viernes, 17 de diciembre de 2021

La insólita alianza transversal que amenaza nuestra democracia



Es impopular decir que subestimamos el número de idiotas a nuestro alrededor, tal y como reza la primera ley sobre la estupidez de Carlo Cipolla. Pero no por impopular es menos cierto: hay más tontos de lo que pensamos. La pandemia ha abierto los ojos a muchos que se resistían a aceptarlo. Algunos ya se dieron cuenta años atrás con sucesos como el Brexit, la victoria en EEUU de Donald Trump (y la grotesca traca final de su presidencia) y el procés en Cataluña. Siempre ha habido ignorantes y tontos, amén de energúmenos, pero nunca han hecho tanto ruido y tenido tanto poder como ahora gracias a la combinación de sufragio universal, Internet y redes sociales.

A día de hoy, muy cerca de la llegada del 2022, no es exagerado afirmar que la democracia y la seguridad en el mundo desarrollado están amenazadas por una legión de ignorantes e idiotas. Carl Sagan ya nos avisó hace décadas de los riesgos de una sociedad basada en la ciencia y la tecnología pero con una numerosa población ignorante y crédula: "Antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara". "Estamos a disposición del primer charlatán que nos pase por delante", dijo también de manera profética, como si vislumbrara el ascenso de individuos de la talla de Trump, Boris Johnson o Puigdemont. Un ejemplo de manual de las nefastas consecuencias de la pinza ignorancia-estupidez es el Brexit (también el procés, pero este, por fortuna para Cataluña y España, no salió adelante), un disparate consumado a base de mentiras a cuál más grotesca que amenaza no solo con hundir la economía británica sino con destruir la unidad territorial del Reino Unido. Pero el "bendito pueblo" (Pablo Iglesias dixit) habló...

No saber cuál es la capital de Francia, quién era Charles Darwin o cuál es la fórmula química del agua es propio de un ignorante, pero creer que la Tierra es plana o que hay microchips en las vacunas contra el covid-19 entra ya de lleno en otra categoría: la de la estupidez. Muchos terraplanistas y negacionistas del coronavirus no son propiamente estúpidos, ya que sus facultades cognitivas no están mermadas, sino más bien gente abocada a la estupidez por su fanatismo y cerrazón. La ignorancia tiene remedio, no así la estupidez. Por su parte, el fanatismo y la cerrazón tienen muy difícil cura.

Lo cierto es que una causa políticamente transversal hace que se junte en 2021 en las calles y en las redes sociales, para combatir al demonio de las élites globalistas-vacunacionistas comandadas por Soros y Gates, una variopinta mezcla de nacionalpopulistas, apolíticos irresponsables sin criterio, vándalos, ecomagufos, conspiranoicos y extremistas de izquierda. Esta gente ya estaba ahí desde hace mucho, pero no iban más allá de pasear sus banderitas (con toro, esteladas, soviéticas...), exhibir con orgullo sus rancias tradiciones (rejonear a una vaquilla, empujar al mar a un toro...), quemar gasofa con sus coches tuneados (como los chalecos amarillos franceses), ver Mujeres, hombres y viceversa, arrojar pilas usadas a la calle o la nevera vieja al barranco (muy típico de los cafres en Canarias), decir que todos los políticos son iguales, votar a John Cobra para Eurovisión, destrozar mobiliario público tras un partido de fútbol, consultar el horóscopo, tomar sesiones de reiki a distancia, comprar sal rosada del Himalaya, seguir a Íker Jiménez, vigilar con prismáticos los chemtrails o fumigaciones desde el cielo, culpar de todo a la CIA y el Estado de Israel, acusar de fascista a quien opina diferente (en Euskadi sí iban más allá de esto hasta hace no mucho)...

Dicha amalgama se aprecia sobre todo en Alemania, pero también se está manifestando en Francia, Italia, España... Sería simplista atribuir el fenómeno solo a la estupidez, el fanatismo y la ignorancia, obviando que hay un malestar social de fondo entre los perdedores de la globalización en el mundo rico. Porque los Miguel Bosé y los pijipis que compran sal del Himalaya son una minoría dentro del movimiento. Ese malestar queda muy bien reflejado en el poema del inglés brexiteer Chris McGlade, un tipo que no parece mala persona y a quien solo se le puede reprochar ignorancia y una cierta tosquedad (de la que se enorgullece como buen obrero del norte de Inglaterra). Alguien que dice alguna verdad incómoda, como cuando critica la ultracorrección política, y que expresa un sentimiento de humillación ante gente con estudios y más elevada condición social que le marcan cómo ha de actuar, pensar y hablar (cada vez que en España Irene Montero insta a decir niñes, un obrero decide votar a Vox). La mayoría de estas personas no son, es importante subrayarlo, ni fascistas ni mala gente. Su ignorancia les facilita comprar el discurso simplón nacionalpopulista que achaca todos sus problemas a los inmigrantes, la Unión Europea y un supuesto nuevo orden mundial de tintes siniestros. Buena parte del éxito del nacionalpopulismo estriba en erigirse en representante de esas clases sociales de Occidente golpeadas por la globalización y que se sienten despreciadas por las élites (aunque los líderes nacionalpopulistas sean multimillonarios como Trump o niños de papá como Johnson).

Lo más grave de esta nueva alianza que junta a extremistas de ambos signos, neojipis y puros ignorantes sin más adjetivos es su impermeabilidad a la razón. Lo que hay detrás es el fracaso de un sistema educativo que no ha sabido formar a ciudadanos con espíritu critico ni promover una cultura científica. La ciencia ha sido arrumbada por la proliferación de pseudociencias y otras mierdas esotéricas (los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad a este respecto). El declive de la religión en Occidente no ha venido acompañado de un auge de la racionalidad, ya que la religión tradicional ha sido sustituida por mucha gente por una neorreligión pret a porter en la que uno elige a la carta dentro de un amplio menú de sandeces: reencarnación, auras, cartas astrales, males de ojo... 

