Jacobo Mendilíbar Otero tenía los pies planos. Esa insidiosa peculiaridad anatómica le había eximido en su infancia de fatigosos esfuerzos gimnásticos escolares, pero no podía cabalmente ser esgrimida, menos si cabe frisando los cincuenta años, para justificar el continuado olvido de sus gravosas obligaciones con el Fisco. No obstante, hombre de errático tino, Mendilíbar habría de espetar su insólita excusa podal al estupefacto inspector de Hacienda Cecilio Martiarena Rehberg, quien apenas tuvo tiempo de recular en su asiento ante la maloliente irrupción de unos enormes pies peludos y planos sobre el acta de turno.
-Podría también justificar esta situación por una deformidad congénita en el metatarso izquierdo -prosiguió su defensa Mendilíbar-, pero me parece ya suficiente con lo otro para detener este abuso.
El inspector Martiarena, reacomodado con cierto sofoco en el sillón, rescató el expediente aprisionado entre los pies de Mendilíbar y la mesa y descolgó el teléfono. No necesitó hablar demasiado.
-Ni se moleste en intentarlo. Defiendo mis legítimos derechos. Nadie puede detenerme por ello.
-Me parece que debería usted consultar con algún especialista -dijo el inspector, levantándose del mullido sillón, con gesto de pretendida tranquilidad.
-No, si a mi edad no hay ya plantillas que valgan...
-No me refería a ese tipo de especialista. No hablaba de un podólogo.
-¿No?, ¿de qué hablaba entonces?, ¿quizá de un psiquiatra?...
Un joven policía autonómico entró en el despacho con brío, la mano derecha asida a su porra y la izquierda a su pistola.
-A ver, ¿qué problema tenemos?
Mendilíbar levantó los pies y rindió saludo con sus dedos al policía.
-¿A que su tía de Córdoba no tiene un solo juanete?
-Yo no tengo familiares en Córdoba -desmintió severamente.
-¡Pero seguro que sí alguno con juanetes!
-¿Me está usted tomando el pelo, imbécil?
Mendilíbar Otero, ni corto ni perezoso, estiró su pierna izquierda en dirección al rostro del policía, hundiendo una de sus negras uñas en uno de sus ojos y otra en su mejilla. Un grito horrísono recorrió la cuarta planta del Edificio de Usos Múltiples.
-¿Ve usted, inspector? Este hombre se va a jubilar antes de tiempo. Supongo que le concederán una invalidez permanente, ¿no?
Martiarena Rehberg intentó poner pies en polvorosa, pero una patada en el bajo vientre le sorprendió con la mano en el picaporte.
-Quiero que destruya ese acta ahora mismo, ¡ahora!
-¡No puedo!, ¡no puedo!... ¡Tengo un papiloma en el pie izquierdo y un hongo en el derecho!
-Por ahí podíamos haber empezado. Disculpe todas las molestias -Mendilíbar se puso cuidadosamente los calcetines y abandonó cabizbajo el despacho.
Martiarena se mesaba los cabellos y el policía seguía en el suelo sin conocimiento.
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