Solo somos plenamente conscientes de las conversaciones que quedaron pendientes con nuestros deudos cuando estos ya se han ido para siempre. Ray Kurzweil, ingeniero de Google y gurú del transhumanismo y la Singularidad, quería volver a hablar con su querido padre ya muerto. Y se le ocurrió una forma posible de hacerlo: alimentando una red neuronal con todos los textos escritos por su progenitor. Así podría interactuar, tener una charla, saber lo que su padre opinaría de cosas que nunca llegó a ver. Y finalmente pudo interactuar con él. Entre otras cosas, le preguntó por el sentido de la vida, a lo que respondió: "El amor".
Un conmovedor episodio de Black Mirror, titulado "Ahora mismo vuelvo", cuenta una historia parecida en un futuro con una tecnología capaz de hacer realidad de la manera más inmersiva el sueño de Kurzweil: una mujer que pierde a su novio en un accidente de tráfico recibe en un paquete una fiel réplica física (un androide) de su pareja alimentada con toda la información recopilada sobre él gracias a los testimonios de ella misma y otras personas que lo conocieron, así como a sus datos en Internet y redes sociales (vídeos, audios, publicaciones escritas...). El androide, que no necesita dormir ni comer ni beber, puede tener con ella conversaciones con los mismos registros idiosincráticos (humor, ocurrencias, recuerdos comunes...) de su difunto novio. ¡E incluso relaciones sexuales! Lo único que precisa es recargar su batería conectándose a un enchufe.
Kurzweil abraza la esperanza, pese a su edad actual de 76 años, de subirse a la que llama curva de velocidad de escape de la longevidad (o sea, de escapar de la muerte por envejecimiento) para poder disfrutar, entre otras cosas, de la compañía virtual de su padre durante mucho tiempo. Más aún, confía en llegar a descargar su propia mente en un soporte computacional y así alcanzar una inmortalidad más a prueba de accidentes. Son algunas de las promesas depositadas en el advenimiento de la Singularidad, una fusión de cerebros humanos, inteligencia artificial e Internet que ya predijo hace dos décadas para 2045 en su libro La Singularidad está cerca. En 2024, a caballo de los espectaculares avances en el campo de la IA, ha publicado La Singularidad está más cerca, donde se ratifica en sus predicciones.
Si se alcanzara una Inteligencia Artificial General (AGI) a finales de esta década, se lograse un mapeo completo del cerebro humano (acaba de hacerse con el de una mosca), la genética, la biotecnología y la nanotecnología siguieran progresando de manera espectacular, la impresión en 3D se generalizara a todas las escalas, la realidad virtual (un campo todavía relativamente rezagado) llegara a ser totalmente inmersiva, se avanzase en la robotización/automatización y se solucionara el reto del abastecimiento barato de energía (solo aprovechamos una parte muy pequeña de la radiación solar que llega a la Tierra), muchas de las cosas que salen en la futurista Black Mirror podrían hacerse realidad. Estamos hablando de medicina regenerativa personalizada (con nanorrobots circulando por nuestro torrente sanguíneo), de impresión casera en 3D de casi cualquier objeto (por ejemplo, ropa y zapatos a medida y módulos habitacionales) o de paraísos virtuales a la carta. Y de palabras mayores como inmortalidad o consciencia ampliada (semejante a la que una persona sorda de nacimiento experimentaría al poder escuchar una pieza de Mozart), al conectar nuestros cerebros a una superinteligencia artificial con acceso a una gigantesca nube de datos.
Kurzweil insiste en que todo el mundo podrá beneficiarse de estos avances, de igual modo que casi todos los humanos tienen hoy en su mano un pequeño ordenador millones de veces más potente que el que guió el viaje a la Luna en 1969. La capacidad de computación es cada vez mayor, y su procesamiento cada vez más rápido y barato. El abaratamiento que ya se ha producido en bienes o servicios como los libros, la música o las telecomunicaciones (en 2024 es gratis escuchar música en Spotify, leer los titulares de la prensa digital, consultar cualquier cosa en la Wikipedia o ChatGPT o hacer una videoconferencia por WhatsApp o FaceTime con alguien que esté al otro lado del mundo) se extenderá a otros ámbitos como el de la producción de alimentos, ropa, menaje y herramientas, así como a la construcción de viviendas.
