domingo, 27 de noviembre de 2016

Infarto ecológico-social: solo caben soluciones drásticas (y quizá reñidas con la democracia)


"Estamos en tiempo de descuento", afirmaba categóricamente el ecólogo Jorge Riechmann en un vídeo dirigido a los asistentes a las I Jornadas del Foro de Economía Progresista celebradas el pasado mes de octubre en Madrid. Ante académicos, periodistas y políticos de la izquierda española (del PSOE, Podemos e IU) allí reunidos, Riechmann recordaba que el cambio climático, el agotamiento de los combustibles fósiles y la destrucción de los ecosistemas y la diversidad biológica están conduciendo al choque del modo de vivir y producir de la humanidad con los límites biofísicos de la Tierra. Más tarde, el arquitecto y urbanista Fernando Prats insistía en que el riesgo de desbordamiento del planeta, con una población humana creciente y una lógica de desarrollo económico absolutamente insostenible, es algo muy real contra lo que hay que actuar sin más dilación.

Por supuesto, ninguno de ellos descubría la pólvora a los asistentes al advertir que está en juego incluso nuestra supervivencia como especie (supongo que en el encuentro no había ningún negacionista climático, creacionista o criatura homologable). Como posteriormente apuntó el economista Óscar Carpintero, de poco sirve mejorar la ecoeficiencia si esta va siempre acompañada de incrementos en el consumo: por ejemplo, es tan cierto que los coches modernos contaminan bastante menos como que cada día hay muchos más coches en nuestras calles y carreteras. Hace falta un cambio global en los patrones de producción y consumo, es necesario reformular la economía planetaria y adoptar un nuevo paradigma civilizatorio. Carpintero también desmintió el tópico de la inmaterialidad de la economía digital: la creciente fabricación de circuitos integrados, móviles, tabletas y otros gadgets tecnológicos requiere de metales, consume energía y genera residuos (algunos de los cuales son peligrosos). Esto no puede seguir así. Por si aún no ha quedado claro, volveré a repetirlo en voz alta: ¡Se nos acaba el tiempo!

I Jornadas del Foro de Economía Progresista.

Si pocas o ninguna duda hay con respecto al diagnóstico, otra cosa bien distinta es cómo afrontar el gran problema. Ahí está realmente el meollo del asunto, en torno al cual giraban principalmente las jornadas: no tanto en las medidas a tomar (sabemos más o menos qué es lo que hay que hacer) sino en cómo construir relatos políticos alternativos convincentes y llevarlos a la práctica por la vía democrática. Es dramático que, como dijo Carpintero, las empresas más exitosas sean precisamente las que más costes repercuten (¿serán por eso mismo las más exitosas?) sobre la sociedad que compra sus productos. Peor aún es que los políticos más infames, los demagogos y populistas más impresentables, sean los más premiados en las urnas. La economía del bien común, de la que apenas se habló en las jornadas, ya tiene una propuesta tangible para poner firmes a las empresas: se trata de incentivar a las buenas y desincentivar a las malas. Sin embargo, al igual que otras iniciativas como la llamada economía colaborativa, no parece suficiente para afrontar el reto a corto plazo: la razón es que no hay todavía masa crítica ciudadana para hacer palanca.

Centrémonos ahora en la actividad política. Hay que tomar medidas contundentes (quizá hasta sea necesario plantearse un decrecimiento económico), pero en una democracia dependemos de los votantes. Si el electorado no ejerce suficiente presión sobre los políticos, seguiremos instalados en un círculo vicioso: el desinterés de los ciudadanos impide que se incluya el problema en la agenda de los políticos (ellos saben que proponer medidas impopulares no les llevará al Gobierno), quienes harán poco o nada y no serán por ello castigados en las urnas (sí lo serán por otras cosas como abrir las puertas a la inmigración) por unos electores más preocupados por el fútbol o la telebasura. Es necesario empoderar a la gente a través del voto y el consumo, las dos grandes armas que tiene todo ciudadano en una democracia. Pero quizá ya no haya tiempo para ese empoderamiento, porque la educación, el espíritu crítico y la concienciación necesarias no arrojan frutos a corto plazo. Hay que reconocer con pesar que no las hemos cultivado suficientemente, no solo en España sino en el resto del mundo. ¿Y entonces qué?...

Ante la gravedad de la situación, creo que hay que adoptar medidas excepcionales a nivel global, implicando al menos a Estados Unidos, la Unión Europea, China, Rusia, India y Japón: debe constituirse una especie de gabinete mundial de crisis, bajo el paraguas de Naciones Unidas, para sortear un peligro que ya es existencial. Por desgracia, sospecho que la solución está reñida con más democracia, al contrario de lo que sostiene el discurso izquierdista biempensante (¡recordemos que el Brexit, Trump, Erdogan, Putin, Daniel Ortega, Le Pen y el presidente filipino de turno son frutos de la democracia!). Para salvar no solo a la humanidad sino a la propia democracia, quizá haya que replanteársela en la línea propuesta por la epistocracia. Sé que lo que digo resulta difícil de tragar para mucha gente progresista, pero yo sinceramente no veo otra salida.

El siguiente símil es políticamente muy incorrecto, pero bastante ilustrativo: cuando un matrimonio con tres niños pequeños viaja en coche a algún lugar distante, es uno de los padres el que está al volante y son solo ambos quienes deciden la ruta y dónde repostar o comer. Poner al volante a un niño de seis años porque ha obtenido tres votos (el suyo y el de sus hermanitos menores) contra los dos de sus padres no parece muy razonable. Es muy triste que millones de personas en Estados Unidos nieguen el cambio climático, ya sea porque lo han oído en Fox News o a la salida de la iglesia o porque lo han leído en el Facebook de sus amigos, pero mucho más penoso es que a resultas de ello salga elegido un presidente como Donald Trump que puede comprometer el futuro del mundo entero. La democracia es una idea muy noble. Sin embargo, asociada con la burricie en una situación extrema como la que nos acecha, puede empujarnos definitivamente al abismo.


4 comentarios:

  1. Sin solución caeremos en el abismo y con suerte sobrevivirán los mas fuertes no necesariamente los mejores.

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  2. ¡Exacto, Emejota! De no actuar, vamos camino de un escenario como el de 'La carretera' de Cormac McCarthy o el de 'Mad Max': sobrevivirán en principio los más bestias, que más tarde acabarán autodestruyéndose.

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  3. No soy muy optimista, la cosa está muy jodida y cuánta más cordura necesita la humanidad y el planeta,
    mas empeñados parecemos en dar poder a descerebrados negacionistas y a neofascistas. Ojalá me equivoque y podamos contrarrestar todo ese afán autodestructivo. Eso sí, que el desatre nos coja luchando, plantando árboles o lo que sea es lo minimo por la gente nueva que no debe culpa y por el resto de seres vivos a los que arrastramos en nuestro disparate

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