sábado, 27 de abril de 2013

Psicópatas y macarras en el manual biempensante de izquierdas

Ya estoy harto de leer o escuchar que si nunca hemos estado tan deshumanizados como con este sistema capitalista (el feudalismo y el esclavismo, por no mencionar el comunismo real, debían de ser paraísos terrenales), que si el pueblo es noble por naturaleza (recomiendo al respecto estas interesantes lecturas de Pérez Reverte y Elvira Lindo sobre la hijoputez de las turbas humanas), que si los indígenas son pacíficos ecologistas que han preservado su pureza moral a diferencia de los pérfidos y corruptos occidentales, que si la culpa de nuestros males es solo de políticos que la gente no se merece (aunque curiosamente no deje de votarles a sabiendas de que son unos chorizos), que si todas las cosas se consiguen con el diálogo y la violencia es detestable siempre...

No es la primera vez que abordo este asunto, pero la relectura de este post (con sus comentarios) del muy recomendable blog de Cristina me ha alentado a volver al ataque. El error de partida es confundir pobreza con predisposición a delinquir. Ante la violencia bestial que azota México y Centroamérica, el izquierdista biempensante recurre al comodín de la miseria y las desigualdades sociales (por cierto, el número de homicidios per cápita es bastante más bajo en India, donde mucha gente malvive hacinada en slums infectos y también hay no pocos ricos). Luego observa el caso de Venezuela y no acaba de entender cómo se disparan los asesinatos si, con datos de la propia ONU, se ha reducido la pobreza y se han atenuado las desigualdades. Nuestro ingenuo pensador no deja de tomar a los mareros y sicarios, además de como verdugos, como supuestas víctimas de un orden económicamente injusto, gentes que no tuvieron otra oportunidad para salir adelante. Se le pasa por alto que buena parte de los jóvenes más pobres de esos países no solo no son criminales sino que además conforman el grueso de sus víctimas (dejando a un lado los ajustes de cuentas). Está claro que la delincuencia pandillera se ceba sobre todo con los pobres, con quienes están cerca de los malandros y no disponen de los medios para protegerse -alarmas, alambradas, altos muros e incluso guardaespaldas- que están al alcance de la clase media y los ricos.

Se entiende que alguien que no sea un psicópata -incluso puede que un buen chico en una situación difícil- se haga pandillero, pero para medrar ahí dentro solo se puede ser un redomado hijo de puta: hay un proceso de selección negativa que hace que solo los psicópatas más inteligentes, precisamente por esa doble condición (por su astucia, habilidades sociales y absoluta falta de escrúpulos y empatía), lleguen a ser los generales de las bandas. Este fenómeno siempre ocurre cuando no hay un poder estatal (el Leviatán hobbesiano) que detente eficazmente el monopolio de la violencia en un territorio. Un ejemplo lo tenemos en la película Gangs of New York, ambientada en el Manhattan de mediados del siglo XIX. Otro, en la ficticia La carretera de Cormac McCarthy. Siempre que falte el poder coercitivo del Estado estará el camino expedito para psicópatas y tipejos sin escrúpulos, que lo tienen más complicado en un marco democrático civilizado (aunque no por ello dejen de medrar en empresas, partidos políticos, clubes de fútbol, etc.). Y esto no es cosa de un pasado o de unas latitudes más o menos remotas, como tuvimos oportunidad de comprobar en las guerras yugoslavas de finales del siglo XX.

No hay que olvidar que en torno a un 2-3% de la población son psicópatas (muchos pasan por vulgares cabroncetes, ya que no van por ahí con una sierra eléctrica o un cuchillo afilado a lo Norman Bates). A esta gente hay que neutralizarla, porque la psicopatía no se cura y puede ser muy dañina para el prójimo. La neutralización pasa muchas veces por marcar límites o mantener distancias (en el colegio o el trabajo), pero en ocasiones se hace necesario recurrir a medidas más contundentes: sinceramente, con un sicario o un oficial de las SS se me antoja inútil -incluso contraproducente- el diálogo. Lo civilizado es que sea el Estado (o, dentro de un colegio, las autoridades docentes), con su aparato de disuasión, el que mantenga a raya a estas personas.

