miércoles, 30 de marzo de 2011

Pancorbo Sarasúa, un tropezón profesional

Me llamo Eusebio Pancorbo Sarasúa. La verdad es que soy un excelente profesional, competitivo como el que más. Y lo gano muy, pero que muy bien. En este punto permítanme que les diga que, aunque no puedo quejarme, tampoco debo agradecerle nada a nadie: cobro en la medida que aporto valor añadido a la firma a la que presto mis servicios. El otro día hablé con la encargada de recursos humanos y me confirmó la proyección al alza en mi proactividad y en mi índice de acción cooperativo-sinérgica, tal como habíamos dispuesto en mi personal career proyect para este ejercicio anual. Fíjense en la confianza que depositan en mí adelantándome los resultados del feedback meeting del pasado mes en el pantano de San Juan. Estuvimos allí tres días con Mr. Packerton, el norteamericano que cada año viene a hacernos el feedback. Este año apareció con unas chanclas y una camiseta nuevas. La gymkana consistía en esta ocasión en buscar, embutidos en trajes de buzo, latas de cerveza diseminadas por el monte. Ganó mi equipo, el de los E-Rangers; es un gran orgullo para mí haber contribuido a este triunfo. Al final, Packerton nos hizo ver, casi en la cima de la montaña, la importancia de una visión global para una buena performance en toda empresa moderna que se precie. Luego estuvimos trabajando más a fondo el tema “competitividad”. Nos pegamos hostias en grupo; yo le solté una buena a Mentado, el de valoración de riesgos para la zona de Asia. Me felicitó el mismísimo Packerton... Como trabajo 14 horas diarias –menos sería impropio de un profesional de banca de inversión del siglo XXI-, apenas tengo tiempo para otras actividades. No obstante, hago un hueco para el deporte (un completo programa de gimnasia pasiva de una hora en el gym de al lado) y para mi vehículo... ¿Es que no les he dicho aún que poseo un Audi serie limitada de 8 válvulas por cilindro, suspensión trasera independiente y una aceleración de 0 a 100 en apenas 3.8 segundos con un consumo de 8.8 litros a 100 km por hora? Estos coches requieren su mantenimiento, desde luego... Y hay que saberlos conducir, hay que tener clase para ello; es igual que un buen traje, ¿a qué se nota cuando lo luce un camarero y cuando lo hace un señor? A mí, ciertamente, me encanta vestir bien, y exijo que la gente lo haga si quiere hacerse merecedora de mi respeto. La imagen es fundamental en el mundo actual: imagínense a mí presentándome ante mis colegas vestido como un gañán o un estudiante de biología, ¿qué respeto podría merecer?... ¿Saben?, también me gusta mucho viajar, me atraen las culturas primitivas. Conozco los aeropuertos de media Europa y América, incluso el de Kuwait (se lo recomiendo especialmente por la óptima relación calidad-precio de su magnífico duty-free). No hay un hotel que sea igual a otro, se lo puedo asegurar. Ahora bien, en ese punto soy muy exigente: no me duelen prendas amonestar a un mal profesional si percibo un servicio por debajo de los estándares mínimos de calidad. Así como me exijo a mí mismo demando también a los demás una conducta profesional. Les cuento en este sentido que una vez me tuteó un empleado en un hotel de Cuba. No tardé en, tras reprender al desalmado, hacer llegar a la dirección el comentario pertinente. De veras, créanme, falta profesionalidad. Hasta el mundo de la política está falto de buenos profesionales. A este respecto he de decirles que no soy ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Creo que hay que dar la responsabilidad política a buenos gestores, a gente con una formación empresarial; si los gobiernos se comportaran más como empresas que como hermanitas de la caridad fomentadoras de la vagancia, nos iría a todos mejor, ¿no creen?... Pasando a otra cuestión, el otro día me llamaron al trabajo para confirmarme la llegada a casa de un pedido de Dom Perignon destinado a regar la próxima cena de Navidad. Espero encontrarme con mi familia –mi exmujer y mi hija (entre ustedes y yo, mi cría es mulata, lo que nunca he llegado a entender pues su madre es aún más blanca que yo)- en estas fechas tan señaladas. Se trata de varias botellas, puesto que todo el mundo sabe que sólo los primeros tragos de cada una de ellas son los que valen: el resto del champaña irá para alguna asociación benéfica, que también los pobres tienen derecho a disfrutar de estas celebraciones tan entrañables. Yo pago por la calidad, no importa cuánto: eso sí que se lo reconozco sin ambages. Si me divorcié de mi ex fue por sus excentricidades: hablaba de filósofos, escuchaba música clásica, leía cuentos y no sabía apreciar un buen vino español. La verdad es que soy un buen sibarita, jeje. ¡¡¡Ahhhhhh!!!....

