Hace ya mucho que me contaron la historia del Doctor Galleta, un curandero de Talavera de la Reina que se había hecho rico en los años 60 y 70 con un muy sencillo y original método terapéutico. Daba igual de qué enfermedad se tratase, desde una urticaria hasta un cáncer pasando por una alteración psíquica: el Doctor se dedicaba a administrar una simple galleta de supermercado a sus pacientes, que debían masticarla en su presencia para sanar (para ser rigurosos, el paciente se comía un tercio y dejaba los otros dos para el Doctor y la Virgen del Rosario, respectivamente).
Su reputación llegó a oídos del cantante cubano Antonio Machín, quien contactó con él a través de una tercera persona para pedirle que se desplazara a Madrid a darle de probar la milagrosa galleta. Fue la única vez que hizo una visita a domicilio, ya que tenía por norma no moverse de su casa para trabajar. En Talavera aún recuerdan las colas a las puertas de la residencia del Doctor, que de vivir hoy sería un anciano de 85 años.
No es descartable que durmiese cada noche de un tirón, como un niño chico. Y que estuviese orgulloso de su actividad profesional (no menos que el mejor de los médicos) hasta el final de sus días. Que probablemente no fueran menos felices que los del común de los mortales.
Entiendo que es facil ironizar sobre la profesionalidad un curandero al que la gente llamó Doctor Galleta. Yo hoy tengo 67 años y cuando tuve 17 hacía ya tres años que sufría una epilepsia recurrente que los médicos no acertaban a controlar. Aún recuerdo que me decian, con esa edad, que ya me podía olvidar de hacer cualquier actividad con algún riesgo, mucho menos conducir un coche por ejemplo. Mi familia a través de otro familiar oyó hablar del Doctor Galleta y finalmente me llevaron a Talavera de la Reina. En efecto el curandero tenia una larga fila de gente esperando para ser atendidos. Ví una persona que se encontraba en una sala sentado delante de una mesita con un vaso de agua delante. Al llegar frente a él me dio su famosa galleta del tipo María, nada especial, mientras él miraba fijamente el vaso de agua. La consulta fue corta, yo le dije brevemente lo que me ocurría, él me dió unas sencillas instrucciones que seguí al llegar a casa. A partir de entonces no volví a tomar medicamentos ni sufrir mas brotes de epilepsia. Tampoco volví a verle. Esa es mi historia y es como la cuento. Como lo hacía no lo sé, pero realmente le estoy muy agradecido. No todos los curanderos serán trigo limpio pero en este caso el nombre que el pusieron no le hacia justicia. ¡Saludos!
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