También los macarras

El mismo discurso biempensante explicativo de la delincuencia violenta es aplicable a los problemas de convivencia en los centros de enseñanza, confundiendo en este caso pobreza con macarrismo. Los canis (bakalas, chandaleros, coyotes, pokeros, etc.) son precisamente los mayores enemigos de los chicos y chicas de condición humilde que quieren estudiar y acceder a una vida mejor, ya que cuales perros del hortelano ni comen ni dejan comer (una auténtica desgracia es cuando el cani o choni convertido en padre o madre malea a sus propios hijos y les impide beneficiarse de la educación pública). El sistema educativo tiene que defender a quienes quieren aprender y progresar de quienes -por las razones que sea- solo pretenden reventar las clases y fastidiar a los demás (perjudicándose de paso, aunque involuntariamente, a sí mismos). No todos los pobres son unos canis. Y no todos los canis son miserables económicamente (aunque sí culturalmente): no pocas veces, con sus chapuzas y trapicheos, ganan más dinero que un ciudadano normal de clase media, para luego gastárselo en sus cadenas de oro, tatuajes, tetas de silicona, gimnasios, motos y coches tuneados. 

Por supuesto, en las raíces del fenómeno están la marginación y la desigualdad social, con el abono de la miseria cultural y moral de nuestro tiempo (solo hay que asomarse un poco a la televisión o a Twitter). Pero por debajo de esas raíces hay un sustrato profundo que es la propia condición humana: más allá de la cuestión psicopática ya comentada, siempre hay gente que prefiere tomar el camino más fácil en vez de esforzarse e incluso rebelarse contra sus condicionamientos, siempre hay tipos y tipas con pocas luces y/o escrúpulos que gustan de comer mierda y se guían por lemas como "No sin mi oro" o "Antes muerta que sencilla". Lo mejor que podemos hacer por los buenos Johnatan y Jennifer que menciona Cristina en su blog es darles una educación pública de calidad y protegerlos de quienes, por chulería, egoísmo, ignorancia y/o estupidez, no quieren mejorar la sociedad sino solo intentar situarse lo más arriba posible para pisotear al resto y exhibir así su power

Que no se nos olvide que los toletes que salen en Gandía Shore no son víctimas sociales sino personas que han medrado precisamente gracias a su condición de canis. Aunque muchos no nos cambiaríamos por ellos, es indudable que han triunfado: ganan dinero, hacen lo que les gusta, ligan entre ellos y encima salen en la tele. Y, por supuesto, se burlan de los chicos y chicas de condición humilde que quieren estudiar y acceder a una vida mejor y diferente (“pringaos y peleles”). A mí, sinceramente, solo me preocupan estos últimos. Al igual que solo me importan los pandilleros reciclables, y no los sicarios profesionales o los narcos con las manos manchadas de sangre que conducen coches de alta gama y se bañan en jacuzzis de oro macizo.

sábado, 13 de abril de 2013

Los méritos de la inteligencia

Es natural felicitar a alguien si gana un millón de euros en la lotería de Navidad (aun cuando muchas veces se dé por descontada la insinceridad del acto). Pero a nadie se le ocurriría proponer al ganador como candidato a alguna nueva modalidad del Nobel o del Premio Príncipe de Asturias: casi todo el mundo entiende que la suerte no es un mérito, algo que deba ser en justicia reconocido y premiado, sino un feliz accidente.

Armado de este mismo argumento se puede uno oponer a los premios de belleza, en los que se recompensa el ser guapa, tener garbo o estar buena (aunque frecuentemente ni siquiera esto último, desde una óptica masculina heterosexual). Los concursos de misses son un trampolín a la fama para muchas chicas jóvenes, además de una eficaz plataforma de apareamiento para empresarios horteras y monarquistas rijosos entrados en años. Pero no dejan de ser un reconocimiento de caracteres con los que uno nace, por lo general heredados. Se entiende que se pueda premiar a una actriz o actor por la calidad de su trabajo interpretativo, pero no por exhibir una sonrisa o un culo que vienen de fábrica (aunque esto último -el culo- se puede modelar en el gimnasio, lo que sí conllevaría un esfuerzo más o menos meritorio).

Algo parecido ocurre con la inteligencia, aunque esta tiene injustamente mejor prensa que la belleza (¡cuántas veces no habremos oído eso de que hay que valorar más a las personas por su inteligencia que por su belleza!). Porque es innegable que se trata de otro elemento innato -aunque pueda ser más o menos cultivado-, incluido en el pack genético con que venimos al mundo. Premiar la inteligencia sería pues tan absurdo como recompensar la belleza, la suerte o el haber nacido en La Bañeza o un 12 de febrero. Y loar a las personas inteligentes, tan ridículo como elogiar a quienes miden más de dos metros, son de raza negra o se llaman Jorge Javier. Otra cosa es el elogio a quienes han cultivado con esfuerzo y dedicación su inteligencia, lo que es bien distinto.