-¿Qué tú haces aquí, hermano? –dijo con inopinada tranquilidad un hombre de acento caribeño.
-¿Qué ha ocurrido? –preguntó a su vez un magullado Pancorbo Sarasúa.
-Que te caíste dentro de una alcantarilla, justo abajo de la calle. ¿Miraste bien? –el individuo encendió una pequeña linterna y la enfocó hacia el visitante.
-Tengo la chaqueta hecha una porquería, qué asco... Llame a alguien para sacarnos de aquí –demandó Pancorbo secamente, mientras tanteaba sus bolsillos en busca de su valioso móvil plateado de 15 gramos y última generación, con vibración infrasónica y 726 melodías entre otras muchas prestaciones.
-Eso va a ser difícil, me temo... –dijo el habitante del subsuelo con un timbre de voz inquietante.
-¿Usted qué hace aquí abajo como si fuera una rata? –Pancorbo acababa de comprobar que, pese a las indicaciones del fabricante, la batería de su móvil se había descargado completamente en apenas unas horas.
-Pues aquí estamos, qué remedio –el caribeño se puso la linterna entre las piernas, proyectando una luz fantasmal sobre su rostro antes de proseguir con un tono deliberadamente mucho más pausado. -Desde que me echaron del trabajo que tenía en Cuba todo han sido sinsabores.
-Pero yo le conozco de algo... No, no...
-¿Me conoces?, ¿de qué tú me conoces, amigo?, ¿sabes algo?... –se reacomodó junto al sucio muro en el que descansaba su espalda. -El que me arruinó la vida allá fue un español, por eso este país tiene una deuda conmigo. A ése si lo agarro lo mato, lo aplasto como a una lagartija... El hijodeputa presumía de manejar solamente Audis, ¿qué auto tú tienes, hermano?...
-Eh... Yo tengo un Seat, un Seat Ibiza, muy práctico...
-El comemierda era de una empresa grande de ésas, consultor o algo así. ¿Tú conoces, hermano?
-Bueno, yo es que tengo un kiosco de periódicos, no conozco bien a esos profesionales.
-El cabrón fue a quejarse, ¿sabes de qué, hermano?
-¡No!, ¡no!, ¡qué voy a saber! –dijo cubriéndose disimuladamente la cara con las manos.
-De que le había tuteado, ¿oíste?, de que le había tratado de tú al señorito hijodeputa – el caribeño volvió a dirigir la linterna hacia su accidental acompañante, deslumbrándole. -¿Tú tuteas a los que te compran los periódicos?.
-Siempre he preferido el tuteo en el trato.
-Claro que sí, nadie es más que nadie. Cuando el río suena, Dios le ayuda, ¿no? –inquirió el caribeño, quien se llevó de nuevo la linterna a su regazo, lo que permitió a su interlocutor observar cómo afilaba con una piedra un cuchillo robado a la oscuridad. –Algún día me encontraré a ese comemierda. Y ese día...
-Creo que voy a intentar gritar para llamar la atención de la gente de afuera.
-Yo no pienso salir... Oye, ¿ves este cuchillo?.
-Sí... –acertó a responder Pancorbo Sarasúa antes de que la linterna se apagase.
-¡Adiós!, ya me quedé sin batería, estamos jodidos...
-Voy, voy a pedir ayuda...
-Como te parezca, chico...
-¡Socorro!
-Oye, ¿tú no estuviste en Cuba alguna vez? De repente tu voz me resultó familiar.
-¡¡Socorro!!
-Tranquilo, chico. Más no puedes gritar, te vas a joder la garganta. Ya pasará alguien...
-¡¡¡Socorro!!!
-Oye, por cierto, ¿es buen carro el Seat Ibiza ése que tienes?, ¿corre mucho?...