La quiebra del principio de autoridad ha contribuido a llevarnos a esta situación: lo que diga hoy un experto (no confundir con muchos tertulianos que cuñadean en la tele) no tiene más crédito social que lo que cuente un influencer ignorante. Esta es una sociedad en la que priman los clicks y los likes, en la que no venden la reflexión, el conocimiento y la profundidad sino el grito, el espectáculo, la superficialidad y la apariencia, en la que 2+2=5 si así lo decide la mayoría. Pero no nos engañemos: el 2+2=5 es incompatible con la pervivencia de una civilización tecnológicamente avanzada (al menos con una democrática, quizá sí con una autoritaria en la que no haya derecho al voto y sea obligatorio vacunarse). Sagan ya nos avisó. No podremos alegar que era imprevisible.





sábado, 6 de noviembre de 2021

Bendita Nada


Aunque beben de las mismas fuentes filosófico-teológicas, budismo e hinduismo difieren en lo que respecta al concepto de nirvana: para el primero, supone la extinción de la consciencia individual, su disolución en la nada; para el segundo, su reintegración en una consciencia cósmica. Pero ambas visiones no son incompatibles: la reintegración de la consciencia individual (Atman) en una consciencia universal (Brahman) podría serlo a su vez con la nada. Algo parecido apuntó en el siglo IX el monje irlandés Juan Escoto Erígena, que coqueteó con el panteísmo y estableció una osada identidad entre la nada y Dios. Siglos atrás, en oposición a Parménides, el también griego Leucipo había sido pionero en considerar a la nada como algo.

La Nada (no el vacío cuántico, siempre en ebullición, sino la pura nada) trasciende el espacio y el tiempo, por lo que para nosotros resulta inconcebible. Podemos imaginárnosla cerrando los ojos, tapándonos los oídos, cegando el resto de nuestros sentidos y sensaciones internas (cenestesia). Quedaría aún la consciencia personal, nuestra sensación de existir individualmente, que habría que borrar para llegar a ese inefable estado en el que sujeto y objeto se confundirían.

En la propuesta metafísica que expongo en mi libro Entre la Nada y el Todo: consciencia y evolución en el Multiverso, la Nada es un elemento clave para la existencia del Todo y de cada una de sus manifestaciones universales. Es una visión panenteísta en la que la consciencia (llámala Dios, si lo prefieres) informa el mundo material (como consciencia materializada) pero mora también más allá de este en la Nada (como consciencia pura).

En este esquema habría pues tres entes ontológicos: la Nada (la consciencia pura), el Todo (un objeto abstracto multiversal de naturaleza platónica, idéntico al espacio de posibilidades) y el Mundo (un objeto físico producto de una computación sobre el Todo informada por la consciencia). La computación, junto a todas las verdades matemáticas, sería un atributo de la consciencia pura. El Mundo estaría habitado por consciencia materializada (desde la de un quark o electrón hasta la tuya emergente personal) cuya raíz sería la consciencia pura. 

El vínculo entre la Nada y el Todo podría expresarse con una bella metáfora: el sueño de Vishnu. La consciencia pura sueña todos los mundos posibles, un revoltijo abstracto sobre el que toda consciencia materializada navega, a modo de un jugador en un videojuego, gracias al espacio y el tiempo. En el caótico totum revolutum del sueño de Vishnu no hay coherencia, propósito ni sentido: estos solo son posibles en un universo con un viaje ordenado de la consciencia a través del tiempo, ese filtro o tamiz del objeto multiversal que impide que todos los sucesos del mismo ocurran a la vez (una feliz ocurrencia del escritor de ciencia-ficción Ray Cummings, adoptada por el gran físico John A. Wheeler).

Tal vez la conciencia pura quiera salir de la Nada para saber lo que es ser algo en todas las formas posibles. Para descubrir el mal, el sufrimiento, el odio y el sinsentido, pero también el bien, el placer, el amor y el propósito.

sábado, 18 de septiembre de 2021

Monográfico sobre el pampsiquismo en el 'Journal of Consciousness Studies' (en torno a 'El error de Galileo' de Philip Goff)

(Imagen de David R. Ingham)

Si se me apareciera un gnomo por el campo y me prometiese una respuesta certera a cualquier pregunta profunda, pero solo a una (como la supercomputadora de Guía del autoestopista galáctico), tendría pocas dudas de cuál sería: ¿Qué es la consciencia? La resolución de ese misterio podría arrojar luz sobre otros interrogantes, como por qué existe algo en vez de nada, cuál es el origen y destino del universo, qué es el tiempo o si hay algún hueco para el libre albedrío.

El filósofo inglés Philip Goff vive con pasión su búsqueda de respuestas a ese respecto. Pampsiquista russelliano, Goff propone poner los cimientos de una ciencia de la consciencia posgalileana que atienda a la cara subjetiva e interna del fenómeno: la de la experiencia, que no es cuantificable por tener solo propiedades cualitativas (qualias como la rojez, la aspereza en el tacto, el sabor amargo, el dolor o el placer). Porque Galileo fijó los límites de la naciente ciencia moderna dentro de lo observable y mensurable, dejando deliberadamente fuera a la consciencia, que sería la naturaleza intrínseca de la materia conforme al esquema de Russell y Eddington (un planteamiento monista, ya que mente y materia serían las dos caras -una interna y otra externa- de la misma cosa).

Goff ha convocado a científicos, filósofos y teólogos para una edición especial en octubre de la Journal of Consciousness Studies destinada a debatir sobre su libro El error de Galileo, el pampsiquismo y las posibles bases de esa nueva ciencia de la consciencia: más de la mitad de los 19 ensayos remitidos (redactados por científicos y pensadores tan reputados como Carlo Rovelli, Sean Carroll, Lee Smolin, Anil Seth, Christof Koch, Annaka Harris, Keith Frankish o Galen Strawson) ya pueden leerse online. Lo que sigue son mis comentarios acerca de buena parte de ellos, así como de otros enfoques teóricos no incluidos. Unos comentarios basados en una visión monista pampsiquista no determinista que es la que desde hace un tiempo (yo antes no creía en el libre albedrío) me resulta más convincente.

El "problema difícil" de la consciencia, tal como lo acuñó hace décadas el influyente filósofo australiano David Chalmers, parte de una perplejidad que no deberíamos dar por obvia: ¿por qué habría de existir la consciencia?... Podría haber zombis indistinguibles de nosotros, capaces de hacer lo mismo pero sin albergar dentro esa cosa que todos sentimos tan íntima (nuestra mente), esa subjetividad interior tan innegable que llevó a Descartes a construir sobre ella toda su filosofía. Porque lo único de lo que no podemos dudar es de que tenemos una mente consciente. Que el resto también la tenga (que no sean zombis) parece una suposición muy razonable, pero es imposible de demostrar. Yo solo tengo la certeza de que existo yo: no hay manera de probar que tú (lector) -así como el resto de los seres vivos, incluyendo al propio Descartes- seas un mero autómata o computadora orgánica que ejecuta un programa. Ese escenario solipsista en el que uno es el único agente consciente del universo no es descartable, pero me parece más probable la existencia de una compleja red de agentes conscientes en interacción (es lo que cree Donald Hoffman).

