sábado, 19 de febrero de 2011

Adiós, abuela Aurora

Mi abuela, Aurora Cabrera Muñoz, hacia 1919-1920. A la izquierda, con su madre Agustina Muñoz Calderín. 
Cuando un ser querido ronda los 95 años, sabemos que está en el tiempo de descuento de la vida y vamos ya asumiendo con resignación la cercanía de su inevitable muerte. Sin embargo, no deja de sorprendernos e impactarnos profundamente cuando al fin le llega la hora a esa persona.

Lo cierto es que todos los días muere mucha gente en el mundo. Casi todos son adioses de personas anónimas, a las que no se recordará en los telediarios o en las páginas necrológicas de los periódicos, gentes a las que solo llorarán sus familiares y amigos. Parafraseando a Isaac Bashevis Singer, yo no puedo dejar de preguntarme ahora mismo: ¿existe en algún lugar del Universo una placa recordatoria en la que conste que desde 1916 hasta 2011 vivió en Gran Canaria una buena mujer llamada Aurora Cabrera Muñoz, hija de Francisco Cabrera Benítez y Agustina Muñoz Calderín, la mayor de siete hermanos, a la que le gustaban la playa, los carnavales (que disfrutó antes de que los prohibiese la ridícula dictadura franquista), las plantas, gastar bromas el día de los Inocentes, la papaya y el aguacate con pan, que se casó con Nicolás González Macías, tuvo una hija, tres nietos y dos bisnietos, fue esmerada ama de casa y vigorosa protectora de sus deudos (¡cuántas veces nos llegó a decir a mis hermanos y a mí "ten cuidado al cruzar" o "no tomes agua fría sudando"!), solo una vez viajó fuera de la isla (a la vecina Tenerife) y murió en una cama de hospital antes del amanecer del 19 de febrero de 2011?. Gracias por todo, abuela.

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