jueves, 1 de septiembre de 2011

Noche


¿Qué hago yo aquí, sentado en esta guagua medio vacía, contemplando cómo comienza a deshacerse esta noche que aún nos envuelve más allá de los cristales mojados?

Juraría haber estado asomado hace un momento al balcón del hotel de Maspalomas donde veraneaba con mi novia, sintiendo el aire fresco y perfumado de flores y salitre de una noche salpicada de lucecitas, con el mar, el cielo y las montañas confundidos en una negrura solo violada por los destellos periódicos del viejo faro.

Había salido afuera después de cenar y quedarme dormido en el regazo de mi abuelo, mientras echaban Un, dos, tres en la tele. Ya había hecho los deberes, después de que la oscuridad hubiese empezado a adueñarse de la habitación y a cercar mi cuna.

Tenía miedo y lloraba. No conocía la noche, porque había venido al mundo por la mañana.

Un cartel dice que quedan 15 kilómetros para llegar a Madrid. Ha amanecido y tengo 43 años.

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