A la hipótesis del zombi filosófico, popularizada por Chalmers, se llega necesariamente cuando nos comparamos con un ordenador, un objeto puramente mecánico que funciona recibiendo unos inputs, procesándolos conforme a un programa y generando unos outputs. ¿Qué necesidad tiene un ordenador de un mundo interior subjetivo? ¿Pero por qué las máquinas no lo tienen y los humanos (entre otros animales) sí?... El argumento de Chris Fields, bajo un enfoque pampsiquista informacional, es que no puede haber zombis porque todo ente material que procesa información es consciente. También lo serían los ordenadores, desde luego. Y las plantas. Y las bacterias. Y las partículas elementales, a su modo. O sea, que la pregunta de por qué habría de existir la consciencia sería la misma que la de por qué habría de existir la materia. ¿Hay algún materialista que hable del "problema difícil" de la materia?... Probablemente, las únicas explicaciones ontológicas al respecto (a por qué hay algo en vez de nada o a por qué existen los qualias y son como son) estén más allá de los límites de la ciencia, en el terreno de la metafísica. Ahí estriba uno de los pocos puntos de desacuerdo de Fields con Goff, al señalar que su aproximación fundamentalmente ontológica (y no tanto funcional) al problema seguramente sea infructuosa.

Como dice Goff, el pampsiquismo resuelve el "problema difícil" a cambio de toparse con el problema de la combinación: cómo se combinan dos entidades conscientes para dar lugar a una superior sin perder su individualidad y de manera que la superior se perciba como unitaria. Giulio Tononi y Christof Koch, artífices de la IIT (Teoría de la Información Integrada), lo resuelven ingeniosamente con su definición de la consciencia como la integración de un máximo irreducible de información en un cierto lugar del espacio. Cuando somos conscientes, nuestra mente se enciende y hace que se apague toda consciencia subyacente. Cuando dejamos de estar conscientes (en sueño profundo o en estado de coma), se vuelven a alumbrar los agentes que se hallan más abajo en el edificio jerárquico de la consciencia. Por ejemplo, nuestro hígado.

Annaka Harris no ve tal problema con la combinación (y coincido con ella), ya que es erróneo hablar de un sujeto de consciencia: lo que hace un Yo es la memoria, como conector de experiencias o qualias. Esta es una idea que parece tomada de Derek Parfit, para quien una persona es ese conector coherente -él lo llama R- a lo largo del tiempo de distintos contenidos conscientes. Para Fields, el problema se solventa si tenemos en cuenta que las experiencias son componenciales, pero no así los agentes que las experimentan: hace una analogía con las máquinas virtuales en una computación que me parece muy sugerente.

Annaka pone como símil una orquesta: el sonido de cada instrumento no pierde su singularidad al ser componente de algo superior como una sinfonía. Volviendo al hígado, nos dice que asumimos que ese órgano no es consciente solo porque no somos conscientes de él: ¡pero es que no lo somos porque nosotros no somos el hígado, sino nuestra mente emergente! La razón por la que la reencarnación me parece un absurdo lógico es la misma: si Zenón de Eleas se encarna en mí ya no es Zenón de Eleas (una cierta configuración de la materia/mente) sino yo (otra configuración). 

Otro problema para el pampsiquismo es el de la causalidad descendente, el que la mente pueda tener poderes causales sobre la materia. Para Sean Carroll, el cierre causal de la física hace que esa causalidad de arriba abajo sea imposible. Sería diferente si asumiéramos un modelo dualista mente-materia en el que la primera influyese de alguna forma sobra la segunda. El dualismo, que es el planteamiento de Descartes y la intuición de raíz religiosa de la mayor parte de la gente, es mucho menos convincente que el materialismo. Pero un modelo materialista no está para nada reñido con el pampsiquismo... ni siquiera con la causalidad descendente: Lee Smolin sostiene que esta última es posible si se ensancha el campo (incluyendo los qualia y su aún desconocida física subyacente) sobre el que rige el cierre causal. Resulta tentador pensar que las emergencias hacen que se amplíe el espacio de posibilidades, permitiendo ese poder causal. Precisamente, Smolin cree que si la consciencia ha favorecido la supervivencia (si tiene un valor evolutivo) es por tener ese poder. Por cierto, Smolin concibe la flecha del tiempo como la dirección de lo indefinido a lo definido. El tiempo no es algo emergente sino un precipitador activo de la realidad que crea con ello la consciencia. 

Carroll hace una enmienda a la totalidad al pampsiquismo, ya que no cree que los aspectos intrínsecos de la mente puedan introducir modificaciones en las leyes físicas que lleven a una reformulación de su muy contrastado marco teórico. Pero lo cierto es que la hipótesis pampsiquista da respuesta al misterio de la emergencia fuerte, a la súbita transición de lo no consciente a lo consciente: no habría tal misterio, porque la consciencia sería consustancial a la materia, no una emergencia de ella. Carroll carga contra Goff al considerar este la carga eléctrica (al igual que cualquier otra propiedad física) como una forma de consciencia. Es cierto que en el pampsiquismo russelliano no hay una relación causal, sino de identidad, entre las propiedades físicas y las mentales. ¿Pero no sería más atinado decir que la carga, la masa y cualquier otra propiedad física son, más que formas de consciencia, parámetros que definen una forma de consciencia?...

Otro duro crítico del pampsiquismo es Anil Seth, que propone dejar de lado el problema difícil y centrarse en lo que él considera el problema real de la consciencia: o sea, ir de los correlatos neuronales (del "esta parte a del cerebro se activa cuando yo siento b") a las explicaciones, a la búsqueda de los mecanismos subyacentes a las experiencias. Para Seth, el cerebro es un agente bayesiano, dedicado a actualizar en todo momento sus expectativas o predicciones a partir de información proveniente tanto de fuera como de dentro del cuerpo. En eso coincide con Carroll, pero Seth postula además que el cerebro fabrica una alucinación controlada dentro de la cual se incluye el propio yo. Las alucinaciones no controladas son aquellas disfuncionales para la supervivencia, caso de las producidas por ciertas drogas o por estados como la esquizofrenia: no son funcionales porque aportan información errónea para manejarse con seguridad por el tablero del mundo (no es buena idea tirarse por la ventana de un décimo piso al ver abajo, fruto de la ingesta de LSD, un mullido lecho de nubes rosas de algodón).

En su artículo, Robert Prentner comparte la teoría interfaz de la consciencia de Donald Hoffman (el realismo consciente): el tablero del mundo sería como la interfaz de usuario de un ordenador; y los objetos del universo, sus iconos en la pantalla. No vemos el mundo tal como es, sino del modo que mejor nos sirve para sobrevivir: los iconos están ahí como representaciones que aportan información para la supervivencia. Para Prentner y Hoffman, que al igual que Fields, Tononi y Koch aplican las matemáticas al estudio de la consciencia y toman a esta como punto de partida científico, hay una realidad externa compartida por todos los agentes conscientes (cada uno la percibe a través de su particular interfaz), pero esta no existiría sin la consciencia. O sea, no hay una realidad independiente de la mente. Por eso puede considerarse su teoría como idealista o inmaterialista al modo del obispo Berkeley. Lo que sí está claro es su realismo acerca de la consciencia: esta no sería una ilusión (la autoatribución por el cerebro de una vida privada interna), como creen Keith Frankish y otros. 