domingo, 20 de marzo de 2011

Mendilíbar Otero o el código podal

Jacobo Mendilíbar Otero tenía los pies planos. Esa insidiosa peculiaridad anatómica le había eximido en su infancia de fatigosos esfuerzos gimnásticos escolares, pero no podía cabalmente ser esgrimida, menos si cabe frisando los cincuenta años, para justificar el continuado olvido de sus gravosas obligaciones con el Fisco. No obstante, hombre de errático tino, Mendilíbar habría de espetar su insólita excusa podal al estupefacto inspector de Hacienda Cecilio Martiarena Rehberg, quien apenas tuvo tiempo de recular en su asiento ante la maloliente irrupción de unos enormes pies peludos y planos sobre el acta de turno.
-Podría también justificar esta situación por una deformidad congénita en el metatarso izquierdo -prosiguió su defensa Mendilíbar-, pero me parece ya suficiente con lo otro para detener este abuso.
El inspector Martiarena, reacomodado con cierto sofoco en el sillón, rescató el expediente aprisionado entre los pies de Mendilíbar y la mesa y descolgó el teléfono. No necesitó hablar demasiado.
-Ni se moleste en intentarlo. Defiendo mis legítimos derechos. Nadie puede detenerme por ello.
-Me parece que debería usted consultar con algún especialista -dijo el inspector, levantándose del mullido sillón, con gesto de pretendida tranquilidad.
-No, si a mi edad no hay ya plantillas que valgan...
-No me refería a ese tipo de especialista. No hablaba de un podólogo.
-¿No?, ¿de qué hablaba entonces?, ¿quizá de un psiquiatra?...
Un joven policía autonómico entró en el despacho con brío, la mano derecha asida a su porra y la izquierda a su pistola.
-A ver, ¿qué problema tenemos?
Mendilíbar levantó los pies y rindió saludo con sus dedos al policía.
-¿A que su tía de Córdoba no tiene un solo juanete?
-Yo no tengo familiares en Córdoba -desmintió severamente.
-¡Pero seguro que sí alguno con juanetes!
-¿Me está usted tomando el pelo, imbécil?
Mendilíbar Otero, ni corto ni perezoso, estiró su pierna izquierda en dirección al rostro del policía, hundiendo una de sus negras uñas en uno de sus ojos y otra en su mejilla. Un grito horrísono recorrió la cuarta planta del Edificio de Usos Múltiples.
-¿Ve usted, inspector? Este hombre se va a jubilar antes de tiempo. Supongo que le concederán una invalidez permanente, ¿no?
Martiarena Rehberg intentó poner pies en polvorosa, pero una patada en el bajo vientre le sorprendió con la mano en el picaporte.
-Quiero que destruya ese acta ahora mismo, ¡ahora!
-¡No puedo!, ¡no puedo!... ¡Tengo un papiloma en el pie izquierdo y un hongo en el derecho!
-Por ahí podíamos haber empezado. Disculpe todas las molestias -Mendilíbar se puso cuidadosamente los calcetines y abandonó cabizbajo el despacho.
Martiarena se mesaba los cabellos y el policía seguía en el suelo sin conocimiento.

jueves, 17 de marzo de 2011

Animales

Que si queríamos alguno de los diez cachorros de husky siberiano. Para evitar que los sacrifiquen. Los van a matar, pequeños, cachorros, con esa dócil mirada perruna que sirve de fachada a una incipiente conciencia llamada a truncarse prematuramente. Los sacrificarán personas normales, educadas en nuestra cultura cristiana: algunas incluso irán a misa todos los domingos. Quizá sientan algo de pena, pero nada más: son animales, no son como nosotros que fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza. Unos seres vivos sanos recién llegados a este mundo por la concatenación de un número inconcebible de sucesos cósmicos van a ser exterminados por otros seres vivos (algo) más inteligentes. Menos mal que no es pecado.

sábado, 12 de marzo de 2011

I wanna be famous!

