viernes, 26 de agosto de 2016

Mis auténticos compatriotas: Acerca de Rationalia

Nací en las islas Canarias y llevo casi la mitad de mi vida en Madrid, tras establecerme aquí en 1994. Por tanto, me guste o no, soy canario y español. Pero no puedo evitar sentirme más compatriota de un animalista escocés que de un cazador canario o un taurino ibérico, de un librepensador saudí (¡pobre, sobre todo si es mujer!) que de un ultracatólico español, de un bibliotecario eritreo que de un cani local de los que salen en Mujeres, Hombres y Viceversa, de un antinacionalista serbio que de un nacionalista español o canario, de un ecologista coreano que de un cafre de mi isla que tira su nevera vieja al barranco, de un socialdemócrata sueco o canadiense que de un españolazo pepero o un votante de Coalición Canaria.

Quizá lo único que comparta con el cazador, el cani o el energúmeno de mi tierra sea mi querencia por la Unión Deportiva Las Palmas (que para mí, en la distancia, es un vínculo identitario y sentimental) y mi acento insular. Pero hay cosas ciertamente más importantes, como el cuidado de la frágil naturaleza del archipiélago y el bienestar de sus personas y animales. Claro que hablamos el mismo idioma, lo cual también debería unirme más a un latinoamericano que a un asiático, africano o europeo no español. Pero no es el caso: mi cercanía personal -y creo que la de mucha otra gente- es por afinidades, no por vecindad geográfica o cultural. La lengua española sirve igual para escribir los textos de Borges que para exclamar "¡Muera la inteligencia, viva la muerte!" (Millán Astray) o componer canciones de reggaetón (Bob Marley debe estar revolviéndose en su tumba de ver asociado el término reggae a esa cosa infame). Por cierto, prefiero la música de Bob Marley a una folía y no por ello soy menos canario.

He de reconocer que no me siento a gusto con culturas muy religiosas y tradicionales (por tanto, cerradas, reprimidas, machistas y homófobas), incívicas y clasistas. Por eso estoy seguro de que no sería tan feliz en Centroamérica como en Noruega. Por eso no me cabe duda de que viviría mejor en Holanda que en Italia, México, India o la propia España. Por supuesto que también hay cafres en el norte de Europa, pero la diferencia la marca una cultura más avanzada: más laica, racional, cosmopolita, igualitaria, tolerante, cívica y comprometida con la educación (¿será casualidad que no haya prácticamente un joven islandés que crea en Dios como creador del mundo?). Las instituciones de esos países son un reflejo de esa cultura. Por eso la petrolera noruega Statoil es una empresa ejemplar, ya que lo determinante no es su titularidad pública o privada sino la cultura subyacente: Statoil es una empresa pública... pero nórdica, no española ni italiana ni griega.

Esa cultura avanzada es sin duda la que más se aproxima a la idea de Rationalia propuesta por el físico y divulgador Neil deGrasse Tyson: un país virtual regido por la razón y la evidencia, en el que no obstante esté reconocido el derecho de cada cual a optar por la irracionalidad y la creencia religiosa (siempre y cuando su ejercicio no sea en perjuicio de terceros). Puede que Rationalia sea el último cartucho de la humanidad para evitar el colapso en este siglo XXI.


2 comentarios:

  1. Me alegra leerte, muchos pensamos igual...pero los resultados o hechos demuestran que una cosa es lo que creemos de nosotros mismos y otra bien diferente la resultante. Algo así como si viviéramos drogados y con la conciencia de mismidad disociada.
    A nivel personal conozco bien culturas mas de mi agrado como las nórdicas y soy abuela de alemanitos. Este tipo de sentir aliena del entorno donde uno nace porque se siente ajeno y se procura que los descendientes al menos solo vengan por aquí de vacaciones!!

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  2. Hola Nico. Te entiendo y comparto tu visión de que, como suelo decir, lo importante es la cultura. No exactamente como conocimiento, sino como forma de entender la vida y los valores que predominan en un lugar concreto.
    Es por ello que me sentiré más cercano a un australiano honrado, que recicla, que no defrauda a Hacienda y que trata con respeto a los demás (sea éste religioso o no), que a muchos tipos con los que me cruzo diariamente por la calle.

    Pero eso no quita que también piense que en verdad, me guste o no, soy parte de esta sociedad y producto de la misma, y esos tipos que no me gustan, también.

    Siento la tentación de despreciarlos desde mi auto proclamada superioridad, pero cuando me imagino en esa atalaya de vanidad, me sonrojo, y creo que mejor es usar mi pequeña capacidad de influenciar en mejorar los valores del lugar en el que vivo. Incluso por simple conveniencia.

    Hay que ser práctico y desde ese punto de vista, me imagino que lo más lógico es cuidarme de los indeseables y aportar para cambiar a mejor la forma de pensar de los que vivimos en este trozito del mundo. ¿Qué si no?

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