Al día siguiente cumplirían 25 años de casados. Un matrimonio insulso y sin hijos, sin más pena que gloria. Hacía tiempo que habían almorzado y estaban echando un concurso en la tele. Aunque nunca había fumado, él se levantó del sofá, le dijo a su esposa que bajaba a comprar un paquete de tabaco y salió de inmediato. Ya estaba dentro del ascensor cuando le pareció escuchar la voz de ella fuera. En el estanco de la esquina le informaron de que no tenían la marca que pedía, que ésta solo se vendía en Nueva Zelanda. Con los ojos brillantes, las manos sudorosas en los bolsillos y un amago de maléfica sonrisa, abandonó el establecimiento.
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