"Si hay algo masivo que te disgusta eres un aburrido, un arrogante y un cursi", escribe Elvira Lindo contra la cultura de masas en su oportuno artículo "La cobra del pueblo", publicado hoy en El País. No es nuevo el debate al respecto: ya lo han avivado estos últimos años intelectuales como Mario Vargas Llosa o Antonio Muñoz Molina. Lo cierto es que buena parte de lo que actualmente se considera cultura, incluyendo arte, música, literatura y cine, es pura basura comercial sin más valor que el de mercado (o sea, que el determinado por la simple concurrencia de oferentes y demandantes puestos en el mismo plano con independencia de su sensibilidad, talento y conocimientos).
Parece acertado el tópico de que sobre gustos no hay nada escrito y que las verdades en este ámbito son relativas. En su Crítica del juicio, Kant sostenía que las verdades estéticas son al mismo tiempo subjetivas y universales, ya que cada uno tiene las suyas pero espera que el resto del mundo las comparta. Sin embargo, es innegable que existen principios estéticos objetivos -caso del orden y la simetría- que parecen incrustados en las leyes cósmicas. El orden y la simetría en una pieza de Mozart son mucho mayores que en una serie aleatoria de ruido. A la hora de calificar objetivamente una obra de arte también hay otros criterios como la hondura emocional (no es la misma en "El grito" de Edvard Munch que en los Mickey Mouse seriados de Andy Warhol), la originalidad (se me antoja muy distinta en el Pedro Páramo de Juan Rulfo que en el último best seller de conspiraciones templarias o vampiros) y la destreza o ejecución técnica (resultan muy dispares las de Eric Clapton y el guitarrista de la típica boy band).
Este es un debate trillado donde ya nadie pretende descubrir la pólvora, pero ahora viene el giro argumental: ¿qué pasaría si se alumbrara este siglo la Singularidad prevista por Ray Kurzweil, esa especie de Superinternet biónica fruto de la conexión en red entre cerebros humanos, Internet y la Inteligencia Artificial? Estaríamos ante algo nuevo, ante un fenómeno emergente de características insospechadas y seguramente inimaginables: una superconciencia cuyas motivaciones quizá tuviesen poco que ver con las nuestras humanas (o sea, animales). Por la misma razón por la que hasta el más rudimentario ordenador no concibe que dos más dos pueda ser otra cosa que cuatro, esa superinteligencia consciente podría entregarse a un cribado sistemático de Internet para depurarlo de errores y contenido improcedente (no olvidemos que seguramente más del 90% de lo que está en la red es basura: insultos, falsedades, memeces, incorrecciones y disparates de toda índole). Todo lo que contradiga verdades bien contrastadas como que animales y vegetales tenemos un ancestro común, que el Universo tiene unas 13.800 millones de años o que Elvis Presley murió en 1976 no tendría cabida en el nuevo Internet gestionado por la Singularidad. Que los humanos fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza, que el Universo tiene 6 mil años y que Elvis Presley sigue vivo en 2016 solo tendrían cabida bajo el epígrafe "ficción", junto a los cronopios de Cortázar, el mundo alternativo de La trama celeste de Bioy Casares en el que Cartago destruyó Roma y las andanzas de Michael Knight con su coche fantástico.
Pero la cosa iría mucho más allá de purgar entradas en Wikipedia, en blogs y en páginas web, de eliminar troleces y spam a diestro y siniestro: ¿nos atreveríamos a descartar que esa superconciencia no haría también limpieza estética?, ¿pondría en el mismo plano una sinfonía de Beethoven que el "Gangnam Style", un texto de Jorge Luis Borges que otro de Dan Brown, una obra de Goya que otra de Damian Hirst, Black Mirror y un telefilme vespertino de serie B?... Y ya con esas, ¿por qué no habría de concluir con certeza que este sistema capitalista de casino es moralmente deplorable y ambientalmente insostenible (y que algo habría que hacer en consecuencia)?, ¿por qué no habría de considerar errónea -y proceder a su inmediata anulación- una elección democrática como la de Donald Trump o la del presidente filipino de turno?, ¿por qué no habría de arrogarse la reconducción de psicópatas, sádicos o gente dañina con muy pocos escrúpulos (o su envío a mundos virtuales donde no sean nocivos, o acaso su eliminación)?
Mira por dónde, resultaría que gracias a la Singularidad podríamos tener un sucedáneo de Juicio Final (para la humanidad tal y como la hemos conocido, porque la vida transhumana habría empezado a dar sus primeros pasos). Y sería un juicio final integral: intelectual, estético y moral. Aunque bien podría ocurrir que la Singularidad encontrase en la porquería intelectual, estética y moral alguna utilidad que ahora a nosotros -procesadores de información tan toscos a causa de nuestras limitaciones cerebrales- se nos escapa por completo.
Esa basura ya tiene una función: enmarcar la belleza.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu comentario, Anónimo. Creo que llevas razón.
ResponderEliminarHola Nico, al respecto se me ocurren dos cosas:
ResponderEliminarPor un lado hay algo que me asusta un poco, y es si esa súper inteligencia sería capaz de entender que los humanos, y por tanto, nuestras obras, somos necesariamente imperfectos. No vaya a ser que llegue a considerar que todo aquello que no llegue al ideal de su conideración no merezca ser conservado o siquiera existir.
Y otra, es que Elvis seguro que vive en algún lugar escondido.
Adolfo, no te olvides del pobre Paul McCartney: ¿qué canciones habría compuesto de no haber desaparecido trágicamente hace ya varias décadas?... Lo cierto es que la Singularidad nos trascendería, pero supongo que tendría mucho que ver con nosotros. De hecho, nosotros seríamos parte de la Singularidad como tus células son parte de tu cuerpo.
ResponderEliminarPodría interesarle esta reseña: http://el-pareja.blogspot.com/2017/08/168-singularity-is-near-de-ray-kurzweil.html
ResponderEliminarBuena reseña, desde luego. Gracias, El Pareja.
ResponderEliminar¿No te das cuenta de que esa Singularidad ya existe dentro de tu cerebro?
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