Ver un episodio de algunas series televisivas estadounidenses para preadolescentes permite tomar el pulso a los valores sociales de nuestro tiempo en Occidente y otras sociedades bajo su influjo cultural. Para empezar, los guays en estas producciones son todos guapos y ricos (de todas las razas, por la debida corrección política). Eso sí, no son necesariamente inteligentes y están poco instruidos en todo lo que va más allá del uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales. Pero ser medio burros no les importa a estos chicos y chicas: es más, se sienten a gusto en su burricie cool, porque para estudiosos ya están algunos de esos freaks (gordos, gafotas o con alguna característica física a cuál más singular) que revolotean en torno suyo empollando, haciendo el tonto y, obviamente, sin comerse un rosco. Entre los freaks siempre hay algunos adultos: un excéntrico productor discográfico, un profesor chalado o un guardaespaldas descerebrado que no dejan de hacer esas gilipolleces que tanta risa causan al norteamericano medio (romper jarrones con un bate de béisbol, vaciar un extintor en una habitación, hacer carreras con caracoles con dorsal, wow!!). Por supuesto, toda esta gente no ve un libro ni en Kindle, ni en Ipad ni en pintura, se alimenta de comida-basura, escucha música-basura y ve exclusivamente telebasura. Lo que se transmite a nuestros jóvenes es que lo importante es hacerse famoso lo antes posible, ya sea como cantante, actor, deportista, skater o cualquier otra dedicación glamurosa (no como físico, oftalmólogo, filólogo u otros muchos rollos soporíferos).

"Famous" se llama precisamente una de las canciones más conocidas de una de estas series, Big Time Rush, que también es el nombre de una banda de pop creada para hacer caja por la empresa televisiva estadounidense Nickelodeon en colaboración con el gigante discográfico Sony Music (véase entrada dedicada al grupo en la Wikipedia española, redactada por buenos exponentes del lamentable estado de nuestro sistema educativo). La letra de esta canción es muy ilustrativa, con perlas como "¿Quieres pasear en una gran limusina?", "¿Quieres ser alguien que vive la vida?", "¿Necesitas ver tu nombre iluminado como los letreros de Hollywood?", "Puedes tenerlo, es el sueño americano" o "Famoso significa que eres el mejor" (brillante colofón de la canción). ¿No debe resultarnos esto inquietante, sabedores de que la tele es un medio de socialización mucho más potente que la escuela, donde lo que se vende es supuestamente otra cosa muy distinta? ¿Somos conscientes de la presión ejercida sobre los feos, los tímidos, los diferentes, los sensibles (que no sensibleros), los estudiosos que sueñan con ser médicos, arquitectos, químicos, periodistas (para hacer lo de Enrique Meneses o Iñaki Gabilondo, no lo de Terelu o lo del Jorge Javier) o escritores (no a lo Ana Rosa Quintana)?... Es cierto que no se trata de algo nuevo, que ya desde los 80 se nos vendía a los entonces jovencitos, a través de series como Fama o películas como Footloose o Staying alive, lo maravilloso que era hacerse famoso. Pero esto no ha hecho más que exacerbarse desde los 90, cuando aparecieron productos como Sensación de vivir o Melrose Place que ya retrataban a una juventud artificial (todos guapos y ricos) sumida en la banalidad más absoluta y sin la más mínima inquietud cultural, social o política.

