sábado, 13 de septiembre de 2014

Un extraño sueño con el karma de fondo

Anoche tuve un extraño sueño que me ha tenido reflexionando a lo largo de la mañana. Yo estaba en Vitoria, aunque el paisaje onírico era muy parecido al del barranco de Tejeda en Gran Canaria (mi isla natal). Iba en una especie de tren elevado y vi pasar en sentido contrario a un amigo español residente en Washington -se le veía muy contento- que viajaba de turismo a la capital vasca con quienes parecían ser unos familiares. Los trenes pararon, nos bajamos y tuvimos ocasión de saludarnos y expresar nuestra sorpresa por tan inesperado encuentro.

Mi amigo portaba bajo el brazo una especie de gran melón que se le cayó mientras charlábamos y, tras botar, se precipitó al abrupto barranco que se extendía más allá de la barandilla del paseo (insisto: ¡parecía Tejeda!). Yo le dije, bromeando despreocupado por el incidente: "¡A ver si le va a dar a alguien en la cabeza!". Lo cierto es que vimos caer el melón con una inquietante trayectoria que conducía directamente a una mujer que se encontraba más abajo, en un estrecho saliente, junto a una autocaravana. Al ver que el objeto iba a golpear con fuerza a su vehículo, la mujer se subió rápidamente al volante para intentar esquivarlo con alguna maniobra (eso fue, al menos, lo que pensé). Fue en vano. Encima, el impacto hizo que volcara la autocaravana con ella dentro y se despeñara por el abismo en medio de un gran estrépito, llevándose de paso por delante a algunas personas que estaban más abajo.

Mi amigo observaba absorto, con una incrédula sonrisa inicial -cuando el melón se le escapó- que se fue convirtiendo en mueca amarga y de consternación al seguir la caída del voluminoso fruto barranco abajo. Yo no sabía qué decirle. Nos habíamos quedado de piedra, en silencio. Solo se me ocurrió musitarle, con afecto: "Tranquilo, tú no tienes la culpa, Alberto". Pero no me cabía duda de que él había sido colaborador necesario -aunque involuntario- de esa tragedia. Como tampoco dudé de mi papel también necesario en esa historia: si no nos hubiésemos encontrado, no habría ocurrido.

Quizá este sueño guardase relación con mi lectura estos días del Libro tibetano de la vida y de la muerte de Sogyal Rinpoche (inspirado en el milenario Libro tibetano de los muertos o Bardo thodol) y del concepto del karma allí expuesto. Lo cierto es que una terrible desgracia había sucedido ante nuestros ojos solo por culpa de una infausta disposición de personas y objetos en el espacio-tiempo. Puesto que no había habido intencionalidad por parte de mi amigo, se trataba de un acto sin impacto kármico: o sea, conforme al budismo, no le acabaría pasando factura en esta vida o en una posterior. Si acaso, habría que culpar a las leyes de la Física.

Salvando las distancias, el sueño me recordó lo ocurrido hace unas semanas al ir en bici por un camino cercano a casa. Me topé de repente con una nutrida fila de hormigas, atravesando el camino todo a lo ancho, que no me dio tiempo a sortear (solo mato deliberadamente en defensa propia y, por fortuna, no he tenido que ir más allá de mosquitos intrusos). Si me hubiera quedado en casa, o hubiese optado por un paseo a pie, una docena de hormigas no hubiera muerto aplastada bajo las ruedas de mi bici. Ese día recordé, a su vez, la lectura de Un silencio escalofriante del físico Paul Davies, quien sostiene que el único temor a extraterrestres que debemos albergar es el de cruzarnos en su camino a modo de una columna de hormigas (los humanos no se molestan en matarlas, como tampoco en evitarlas si se les cruzan andando; esa misma indiferencia, pero hacia nosotros, es lo que cabría esperar de supuestos extraterrestres más inteligentes que los Homo sapiens).

¿Y la Justicia? El karma da una respuesta a esta pregunta al abrir el plano más allá de una vida individual. Porque si nos ceñimos a la única existencia que conocemos (la carnal en este Universo), es evidente que la Justicia no existe... Salvo que la vida sea como un videojuego ejecutado sobre el tablero del Multiverso en el que jugador y personajes fueran Uno y siempre el mismo (llámese Dios, Ser, Brahman, GADU, etc.). ¿Y por qué juega?... ¡Gran misterio!


PLATÓN O EL PORQUÉ (Wislawa Szymborska)

Por oscuros motivos,
en desconocidas circunstancias
el Ser Ideal ha dejado de bastarse a sí mismo.

Podría haber durado y durado, sin fin,
hecho de la oscuridad, forjado de la claridad
en sus somnolientos jardines sobre el mundo.

¿Para qué diablos habrá empezado a buscar emociones
en la mala compañía de la materia?

¿Para qué necesita imitadores
torpes, gafes,
sin vistas a la eternidad?

¿Cojeante sabiduría
con una espina clavada en el talón?
¿Desgarrada armonía
por agitadas aguas?
¿Belleza
con desagradables intestinos en su interior
y Bondad
-para qué con sombra,
si antes no tenía-?

Ha tenido que haber algún motivo
por pequeño que aparentemente sea,
pero ni siquiera la Verdad Desnuda lo revelará
ocupada en controlar
el vestuario terrenal.

Y para colmo, esos horribles poetas, Platón,
virutas de las estatuas esparcidas por la brisa,
residuos del gran Silencio en las alturas...

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