Desde una óptica puramente materialista y negadora de la existencia de los qualia, Daniel Dennet considera que algún día la consciencia de un individuo podría ser descargada y almacenada en un soporte no orgánico: lo importante sería la estructura y no el soporte. Pero supongamos que la digitalización de una mente (una tarea que ahora mismo nos parece hercúlea) fuera técnicamente posible: ¿esa mente en un archivo informático sería la misma?... La respuesta de quienes sostienen la idea de la mente corporizada (como Andy Clark, Francisco Varela, Antonio Damasio o el propio Seth) es clara: no, en absoluto. Y esto se debe a que la mente no es solo construida por el cerebro sino también por el resto del cuerpo. De hecho, hay estudios que muestran la influencia en nuestra psique incluso de organismos que viven en nuestro interior como la flora bacteriana del intestino. Y hasta de objetos extracorporales como unas gafas, una prótesis o un mando a distancia: es la llamada mente extendida (homologable al fenotipo extendido de Richard Dawkins en el ámbito de la biología). La consciencia en un hipotético estado incorpóreo podría ser algo irreconocible. Tanto para Dennet como para Michael Gazzaniga, la mente no solo es un fenomeno emergente (no fundamental) sino una confederación de módulos, un fenómeno descentralizado en el que no hay cuartel general y distintas narraciones compiten por imponerse. Esto último no lo veo reñido con una mente que sea fundamental en vez de emergente. 

Para Roger Penrose y Stuart Hammeroff, el cerebro funcionaría como un ordenador cuántico, pero con un componente no algorímico. Ese componente conectaría con una especie de realidad platónica más allá del espacio-tiempo, haciéndonos ver como ciertas algunas verdades que son indemostrables dentro del sistema cerrado del universo. Una inteligencia orgánica sería pues capaz de comprender y ser consciente, a diferencia de una computadora. Ese componente no computacional permitiría a la mente autorreferenciarse, esquivando la limitación impuesta a todo sistema por el teorema de incompletitud de Gödel (que prueba que ni siquiera las matemáticas son completas, al contener verdades no demostrables desde dentro). Porque cuando un ser consciente sabe algo, no solo lo sabe sino que sabe que lo sabe... y así sucesivamente en una regresión infinita. Douglas Hofstadter definió precisamente la consciencia como un "extraño bucle" autorreferencial.

Ferviente antirreduccionista, para Gazzaniga los cerebros son máquinas fabricadas por la selección natural que tienen poderes causales. Y la consciencia es un conjunto de representaciones simbólicas ligadas a esa maquinaria cerebral: en última instancia, un instinto que tienen todos los organismos vivos, ajeno a la inteligencia artificial. En ese último punto disiento de él y de Penrose (John Searle tampoco cree que un ordenador tenga o pueda llegar jamás a tener una mente) y me alineo más con la visión funcionalista de Dennet. Aunque obviamente voy mucho más allá que Dennet, al abrazar los qualia y el pampsiquismo. Un pampsiquismo no determinista a diferencia del defendido por Galen Strawson, que no deja espacio alguno para el libre albedrío.

Si el gnomo campestre diera cumplida respuesta (¡no admitiré como tal un 42!) a mi pregunta, intuyo que aquella podría también aclararnos conceptos como los de nada o infinito. Mejor dicho, aclararme... si acaso yo fuera la única consciencia del universo. ¡Juro que soy consciente!

*En mi libro Entre la nada y el todo: Consciencia y evolución en el Multiverso me he tomado la libertad de incluir una osada elucubración metafísica: que hay una consciencia universal (Brahman) que mora en la nada y percibe la no-nada (el todo) desde todas las perspectivas posibles (Atman) materializándose gracias una gigantesca computación multiversal.

**Sigan en Twitter a Philip Goff (@Philip_Goff) si están interesados en el pampsiquismo. Goff y Keith Frankish (antipampsiquista, pero no por ello menos amigo de Philip) tienen un muy recomendable podcast dedicado a la consciencia: Mind Chat.

martes, 10 de agosto de 2021

¿Mi fichaje por Los Angeles Clippers está en el espacio de posibilidades?



Que un equipo de la NBA fiche como jugador a un baloncestista retirado de 53 años es tan poco probable como que hoy (10 de agosto) la temperatura en la ciudad de Madrid baje hasta los 0 grados. Pero que me fiche a mí, al que esto escribe, entra ya en el terreno de lo absurdo. Sin embargo, no es un suceso físicamente imposible: no hay nada en las leyes de la física que lo impida, lo que hace que en principio forme parte del espacio de posibilidades.

La llamada telefónica esta tarde del presidente de los Clippers para ficharme no está en el mismo plano emergente que mi capacidad para afrontar las elevadas exigencias físicas y técnicas de un partido de la NBA. En el segundo caso hay una limitación insuperable de índole biológica. No así en el primero, que podría obedecer a algún capricho o trastorno mental del susodicho dirigente deportivo.

Mi inopinada incorporación a la plantilla de los Clippers sirve de ejemplo para asomarnos a dos cuestiones fascinantes: el verdadero tamaño del espacio de posibilidades y la existencia de contrafactuales. ¿Existe o llega alguna vez a iluminarse un mundo en el que yo juego en la NBA con 53 años sin ninguna experiencia previa?... El experimento de Elitzur-Vaidman, que puede utilizarse para detectar bombas que funcionan sin necesidad de detonarlas, demuestra que lo que no ocurre (al menos en nuestro universo) influye en lo que ocurre: lo contrafactual existe, aunque no se manifieste ante nuestros ojos, y en ello (en la superposición de todos los posibles) se funda la mecánica cuántica. La cuestión es determinar si hay alguna probabilidad, por ínfima que sea, de que sea yo en vez de un reputado profesional quien reciba esa llamada telefónica desde California.