No es de extrañar que muchos chicos y chicas de todo el mundo quieran imitar a esos y otros jovenzuelos divinizados en la tele, colapsando aquí en España los castings de Fama ¡a bailar!, Operación Triunfo e incluso Gran Hermano (como se trata de hacerse famoso, da igual que sea por esta última vía, en la que ni siquiera se valora el talento para cantar, actuar o bailar). El drama de estos chavales es que solo poquísimos serán los elegidos, los afortunados Bisbales y Bustamantes que pasearán en limusina, vivirán la vida y verán sus nombres iluminados en todas partes: el resto tendrá que conformarse con comer mierda con cualquier trabajo-basura mileurista (si acaso llega a los mil euros) o con seguir tomando indefinidamente la sopa boba en casa de sus padres. Entonces, si han interiorizado bien el mensaje de "Famous", se darán cuenta dolorosamente de que no son los mejores, de que solo son unos fracasados (una palabra que se pronuncia a menudo y con jocosidad en estas teleseries) a un nivel incluso más bajo que el de los freaks que rodean a sus ídolos televisivos. Y quizá se sientan tentados a emprenderla un día con esos vecinos suyos inmigrantes que algunos políticos señalan como culpables de su desgracia; nunca con Botines, Villalongas, Rocas, Correas, Florentinos, Joves o Fabras que, como todos sabemos, no tienen responsabilidad alguna en su situación.

domingo, 6 de marzo de 2011

Medidas escandinavas para 'egpañoles'

Mañana entra en vigor la limitación de velocidad de 120 a 110 km/h en las autopistas y autovías, una medida de ahorro energético a la que se opone casi el 70% de la ciudadanía (con la derecha política y mediática en bloque). Esto me hizo pensar que el Gobierno de Zapatero está aplicando políticas más propias de Estados escandinavos que de estos lares, donde sigue habiendo tanto energúmeno que circula a 180 con su coche de alta cilindrada (por supuesto, con pegatinas de la bandera de España con torito, medallón de alguna Virgen patria e Intereconomía sintonizada en el dial) rumbo a una batida de caza que terminará con el ahorcamiento de unos cuantos galgos viejos entre chascarrillos de lo más chusco sobre "palomos cojos", catalanes ("catalufos") y la última corrida en Las Ventas. Para acabar finalmente con los amigotes echándose unos cigarros en un bar objetor, metiéndose dos copazos de cognac y ojeando El Mundo, La Gaceta y algún periódico deportivo antes de volver a tomar el volante y retornar al hogar familiar a toda pastilla sin olvidarse de hacer una rápida visita a una veinteañera eslava en algún puticlub de carretera ("¿somos hombres o qué?").

Se me dirá que esta es una caricatura 'torrentil', pero no deja ser un retrato de esa España rancia real, no homologable a la Europa más civilizada, donde un presidente autonómico imputado por la Justicia besa el anillo de un arzobispo que lo elogia, manadas de salvajes alancean a un toro hasta la muerte y presuntos ciudadanos aplauden a quien pega fuego al bosque; esa España (yo prefiero llamarla 'Egpaña' para diferenciarla de la otra avanzada, que también existe) que se opuso a la bendita prohibición de fumar en bares y restaurantes y a la justa legalización de los matrimonios homosexuales, que se opondría con igual furia a que ingresasen en prisión los torturadores de animales ("no es pecado y no dejan de ser bichos, ¿no?"). Una España casposa que reivindica sin complejos la derecha político-mediática, pero que trasciende esa divisoria izquierda/derecha al ser una realidad transversal fundada en nuestras peores costumbres y tradiciones.

Mi buen amigo Julio estuvo precisamente ayer en una feria de submarinismo en el IFEMA junto a la cual se celebraba otra feria de caza en cuyos aledaños no faltaban los 4x4 verdes con pegatinas del torito y medallones colgados de la Virgen del Rocío. Entre otros ejemplares humanos, vio allí a un señor de buena familia vestido de montero y tocado con sombrero de fieltro al que acompañaban dos niños pequeños, provistos de una pistola y una ametralladora de juguete con los que acribillaban a todo el que se les cruzaba. Aquello no tenía nada de caricatura, lamentablemente. ¿Alguien tiene alguna duda de qué le parecen a ese papá ejemplar la limitación a 110 km/h, la prohibición de fumar en bares, las bodas gays o la supresión del toreo en Cataluña?...