Mi coche avanza por la autovía. Decenas de faros resplandecientes vienen a mi encuentro, desfilan veloces ante mis ojos para luego perderse rumbo a la gran ciudad; detrás de esas luces pueblan seres desconocidos, ajenos a mí, que no llorarán mi muerte. Jirones de nubes rosadas coronan perfiles montañosos que ya empiezan a difuminarse, a ser tragados nuevamente por la noche (me dispongo a conocer otra: ya son más de 15 mil). Estoy solo. La radio está encendida. Mi coche se mueve. La Tierra gira. El Universo se expande. Voy dejando atrás edificios de oficinas vacíos, oscuros solares poblados por matojos que no existirán el año próximo, trozos de asfalto que algún día fueron vida, tristes farolas oxidadas, piedras abandonadas a su suerte desde hace millones de años, fríos rótulos luminosos que no sienten ni padecen, árboles fijados al mismo suelo en que nacieron y morirán. En algunas casas hay ventanas iluminadas, gente que también desconoce mi existencia...
... Una línea de luz se dibuja en el suelo. Hay un rumor al otro lado. Abro la puerta y veo a mi hijo sentado en el salón, llevándose a la boca un trocito de fruta. Veo en sus gestos algo de mí. Él sí lloraría mi muerte. Ya estoy en casa.
Muy buen post. Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias, Alejandro. Me honra que lo diga alguien cuyos posts son todos buenos
ResponderEliminarExcelente texto.
ResponderEliminarGracias, Salva :)Un abrazo
ResponderEliminarMe ha encantado
ResponderEliminarGracias