Demos otra vuelta de tuerca: me convierto en titular indiscutible de Los Ángeles Clippers (haciendo el ridículo en la cancha en cada partido) y encima me dedico a meter canastas en propia y dar pases deliberados al contrario. Todo ello seguiría siendo compatible con las leyes de la física... Pero he aquí la clave: quizá no con las leyes que rigen lo social (una emergencia de lo psicológico, a su vez emergente de lo biológico, a su vez emergente de lo físico). Porque, ¿qué grupo humano permitiría algo semejante? En el muy improbable supuesto de que no interviniera la NBA o la Justicia californiana o federal, mi continuidad en el equipo tendría un coste muy alto: mi seguridad (y la del abducido entrenador, así como la del presidente) estaría constantemente en peligro y cada partido se vería salpicado de hechos violentos a manos de fans enfurecidos. Más de un compañero del equipo perdería asimismo los nervios. ¿Hay leyes sociales que impiden que ese suceso aberrante (mi estancia activa durante toda una temporada en el club angelino) forme parte efectiva del espacio de posibilidades, de igual modo que hay leyes psicológicas que me disuaden de actuar en contra de mi equipo, leyes biológicas que me impiden dar una zancada de 10 metros y leyes físicas que me impiden dar un salto hacia arriba de 400.000 kilómetros en un segundo?...

Mi sospecha es que el espacio de posibilidades es tan grande como la suma de lo que todas las mentes del Multiverso pueden imaginar. Pero sola una muy pequeña fracción de ese espacio se corresponde con lo físicamente posible (una fracción aún menor con lo biológicamente posible, y así de manera decreciente a medida que ascendemos en complejidad en la pirámide de emergencias). Ello no obsta para que sucesos o universos físicamente imposibles puedan materializarse en sueños, ficciones (como las de Borges o la que me ubica en la plantilla de los Clippers en 2021) o alguna simulación informática como el San Junípero de Black Mirror. Haciendo así posible lo imposible.

miércoles, 4 de agosto de 2021

España arde tras ser negada a Kiko Matamoros la autoría de la Sinfonía Renana de Schumann


Pocos sospechaban la tormenta que se avecinaba cuando un popular confidencial digital confirmaba este lunes a bombo y platillo una sospecha barruntada desde hace años por algunos expertos: la de que Kiko Matamoros no compuso la sinfonía número 3 Renana de Schumann. Solo minutos más tarde, Jorge Javier Vázquez despedía la entrega diaria de su programa Sálvame en Tele 5 con unas inquietantes palabras. "Ab imo pectore: manducare estercore a solis ortu usque ad occasum", decía con gesto grave, ante una audiencia ya confusa y sobrecogida, el popular conductor televisivo.

Matamoros se halla en paradero desconocido desde entonces (no pocos temen incluso por su integridad). Su compañera de trabajo Belén Esteban salía rauda en su defensa: "Jorge Javier tiene más razón que un santo en esto y no me duelen las prendas de decirlo. Sus palabras me han dejado con un nudo en la garganta. Esto es una falta de respeto a Kiko que no voy a pasar, y el que venga con la más mínima tontería la va a tener gorda conmigo, ya sea renano, renana o lagarterana. Es una puta vergüenza todo".  

Convocadas por Whatsapp y Twitter, miles de personas salían a las calles para protestar bajo el lema de #YoTambiénSoyKiko. El conocido catedrático constitucionalista Jaime de Sota Bamberg ha sostenido el principio de in dubio pro Kiko desde que este asunto empezara a ventilarse públicamente hace años. El argumento del constitucionalista es que no puede descartarse un "isomorfismo espurio", incluso la posibilidad de que el compositor alemán haya plagiado al tertuliano de Sálvame amparándose tanto en la Alianza de Civilizaciones de José Luis Rodríguez Zapatero como en un artículo secreto del Estatut catalán. De Sota ha anunciado que demandará al expresidente del Gobierno por, según afirma en una nota enviada a los medios, "haber propiciado durante su ejercicio del poder el clima moral en el que se inscribe esta infamia".

"Es muy fuerte no reconocerle la nana de Chuman al bueno de Kiko, qué fea es la envidia. Cuánta gente mala y retorcida sin entrañas hay en el mundo", declaraba a Tele 5 el torero Ortega Cano. Los descendientes del músico germano se mantienen en silencio, lo que ha encendido la ira del polígrafo Yoyas, que estallaba en su programa web en la nueva plataforma de contenidos juveniles de la susodicha cadena privada: "Callados como putas están. Y casi mejor, porque como venga algún cabeza cuadrada a decirme algo a la cara, le reviento los cojones".

Aunque el informe pericial que niega a Matamoros la composición de la conocida pieza sinfónica parece concluyente, la justicia será la que diga la última palabra.

martes, 20 de julio de 2021

Adiós a Fidel (escrito en el verano de 1993)



Ordenando cajones hace unos días me encontré con una grata sorpresa: un reportaje escrito a máquina (lo daba por perdido desde hace años) en 1993 tras coincidir en una guagua en Key West (Cayo Hueso) con balseros recién llegados de Cuba. A mi vuelta a España de aquel viaje con mi amigo José Miguel Santos por toda la costa este de EEUU y Montreal, mandé el texto al diario La Provincia, en el que había hecho prácticas el verano anterior: nadie me respondió y, obviamente, no se publicó (por entonces, criticar al régimen cubano era poco menos que propaganda fascista). Pues ha llegado la hora de hacerlo, coincidiendo casualmente con la insólita ola de protestas callejeras en la isla. Me limito a digitalizar esos cuatro folios (con algún error en las tildes) que ya empezaban a amarillear. ¡Ya han pasado 28 años! (y sigue habiendo gente en Occidente que aún cree en dictaduras del del proletariado o democracias populares).

ADIÓS A FIDEL

"Compatriotas, ojalá tengan mucha suerte en este país", desea a los pasajeros, a modo de despedida, un miembro de la Fundación Nacional Cubano-Americana, organización ultraconservadora que presta asistencia a los recién huidos del régimen castrista. Son las siete y media de la mañana en la estación de la compañía Grayhound de Cayo Hueso (Florida), punto más meridional de EEUU, a solo 144 kilómetros de Cuba. La guagua inicia un viaje de casi cinco horas hasta Miami, la meca del exilio cubano, una ciudad en la que se habla más español que inglés.

"En los libros se dice que los comunistas son gente humilde, pero en Cuba no es así. Allí son ellos los privilegiados", dice María, uno de los 28 cubanos llegados a las costas de Florida hace apenas 24 horas tras una precipitada huida de la isla. Todo comenzó para María, su esposo Eduardo y su hijo de siete años Wilber a las 10 de la mañana del sábado 21 de agosto de 1993 en su pequeña localidad pesquera de Santa Isabel, en el norte de la isla, a unos 200 kilómetros de La Habana. María y su marido dijeron en el pueblo que iban a pasar el día en el monte. Se trataba de no levantar sospechas entre los integrantes de los CDR (consejos de defensa de la revolución), los odiados comisarios políticos encargados de llevar a cabo un severo marcaje sobre todo aquel bajo su área de vigilancia. Ya en el monte, María y su familia se reunieron con otros fugitivos procedentes de La Habana para iniciar un largo recorrido por una zona pantanosa que les llevaría de nuevo a la costa, a una zona deshabitada donde Raúl, el padre de Eduardo, aguardaba con una pequeña embarcación con motor. El camino por los pantanos fue lo más duro. "El fango me llegaba hasta el cuello", relata María. "Los niños estaban sobre los hombros de sus padres y lloraban de miedo".

