Me llamo Eusebio Pancorbo Sarasúa. La verdad es que soy un excelente profesional, competitivo como el que más. Y lo gano muy, pero que muy bien. En este punto permítanme que les diga que, aunque no puedo quejarme, tampoco debo agradecerle nada a nadie: cobro en la medida que aporto valor añadido a la firma a la que presto mis servicios. El otro día hablé con la encargada de recursos humanos y me confirmó la proyección al alza en mi proactividad y en mi índice de acción cooperativo-sinérgica, tal como habíamos dispuesto en mi personal career proyect para este ejercicio anual. Fíjense en la confianza que depositan en mí adelantándome los resultados del feedback meeting del pasado mes en el pantano de San Juan. Estuvimos allí tres días con Mr. Packerton, el norteamericano que cada año viene a hacernos el feedback. Este año apareció con unas chanclas y una camiseta nuevas. La gymkana consistía en esta ocasión en buscar, embutidos en trajes de buzo, latas de cerveza diseminadas por el monte. Ganó mi equipo, el de los E-Rangers; es un gran orgullo para mí haber contribuido a este triunfo. Al final, Packerton nos hizo ver, casi en la cima de la montaña, la importancia de una visión global para una buena performance en toda empresa moderna que se precie. Luego estuvimos trabajando más a fondo el tema “competitividad”. Nos pegamos hostias en grupo; yo le solté una buena a Mentado, el de valoración de riesgos para la zona de Asia. Me felicitó el mismísimo Packerton... Como trabajo 14 horas diarias –menos sería impropio de un profesional de banca de inversión del siglo XXI-, apenas tengo tiempo para otras actividades. No obstante, hago un hueco para el deporte (un completo programa de gimnasia pasiva de una hora en el gym de al lado) y para mi vehículo... ¿Es que no les he dicho aún que poseo un Audi serie limitada de 8 válvulas por cilindro, suspensión trasera independiente y una aceleración de 0 a 100 en apenas 3.8 segundos con un consumo de 8.8 litros a 100 km por hora? Estos coches requieren su mantenimiento, desde luego... Y hay que saberlos conducir, hay que tener clase para ello; es igual que un buen traje, ¿a qué se nota cuando lo luce un camarero y cuando lo hace un señor? A mí, ciertamente, me encanta vestir bien, y exijo que la gente lo haga si quiere hacerse merecedora de mi respeto. La imagen es fundamental en el mundo actual: imagínense a mí presentándome ante mis colegas vestido como un gañán o un estudiante de biología, ¿qué respeto podría merecer?... ¿Saben?, también me gusta mucho viajar, me atraen las culturas primitivas. Conozco los aeropuertos de media Europa y América, incluso el de Kuwait (se lo recomiendo especialmente por la óptima relación calidad-precio de su magnífico duty-free). No hay un hotel que sea igual a otro, se lo puedo asegurar. Ahora bien, en ese punto soy muy exigente: no me duelen prendas amonestar a un mal profesional si percibo un servicio por debajo de los estándares mínimos de calidad. Así como me exijo a mí mismo demando también a los demás una conducta profesional. Les cuento en este sentido que una vez me tuteó un empleado en un hotel de Cuba. No tardé en, tras reprender al desalmado, hacer llegar a la dirección el comentario pertinente. De veras, créanme, falta profesionalidad. Hasta el mundo de la política está falto de buenos profesionales. A este respecto he de decirles que no soy ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Creo que hay que dar la responsabilidad política a buenos gestores, a gente con una formación empresarial; si los gobiernos se comportaran más como empresas que como hermanitas de la caridad fomentadoras de la vagancia, nos iría a todos mejor, ¿no creen?... Pasando a otra cuestión, el otro día me llamaron al trabajo para confirmarme la llegada a casa de un pedido de Dom Perignon destinado a regar la próxima cena de Navidad. Espero encontrarme con mi familia –mi exmujer y mi hija (entre ustedes y yo, mi cría es mulata, lo que nunca he llegado a entender pues su madre es aún más blanca que yo)- en estas fechas tan señaladas. Se trata de varias botellas, puesto que todo el mundo sabe que sólo los primeros tragos de cada una de ellas son los que valen: el resto del champaña irá para alguna asociación benéfica, que también los pobres tienen derecho a disfrutar de estas celebraciones tan entrañables. Yo pago por la calidad, no importa cuánto: eso sí que se lo reconozco sin ambages. Si me divorcié de mi ex fue por sus excentricidades: hablaba de filósofos, escuchaba música clásica, leía cuentos y no sabía apreciar un buen vino español. La verdad es que soy un buen sibarita, jeje. ¡¡¡Ahhhhhh!!!....
