jueves, 4 de octubre de 2018

Minimalismo, relaciones y sentido


Me ha gustado mucho un documental en Netflix titulado "Minimalismo: las cosas importantes". Se trata de un sincero y emotivo testimonio contra el consumismo, alejado de toda pose, que nos muestra el hartazgo de cada vez más gente (aunque, por desgracia, aún una minoría) con una cultura compulsiva de comprar y tirar que prima el enriquecimiento y la búsqueda de estatus social sobre el bienestar y la realización personal, las cosas sobre las personas, la cantidad sobre la calidad, la velocidad sobre la pausa, el ruido sobre la conversación y el silencio, la inconsciencia sobre la reflexión.

No descubrimos la pólvora al advertir que, más allá de un razonable límite, el dinero y el consumo no hacen felices a las personas: basta ver lo que dice la gente más inteligente y consciente que ha traspasado con creces ese umbral (no esperemos escucharlo de un imbécil como Trump), así como observar los estragos causados en algunos de ellos. Las relaciones personales enriquecedoras hacen mucho más por la felicidad (que, no olvidemos, es sobre todo un estado interior) que las cuentas corrientes y las posesiones, por muy abundantes que estas sean.

Mi amigo Luis me contaba emocionado ayer que en la despedida el martes de su compañero Golfillo querría haberle dicho un "Gracias" por una amistad de años que él aseguraba que le había hecho mejor persona. Pero no es improbable que su perro fuese capaz de leer en la expresión de Luis, en el momento de abandonar la existencia, lo que pretendía transmitirle. Esos mensajes sirven para justificar y dar sentido a toda una vida: la del que lo emite y la del que lo recibe. Esos gestos valen más que todo el dinero y las posesiones del mundo. Me recordó el reciente obituario de Alejandro Bolaños escrito en El País por su esposa, quizá la despedida más conmovedora de un ser querido que haya leído nunca: en el texto, Tereixa agradecía al bueno de Alejandro el haberla hecho mejor a ella (y, sin duda, a todas las personas que lo conocieron).

Cuando el Universo da un zarpazo a alguien bueno y querido (ya ande a dos patas o a cuatro), sea en forma de mortal accidente o de enfermedad incurable, pensamos en el sinsentido de la vida. Pero son precisamente las relaciones entre unos trocitos ordenados y conscientes de ese mismo Universo (Luis, Conchi, Golfillo, Alejandro, Tereixa, su hija Elba...) las que dan a estos su sentido y, de paso, al propio Cosmos aparentemente frío y amoral.

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