Ya de noche, una vez en la balsa, Raúl, con la orientación de la estrella Polar y del Camino de Santiago, puso rumbo hacia la ansiada tierra de la libertad, hacia aquel soñado lugar que en las noches más oscuras dejaba ver sus luces a los sufridos cubanos de la isla. Tras ocho horas de navegación por unas aguas infestadas de tiburones, la balsa era avistada por una unidad de la Armada norteamericana. Poco después, los 28 cubanos desembarcaban en la base naval de Cayo Hueso, una isla de deliciosas casas terreras y playas rebosantes de cocoteros que se ha convertido en punto de encuentro de neojipis, homosexuales, motoristas de Harley y artistas del más variado pelaje.

Al colegio sin desayunar

La escasez de alimentos en Cuba es dramática. El estado físico de los huidos es buena muestra de ello. "Allá ya no se puede vivir", cuenta María. "A los siete años ya no le dan leche a los niños. Mi hijo iba al colegio sin desayunar y pasaba muchas fatigas". Aún así, en el pueblo se está mejor que en La Habana, puesto que se puede criar algún cerdo o pescar, siempre en la orilla y con la absoluta prohibición de capturar langostas, reservadas para los mimados turistas. Estos se han convertido prácticamente en la única fuente de ingresos del país caribeño. La corrupción también permite ir escapando. María tenía un familiar trabajando en uno de los almacenes estatales que de vez en cuando le suministraba por encima de lo estipulado oficialmente. "En Cuba solo hay jabón para los funcionarios del Partido. Mi marido, que es mecánico y tiene que trabajar con mucha grasa, se tenía que bañar solo con agua".

A las privaciones de todo tipo se une el infernal calor húmedo de estas latitudes, superior a los 30 grados en agosto. Los habitantes de Florida combaten el calor con todo tipo de ventiladores y equipos de aire acondicionado. Sin embargo, para los cubanos de la isla, dados los cortes de energía eléctrica, el único alivio son las playas. Los apagones, que llegan a ser de veinte horas diarias, hacen que se pudra en las neveras la poca carne mezclada con soja que corresponde a cada cubano.

Segun los recién llegados, el descontento social es creciente. Aprovechando la oscuridad, empiezan a proliferar las pintadas y las caceroladas contra la dictadura. Además, la delincuencia crece peligrosamente. "En Cuba te matan para robarte un pantalón vaquero", señala uno de los huidos. Estos cubanos no creen en una transición pacífica. Piensan que la ceguera de Castro conducirá a un derramamiento de sangre. La dolarización de la economía isleña puede contribuir al encendido de la chispa, al convertir en ciudadanos de segunda a aquellos que no cuentan en Miami con alguien de quien recibir dinero. María asegura que, una vez empiece a trabajar y a ganar dólares, ayudará económicamente a los miembros de la familia que aún permanecen en la isla.

Los fugitivos miran absortos a través de los cristales de la guagua. Un mundo totalmente diferente al que dejaron en la isla se abre ante sus ojos: autopistas, lujosos centros comerciales, coches fabulosos... Estamos a punto de llegar a Miami, donde les esperan otros voluntarios de la Fundación Nacional Cubano-Americana para facilitarles todo tipo de ayuda. La Iglesia católica también les ha prometido apoyo para salir adelante en un país cuya nacionalidad podrán obtener tras un año de residencia. Lo más difícil de la aventura puede que comience ahora, en una nación que ofrece multitud de oportunidades pero que no tiene compasión con los perdedores. Ganas de trabajar y de lograr honradamente una vida mejor sobran en todos estos hombres y mujeres escapados de la pesadilla castrista. 

Cubanos en Florida

Lo último que haría Fidel Castro en su vida sería darse un paseo sin escolta por la calle Ocho de Miami. Una turba de enfurecidos disidentes daría en poco tiempo buena cuenta de sus barbas. La importancia de la comunidad cubana de Miami se ha venido acrecentando desde el inicio de la revolución, cuando los primeros exiliados se establecieron al principio de esa famosa calle -en la que se dio en llamar la pequeña Habana-, hoy día deteriorada por la marginación y la delincuencia. Los cubanos de Florida cuentan en la actualidad con sendos miembros en la Cámara de Representantes y en el Senado norteamericano, así como con el periódico en español -El Nuevo Herald- de mayor tirada de EEUU. La comunidad cubana se ha convertido en un influyente grupo de presión, estrechamente vinculado a un Partido Republicano que tiene aquí uno de sus más firmes feudos. Gran parte de una cierta mala fama de los cubanos del exilio se debe a los marielitos, llegados a Cayo Hueso en 1980 desde el puerto de Mariel. El astuto dictador cubano no desaprovechó entonces la ocasión de mandar a EEUU, junto a presos políticos, a un puñado de delincuentes comunes. Muchos marielitos se instalaron en Miami Beach, espantando a la comunidad judía del lugar y convirtiendo la zona en una de las mas peligrosas de la ciudad. El precio del poder, interpretada por Al Pacino, es una muestra de la degradación moral a la que llegaron algunos de aquellos disidentes.



jueves, 8 de julio de 2021

Cuando se dice estalinismo para exculpar al comunismo



El estalinismo es la coartada de muchos comunistas actuales en Occidente (siguen quedando algunos) para salvar de la quema al sistema que defienden. Para ellos, todas las atrocidades de los autoproclamados regímenes socialistas (del también conocido como "socialismo real" o "democracia popular", denominación a cuál mas grotesca) serían producto de una desviación aberrante atribuida a figuras como la de Stalin. Lo llamativo es que en todos los países donde se aplicó ese nuevo orden social ocurrió lo mismo: desastre económico, aumento de la pobreza, emigración, represión masiva y brutal, absoluta arbitrariedad del poder, delirantes proyectos de ingeniería social (con la China de Mao, la Camboya de los jemeres rojos y la monarquía hereditaria de Corea del Norte como ejemplos más siniestros) para alumbrar el hombre nuevo... Para la consecución de esto último se asumía cualquier coste y sufrimiento: si tenían que morir 10 millones de personas, pues adelante. La consigna "socialismo o muerte" es muy ilustrativa al respecto. No se trató pues de algo exclusivo de la URSS de Stalin o la China de Mao, atribuible a la paranoia psicopática de un dictador, ya que pasó en todos lados con mayor o menor crudeza. Realmente, el tirano georgiano y sus homólogos en el resto del mundo (incluso la deriva totalitaria de movimientos armados de inspiración leninista como ETA) fueron frutos inevitables de un vicio ideológico de partida: la dictadura del proletariado.