Pero Kurzweil no es ingenuo: en su último libro alerta del riesgo que presentan las políticas tóxicas. Conviene recordar que las maravillosas interacciones con ChatGPT y otros lujos tecnológicos de nuestros días son coetáneos a la existencia de Trump, Putin, Netanyahu, Maduro y Jamenei, la difusión de noticias falsas, los discursos de odio, las muertes de migrantes en el mar, la caída de bombas en Ucrania, Gaza y Líbano... "Si logramos acertar en estos desafíos políticos", asegura el profeta de la Singularidad, "la vida humana se transformará por completo. Históricamente, hemos tenido que competir para satisfacer las necesidades físicas de la vida. Pero a medida que entramos en una era de abundancia, y la disponibilidad de las necesidades materiales se hace universal -al tiempo que muchos trabajos tradicionales desaparecen-, nuestra principal lucha será por el propósito y el sentido". Uno de los retos será el de la transición de un mundo a otro, en la que humanos que se sintieran excluidos podrían recurrir a la violencia. Kurzweil no encuentra un problema en la limitación de recursos naturales no renovables, aventurando que casi cualquier objeto físico (desde un vestido o una herramienta a un órgano biónico o un plato de comida) podrá ser sintetizado por nanorrobots a partir de su formulación atómica.
Algunos piensan que un mundo sin muerte como el soñado por Kurzweil podría ser un escenario distópico al quitar sentido a nuestras vidas: sería precisamente su condición efímera lo que hace que sean tan valiosos nuestros propósitos, así como los vínculos con los seres queridos. Vivir eternamente de manera incorpórea podría privar de significado a nuestra existencia, convertirla en una pesadilla, hacer que perdamos todo rastro de humanidad asomándonos a una realidad tan desconocida como inquietante: la de la fusión humano-máquina. Aunque Kurzweil aclara: "Tu cerebro biológico permanecería, solo que ahora con una inteligencia añadida". En su reciente aparición en el podcast Brain Inspired, el físico y neurocientífico español Àlex Gómez-Marín es muy crítico con la eventual Singularidad y con un transhumanismo tras el que atisba un peligroso culto pseudorreligioso. Podemos compartir esa crítica en un plano teórico, pero cuando la muerte nos toca directamente llevándose a una persona amada nos resulta imposible pensar lo mismo. Vivir a merced de un "accidente sin sentido", como dice Kurzweil en su libro, no parece lo más deseable. Para el gurú estadounidense, argumentos como el de mi compatriota Àlex no dejan de ser un intento de "racionalizar la tragedia de la muerte como una buena cosa". Que conste que no estoy seguro de quién lleva razón a este respecto.
Otra critica que suele hacerse al transhumanismo es la de pretender enmendar la plana a la naturaleza, pero eso es algo que llevamos haciendo desde que hace miles de años empezamos a cultivar la tierra y domesticar animales. Como dice el biólogo Michael Levin en un maravilloso artículo: “la hibridación de la vida con la tecnología es aterradora cuando no puedes deshacerte del sentimiento infantil de que los humanos actuales son de alguna manera una forma ideal, creada y elegida (incluyendo el dolor lumbar, la susceptibilidad a infecciones y enfermedades degenerativas del cerebro, el astigmatismo, la esperanza de vida limitada, el coeficiente intelectual, etc.)". Si algún día pudiéramos cambiar las leyes del universo en aras de un bien superior, ¿por qué habríamos de renunciar a ello?... Es probable que pronto asistamos a cosas tan increíbles como las que el humanoide Roy Batty de Blade Runner vio más allá de Orión. ¿Quizá a una réplica exacta de Kurzweil charlando con una réplica exacta de su padre acerca del amor en tiempos de la superinteligencia en un salón de actos de un paraíso virtual como el San Junípero de Black Mirror?...
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