Me temo que las cosas no han cambiado mucho en nuestro sistema educativo en los últimos 35 años, pese a la sucesión de leyes orgánicas (desde la LODE hasta la LOMCE pasando por la LOGSE, la LOCE y la LOE). Por eso no me extraña que sigamos a la cola de Europa en este ámbito, que no es precisamente cosa menor: se trata nada menos que del fundamento del desarrollo económico y social, e incluso de la democracia, de un país.
Lamento constatar en mi hijo que la enseñanza sigue siendo esencialmente un tedioso ejercicio memorístico en el que lo que importa es, sobre todo, qué saber decir o responder en un examen (aunque no se entienda lo que se dice o responde). No se enseña a pensar, no se fomenta la creatividad, el aprendizaje ni la forja de un espíritu crítico. La diferencia con 1979 es que ahora también se memoriza en inglés, que las collejas y capones a manos de los profesores han desaparecido de las aulas y que éstas se han poblado de gadgets tecnológicos como pizarras electrónicas y tabletas. También han desaparecido prácticamente los trabajos en cartulinas, barridos por presentaciones en PowerPoint alimentadas con copipegas de Wikipedia (cuya calidad en español, por cierto, deja bastante que desear).
El problema son los planes de estudio (emponzoñados además con la vacía e insoportable jerga de la nueva pedagogía), los profesores (mal preparados, escasamente motivados y menos reconocidos socialmente que los concursantes de Mujeres y Hombres y Viceversa) y la no implicación de los padres (a su vez relacionada con el desprecio general hacia el conocimiento y la cultura en esto que llamamos España). Todo eso marca la diferencia con Finlandia, que puede presumir de estar a la cabeza mundial en este campo (no es casual que sea al mismo tiempo uno de los países más competitivos del mundo). Encima, se han multiplicado los deberes en casa, agotando con ello a los niños y ensanchando la brecha entre quienes tienen padres que los apoyan y quienes no. En el magnífico blog de mi paisana Cristina, que es física y profesora de Primaria, se exponen muchos ejemplos de cómo siguen funcionando, por desgracia, nuestras escuelas.
Una mala programación de una asignatura o un mal profesor pueden hacer estragos al segar potenciales vocaciones de los más jóvenes. Mi profesora de Física en 3º de BUP era pésima. Y el recuerdo que tengo del libro de texto no es mejor (por cierto, ya sabemos que la calidad de un libro no es siquiera un criterio importante para ser seleccionado en España por un centro docente). La clase quedaba reducida a la simple resolución de ejercicios numéricos, no se nos enseñaba de manera inteligible y amena los principios de la Física: la asignatura podría haberse llamado perfectamente "Ejercicios matemáticos". De aquel curso salí con un embrollo de culombios y exponenciales, pero sin saber qué es la radiación electromagnética y cuál es la diferencia entre un rayo infrarrojo y uno ultravioleta.
Por supuesto, claro que ha habido y seguirá habiendo siempre excelentes profesores capaces de entusiasmar a sus alumnos pese al corsé de las programaciones y los planes de estudio. De la E.G.B. en el Colegio Claret de Tamaraceite (Gran Canaria) recuerdo muy gratamente las clases de Lengua del padre Hipólito (nos hacía redactar textos libres en los que aparecieran la docena de palabras del vocabulario del día del libro) y las de Pretecnología del padre Gilberto (con sus prácticas de electricidad, marquetería, soldadura, etc.). Y también el curso de Dibujo Técnico con don José Méndez: teníamos que hacer los planos de una casa y luego construir con ellos una maqueta (todavía conservo en la casa de mis padres en Canarias mi casita de cartón con jardín de 1982). También guardo un excelente recuerdo de las clases de Literatura de don Manuel Martín, convertido en redactor jefe del periódico escolar Tamogante (casa en lengua guanche).
Pero lo cierto es que a mí en el colegio nunca me enseñaron, por ejemplo, por qué el cielo es azul, qué es un huevo y en qué se diferencian los huevos que comemos de aquellos de los que sale un pollito. Era más importante -y parece que sigue siéndolo- saberse de memoria la definición de código, canal y acto comunicativo. Apruebas el examen y al cabo de un mes ya se te ha olvidado, seguramente porque nunca llegaste a entenderlo. ¿Qué sentido tiene esto? (que la memorización del contenido no entendido sea en inglés, como ahora, ya es el colmo del despropósito).
Manuel Martín luego estudió Magisterio conmigo. Quería volver a reciclarse, estupenda señal.
ResponderEliminarYo soy profesora y le aseguro que tiene una visión parcial y sesgada.
ResponderEliminar