Solo desde una visión utópica o "no limitada" (unconstrained es el término utilizado por el afroestadounidense Thomas Sowell) de la naturaleza humana podía uno creer que eso tenía alguna posibilidad de salir bien. Dicha visión incluye la ingenua confianza en supuestos gigantes morales que como líderes lo darán todo, de manera desinteresada, por el pueblo trabajador y el socialismo. Dar a una persona o grupo poderes ilimitados corrompe siempre, al favorecer sus peores inclinaciones. Porque todos tenemos, unos más y otros menos, un sesgo natural al egoísmo y el ensoberbimiento (también a la generosidad, desde luego). Si no hay límites claros al poder, si no hay un Estado de derecho, división de poderes y contrapesos varios, no es de extrañar que surjan los monstruos. Ya Trotsky decía al comienzo de la revolución rusa: "La intimidación constituye un poderoso instrumento político, y el que diga no comprenderlo es que se las da de santurrón". El líder bolchevique ignoraba que él mismo -y muchos de sus correligionarios- probaría en sus propias carnes esa medicina (en su caso, administrada con un piolet por la mano de un militante del PSUC catalán mandado por Stalin).

El gran error del marxismo, además de su determinismo histórico, es creer que somos una hoja en blanco al nacer, algo que la ciencia de verdad (el marxismo no es más que una presuntuosa pseudociencia) ha desvelado como falso: ya venimos con un software de serie recogido en nuestro código genético, que luego se modula con el ambiente. El egoísmo (también el altruismo, insisto) forma parte de ese paquete. Y siempre habrá psicópatas y malvados entre nosotros, así como gente normal que acabará maleándose si se les permite actuar sin límites en un marco que encima propugna el odio entre clases.

Los experimentos de ingeniería social es mejor hacerlos con gaseosa, dada la susodicha naturaleza humana (todo intento de reprogramar a las personas -salvo que se admita una más que inquietante manipulación neuronal- está condenado al fracaso) y la complejidad del mundo social. Por eso, para minimizar riesgos y estropicios, Karl Popper abogaba por el cambio gradual frente al revolucionario basado en el borrón y cuenta nueva. La evolución biológica no funciona así a las bravas: una mutación en los genes que regulan las estructuras anatómicas, de modo que se desarrollen unas alas en vez de unas patas, casi nunca suele tener un final feliz. 

Definirse en positivo es siempre más elegante y convincente que hacerlo en negativo, pero no debemos renunciar a esto último para marcar la frontera con lo inmoral y lo indeseable. Y lo cierto es que todo progresista no debe ser solo antifascista sino también anticomunista. Porque no se puede dejar de estar en contra de una ideología (obviemos innegables buenas intenciones de muchos de sus partidarios) responsable de tanta muerte y sufrimiento.

Por último me pregunto si un socialdemócrata en 2021 puede tener como aliados a autodeclarados comunistas (caso del eurodiputado de Unidas Podemos Manu Pineda) que rinden homenaje a regímenes como el chino. Un régimen que desde hace años exhibe lo peor tanto del comunismo como del capitalismo.




martes, 30 de marzo de 2021

Monismo russelliano, fisicalismo, pampsiquismo, panenteísmo, Todo y Nada en el mismo paquete


Keith Frankish y Philip Goff son dos de los filósofos actuales más interesados en el estudio de la naturaleza de la consciencia. Y de vez en cuando interactúan en Twitter (también suelen hacerlo David Papineau, Bernardo Kastrup y Richard Brown), para regocijo de quienes estamos interesados en estos asuntos. Para Frankish, la consciencia (que para él, en línea con Daniel Dennet, no deja de ser una mera ilusión) es "algo que hace la materia". Para Goff, es justo al revés: la materia es "lo que hace la consciencia". En mi humilde opinión, ambos yerran si adoptamos una concepción monista del mundo (conforme a Bertrand Russell) en la que materia y mente serían dos caras de la misma cosa única: la primera de ellas, tal como esa cosa se percibe desde fuera; la segunda, la subjetiva, tal como es sentida desde dentro (la consciencia sería pues "lo que se siente siendo materia"). 

Esta es una concepción en el fondo fisicalista, ya que la cosa única es consciencia materializada (o materia con propiedades mentales, que lo mismo da). Y coincido con Galen Strawson en que ello nos aboca necesariamente al pampsiquismo, que Frankish rechaza y Goff ahora abraza en su variante cosmopsiquista (que considera que el universo es un ser consciente, en el cual están integradas todas las mentes), tras haber coqueteado anteriormente con la micropsiquista (que considera que partículas elementales como electrones y quarks son conscientes) y la protopampsiquista (que sostiene que las partículas elementales no son conscientes, pero constituyen la base para la emergencia de la consciencia). David Chalmers, Giulio Tononi y Donald Hoffman tambien apuestan por algún tipo de pampsiquismo. Este último apunta incluso a la causalidad descendente (un anatema para muchos físicos), desafiando el enfoque ortodoxo reduccionista de la ciencia. 

¿Pero cuál es la naturaleza y origen de ese ente materia/mente?... Ahora viene mi desaforada especulación: no sería más que información obtenida de una computación cuántica a partir de un objeto que podríamos llamar el Todo y podría identificarse con el mito hindú del sueño de Vishnu. Ese sueño de la consciencia pura no materializada (llámala Vihsnu, Brahman, Dios o como te plazca) abarca todo el espacio de posibilidades (¡de hecho, es el espacio de posibilidades!) y, por tanto, todas las posibles historias del universo en cada una de sus escalas. La gigantesca computación permite a toda consciencia materializada navegar, con más o menos márgenes de libertad (determinados por el estado inicial de un multiverso, sus leyes físicas y la interacción con otros agentes conscientes materializados), por esa especie de videojuego multiversal del que se vale la consciencia pura (moradora de la Nada) para percibir el mundo (la no-Nada) desde todas las perspectivas posibles, ya sean elementales o emergentes. La materia sería pues el traje que se embute la consciencia pura para poder hacer un recorrido por un multiverso. Un traje que, conforme a lo antedicho, impone restricciones a quien se lo enfunda: ese constreñimiento, que hace posibles el orden, el raciocinio y el propósito, es el precio a pagar por salirse de la etérea nada.