-¿Qué tú haces aquí, hermano? –dijo con inopinada tranquilidad un hombre de acento caribeño.
-¿Qué ha ocurrido? –preguntó a su vez un magullado Pancorbo Sarasúa.
-Que te caíste dentro de una alcantarilla, justo abajo de la calle. ¿Miraste bien? –el individuo encendió una pequeña linterna y la enfocó hacia el visitante.
-Tengo la chaqueta hecha una porquería, qué asco... Llame a alguien para sacarnos de aquí –demandó Pancorbo secamente, mientras tanteaba sus bolsillos en busca de su valioso móvil plateado de 15 gramos y última generación, con vibración infrasónica y 726 melodías entre otras muchas prestaciones.
-Eso va a ser difícil, me temo... –dijo el habitante del subsuelo con un timbre de voz inquietante.
-¿Usted qué hace aquí abajo como si fuera una rata? –Pancorbo acababa de comprobar que, pese a las indicaciones del fabricante, la batería de su móvil se había descargado completamente en apenas unas horas.
-Pues aquí estamos, qué remedio –el caribeño se puso la linterna entre las piernas, proyectando una luz fantasmal sobre su rostro antes de proseguir con un tono deliberadamente mucho más pausado. -Desde que me echaron del trabajo que tenía en Cuba todo han sido sinsabores.
-Pero yo le conozco de algo... No, no...
-¿Me conoces?, ¿de qué tú me conoces, amigo?, ¿sabes algo?... –se reacomodó junto al sucio muro en el que descansaba su espalda. -El que me arruinó la vida allá fue un español, por eso este país tiene una deuda conmigo. A ése si lo agarro lo mato, lo aplasto como a una lagartija... El hijodeputa presumía de manejar solamente Audis, ¿qué auto tú tienes, hermano?...
-Eh... Yo tengo un Seat, un Seat Ibiza, muy práctico...
-El comemierda era de una empresa grande de ésas, consultor o algo así. ¿Tú conoces, hermano?
-Bueno, yo es que tengo un kiosco de periódicos, no conozco bien a esos profesionales.
-El cabrón fue a quejarse, ¿sabes de qué, hermano?
-¡No!, ¡no!, ¡qué voy a saber! –dijo cubriéndose disimuladamente la cara con las manos.
-De que le había tuteado, ¿oíste?, de que le había tratado de tú al señorito hijodeputa – el caribeño volvió a dirigir la linterna hacia su accidental acompañante, deslumbrándole. -¿Tú tuteas a los que te compran los periódicos?.
-Siempre he preferido el tuteo en el trato.
-Claro que sí, nadie es más que nadie. Cuando el río suena, Dios le ayuda, ¿no? –inquirió el caribeño, quien se llevó de nuevo la linterna a su regazo, lo que permitió a su interlocutor observar cómo afilaba con una piedra un cuchillo robado a la oscuridad. –Algún día me encontraré a ese comemierda. Y ese día...
-Creo que voy a intentar gritar para llamar la atención de la gente de afuera.
-Yo no pienso salir... Oye, ¿ves este cuchillo?.
-Sí... –acertó a responder Pancorbo Sarasúa antes de que la linterna se apagase.
-¡Adiós!, ya me quedé sin batería, estamos jodidos...
-Voy, voy a pedir ayuda...
-Como te parezca, chico...
-¡Socorro!
-Oye, ¿tú no estuviste en Cuba alguna vez? De repente tu voz me resultó familiar.
-¡¡Socorro!!
-Tranquilo, chico. Más no puedes gritar, te vas a joder la garganta. Ya pasará alguien...
-¡¡¡Socorro!!!
-Oye, por cierto, ¿es buen carro el Seat Ibiza ése que tienes?, ¿corre mucho?...
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