasiones desbordadas, transgresión brutal, choque de sentimientos exacerbados, thriller político... Estoy pensando seriamente en pedir la excedencia en Budafune para tirarme a la piscina. A ver si tengo suerte.
Enrique es un joven monje cartujo que un día abre la puerta del monasterio a alguien que le trae recuerdos, en cuyo rostro ve algo muy familiar. Ese alguien resulta ser un transexual surcoreano maestro de taekwondo que abandonó su país hace un montón de años para aprender flamenco en Sevilla. Allí, en una capea organizada por un estilista heterosexual, es abducido por una joven cantaora ninfómana mientras esta hace punto de cruz junto a la chimenea. Se acuesta con ella en una habitación del cortijo, bajo un original de Zurbarán y la mirada atenta de una cabeza disecada de corzo, con los rayos solares entrando ya atenuados por las rendijas de las persianas entreabiertas. ¡Hermoso juego de luces y sombras! El travelo coreano la abandona al día siguiente para sumarse a las procesiones de Semana Santa de la ciudad y desaparecer en medio de la muchedumbre, todo supermisterioso con las velas encendidas, las imágenes llevadas por los costaleros y los ayes de las saetas bajo la lluvia rompiendo sobre el Guadalquivir y derramándose como culebras por los tejados de las casas. ¡Qué escena más bella! Pues la joven cantaora queda destrozada por la desaparición de su adorado coreano y abandona España con sus estampas de la Virgen de la Cabeza rumbo a Brasil, donde empieza a trabajar en un cabaré de Río y descubre que está preñada. Entonces sufre un accidente en una calle de Copacabana -se le cae una botella de aguarrás a un verticalista que estaba currando ebrio sobre un andamio- que le desfigura el rostro. Se queda sin trabajo y sin un duro y se ve obligada a malvivir en una favela de la ciudad, ayudada por una santera punkie de Bahía que le asistirá en el parto. Tiene un bebé precioso al que llaman Henrique de Carlos Jesús. Empeñada en ayudarla, la santera punkie convence a un cliente suyo, un anciano multimillonario que resulta ser Jim Morrison (su supuesta muerte fue un montaje de la CIA), para que que le pague una operación de reconstrucción de cara. La cantaora ingresa en un hospital para la operación, pero un error médico hace que no solamente le reconstruyan el careto sino que le cambien de sexo y le pongan el falo de un homeless nordestino que se había quedado dormido a la puerta del centro. Con su nueva identidad masculina, ahora bajo el nombre de Fernando Luiz, decide volver a España con su hijo de nueve años en un intento desesperado de encontrar al padre desaparecido. Y todo porque en la reciente primera comunión de Henrique de Carlos Jesús, luciendo unas ligas y una mantilla española con Jim Morrison y la santera de testigos, le había hecho esta solemne promesa al niño: "¡Volverá, tu padre volverá!". En nuestro país descubrirá, entre muchas vicisitudes, que el transexual coreano fue raptado por una secta templaria que está chantajeando al presidente del emirato de Kulistán y tiene en sus manos un expediente X muy comprometido, un gran secreto que amenaza incluso la pervivencia del propio Vaticano. Al frente de la secta hay un cyborg yonqui con acento polaco al que la cantaora recuerda haber visto en el hospital de Río en el que le cambiaron el rostro y la convirtieron en macho. Finalmente, con la ayuda de un fontanero calvo bipolar de Alcorcón y de un ama de casa histérica de Honrubia, consigue matar en plena tomatina de Buñol al cyborg lanzándole con una cerbatana un dardo envenenado en la frente. Libera entonces al travelo, que estaba escondido en el fondo del carromato de un rociero heavy fruto de una inseminación experimental con ADN de periquito. El coreano, tras asistir dos meses después al ahogamiento de Fernando Luiz con una galleta María en un concierto de Martirio, se convertirá en jainista y abandonará el país. El niño Enrique ingresa en un hospicio, de donde pasará al seminario y al monasterio en el que recibirá un día la visita de su progenitor, atormentado por la accidental muerte de un pulgón. El abrazo entre ambos termina con un cálido fundido en rojo con una canción de Juanito Valderrama (todavía no he decidido cuál). El expediente X queda sin aclarar, ¿acaso en una segunda entrega cinematográfica?...
Pasiones desbordadas, transgresión brutal, choque de sentimientos exacerbados, thriller político... Estoy pensando seriamente en pedir la excedencia en Budafune para tirarme a la piscina. A ver si tengo suerte.