Esta visión que propongo es panenteísta, ya que supone que la consciencia mora también (en modo puro o inmaterial) más allá del mundo físico que informa (o sea, más allá de todas las posibles manifestaciones del Todo) en una entidad que llamaremos la Nada. Y no es incompatible con el fisicalismo, ya que este sostiene que todo tiene un fundamento físico... ¡pero todo lo que existe (a su vez, un precipitado del Todo), lo cual excluye la Nada! ¿Entonces la consciencia pura NO existe? Parafraseando al infumable Heidegger, digamos que "nadea"...

lunes, 1 de marzo de 2021

Orden versus desorden aleatorio: la vida bajo una óptica pampsiquista



¿Cómo es posible que un fenómeno tan ordenado como la vida se sostenga y desarrolle sobre cimientos aleatorios?... Esto se planteaba Erwin Schrödinger en su libro Qué es la vida. El ilustre físico apuntaba a un mecanismo dinámico, a modo de un reloj analógico de precisión, integrado por un grupo relativamente pequeño de átomos ordenados y a salvaguarda del desorden térmico circundante. Se inclinaba en concreto por un cristal aperiódico o irregular, una molécula protegida (gracias a la estabilidad de su nivel cuántico de energía) del irrefrenable zangoloteo de partículas que impera en las escalas más pequeñas de la realidad. Las leyes físicas son la fuerza rectora que, domando ese maremágnum (que se minimiza, aunque jamás se anula, a temperaturas próximas al cero absoluto), ordena un universo de otro modo informe. A ellas se suma otra potente fuerza ordenadora de carácter emergente: la vida, que para Schrödinger no deja de tener un fundamento físico.

Pongamos que Donald Hoffman está en lo cierto y existe una red interactiva de agentes conscientes cuyo fundamento serían las mismísimas partículas elementales. Fotones, electrones o quarks toman decisiones binarias ad libitum, o sea como les plazca o se les antoje (es como si invitaran a miles de personas en una encuesta a elegir entre 0 y 1, suponiendo que no estuvieran sesgadas por alguna de las dos opciones: el resultado final, en virtud de la ley de los grandes números, sería lo que entendemos por aleatoriedad). La elección del espín (algo así como el sentido de su giro) por un electrón es su única libertad, el único espacio no sometido al yugo de las leyes de la física: a este yugo quedarían uncidas sus otras dimensiones o grados de libertad (el electrón no elige su carga eléctrica ni su masa ni sus movimientos de un orbital atómico a otro).

Por encima de estas partículas que procesan un bit de información están los átomos, las moléculas, las células... hasta llegar a la consciencia individual emergente que conocemos con la denominación de Yo. Un bit, dos, cuatro, ocho, 16, 32, 64... Los agentes conscientes por encima de electrones y quarks están fuertemente determinados por las decisiones aleatorias (mejor dicho, ad libitum) de estos, pero a su vez influyen sobre ellos: Hoffman desafía así un principio básico de la física, al admitir la causalidad descendente.

Tengamos en cuenta que en cada peldaño emergente se alumbra terra incognita del espacio de posibilidades, o sea este se ensancha (¿podría esto explicar la causalidad hacia abajo?). Cuando alguien te llama para darte una grave noticia, tu subsiguiente malestar físico es consecuencia de un impacto emocional: tu mente emergente, tras procesar dicha información (en el espacio de posibilidades de electrones y quarks no se incluye recibir una llamada telefónica), está influyendo en tu cuerpo. Y cuando alguien se suicida está afectando radicalmente a los órganos, tejidos, células y moléculas de su cuerpo... Aunque la ortodoxia científica (reduccionista, ya que solo admite causalidad hacia arriba) sostiene que dicho suicidio es producto en última instancia de una complejísima dinámica de electrones y quarks del suicida. Y que si tus átomos se hallan en la isla de Bali el día de tu boda es también fruto necesario de tu dinámica atómica, por mucho que te parezca una decisión tuya (o de tu novia) autónoma. 

Lo cierto es que tan pronto como en la evolución se alumbra (por muy improbable que sea) una molécula con un código autorreplicante, la aleatoriedad cede definitivamente el protagonismo al orden: la dinámica vital refuerza sobremanera la acción ordenadora de las leyes físicas, responsables de la formación tanto de esa molécula como de un átomo, una estrella o un planeta. El código perpetúa su información merced al mecanismo dinámico de ese cristal aperiódico, limitado por esas mismas leyes de la física de las que se vale. Aunque la copia del ADN es muy precisa, siempre hay unos pocos errores debidos a una aleatoriedad subyacente que no se puede erradicar en ningún mecanismo de relojería por mucho que nos acerquemos al cero absoluto de temperatura. Tales errores son de hecho necesarios para que entre en juego la selección natural, segando las copias menos aptas para la supervivencia y esculpiendo la complejidad de manera acumulativa.

Un cristal periódico o regular (como un diamante) es una manifestación de orden, pero no puede replicarse ni, por tanto, evolucionar por selección natural: un diamante es exactamente igual ahora que hace 300 millones de años, y no dejará de ser lo mismo (igualmente podría decirse de un huracán o un trozo de hielo, que portan escasa información). Solo un cristal aperiódico, tal como apuntó el gran físico austríaco que escribió Qué es la vida (redactado cuando aún se desconocía la existencia de los nucleótidos y del ADN con su doble hélice), puede contener información autorreproducible compleja y potencialmente inmortal. Pero para que la información genética se replique, así como para que sus portadores (los seres vivos) se mantengan luego con vida, es necesario robar orden del entorno en forma de energía libre (útil para hacer un trabajo): el orden o entropía negativa (neguentropía) de la vida se logra a costa de aumentar el desorden o entropía de su entorno, y su fuente principal de energía libre es el Sol.

Nuestras decisiones como humanos, pero también como ballenas, pangolines, abejas o bacterias, no se toman aleatoriamente: nadie se comporta (desde buscar pareja, hacer un flan o conducir un coche) en función de la cara o cruz de una moneda. Una vez que el orden vital toma las riendas, nada es ya arbitrario: hay ahora un propósito. Ahora bien, en los cimientos sigue habiendo ruido (agitación térmica y fluctuaciones cuánticas) y entes cuya conducta es imprevisible: la incertidumbre está asegurada en todos los niveles. Por eso, además de errores en la copia del código genético (causantes de mutaciones insospechadas), siempre hay algo que se rompe o estropea (¡todos acabamos muriendo!) o no sale conforme a lo planeado. Es lo que tiene vivir en un universo que tiende naturalmente al desorden (pese a permitir islotes de orden, gracias a las leyes físicas), y en el que además todos sus agentes conscientes no dejan de ejercer su reducido, amén de insondable, margen de libertad. Porque en una red interactiva de agentes conscientes tu libertad está constreñida tanto por las leyes fisicas como por la relativa libertad de aquellos.