En el exordio de su tesis doctoral, mi amigo Jorge Malfeito dejó impresa esta conmovedora frase: "Ante la inteligencia me descubro, ante la bondad me arrodillo". Pero el mensaje sería más justo y hermoso si cambiáramos inteligencia por mérito. Porque la formulación por Einstein de la teoría de la relatividad general quizá no sea más meritoria que el aprendizaje por un chimpancé de la lengua de signos.

jueves, 4 de abril de 2013

Mujeres (más o menos) liberadas

La liberación femenina es un fenómeno cuya importancia quizá no haya sido aún debidamente ponderada. Es posible que no haya habido en el último medio siglo un proceso de transformación social tan potente, al sacar a las mujeres de su postración y su minoría de edad permanente para insertarlas en la vida económica y política de los países que hoy pueden presumir de ser los más avanzados del mundo (lo cual no es de extrañar, ya que castrar el potencial talento de la mitad de un colectivo humano no parece lo más inteligente para progresar).

Antes de seguir quisiera dejar clara mi descreencia en dos bobadas que siguen gozando de un amplio e infundado predicamento. La primera de ellas es la que sostiene que el mundo sería mejor si estuviera gobernado por mujeres. La historia confirma que no es así, desde Cleopatra Zenobia hasta Margaret Thatcher o Dolores de Cospedal. Incluso cabe sospechar que detrás de muchos gobernantes nefastos hay en realidad una mujer que lleva los pantalones (se ha dicho esto de Franco y su esposa, por ejemplo). ¡Cuándo aprenderemos de una vez que la hijoputez es transversal a toda condición, inclusive la sexual! La segunda sandez es la que afirma que las mujeres y los hombres son iguales, que la diferencia sexual es una mera construcción social (un "constructo social", para usar la cargante jerga postmoderna). Hombres y mujeres son diferentes por obvias razones biológicas, lo que se manifiesta desde la manera de percibir hasta la forma de pensar: no se trata de diferencias tan superficiales como las que puedan encontrarse entre un blanco y un negro o entre un azerí y un nicaragüense (en este último caso, por razones de índole cultural). Por supuesto, constatar estas diferencias, que en nada afectan a la inteligencia, la capacidad y la dignidad, no está reñido con defender la igualdad de derechos entre unos y otras.

La emancipación de la mujer debe bastante tanto a la extensión de su educación como a la conquista de su derecho al voto y a la concienciación de muchos hombres. La instrucción ha permitido a las féminas ser dueñas de su sexualidad, planificar su maternidad y trabajar fuera de casa, factores clave para tener una vida más allá de los fogones y de la crianza de los hijos. Por su parte, el sufragio femenino ha hecho de las mujeres un segmento electoral a tener muy en cuenta. Ningún político en su sano juicio puede hacer un discurso misógino en una democracia avanzada (o sea, en toda democracia donde las mujeres estén bien educadas) si tiene aspiraciones de gobernar. Lo mismo ocurre con respecto a los homosexuales: un comentario homófobo arruinaría la carrera de un político en cualquier lugar del mundo medianamente civilizado. 

Obviamente, esto no es aplicable en países donde la mayoría de las mujeres son analfabetas: allí, en el improbable supuesto de que exista una democracia, el suyo es un voto cautivo de patriarcas y clérigos (no andaba errada Victoria Kent cuando creía prematuro dar el voto a las mujeres en la España de la II República, puesto que solo beneficiaría a los conservadores -en el peor sentido de la palabra- más recalcitrantes). No en vano se dice que algunas mujeres son más machistas que la mayoría de los hombres, al perpetuar en su familia los roles de género con el adoctrinamiento de los niños. ¡Qué mejor cadena de transmisión para la tradición que las mujeres alienadas, las que inculcan a sus hijas desde pequeñas la obligación de obedecer a sus esposos y a Dios (y, a sus hijos, la necesidad de imponerse a sus esposas)!

La ruptura de esa cadena, con madres educadas que enseñan a sus niños varones a respetar a sus pares femeninos, ha propiciado la aparición -sobre todo, en Occidente, no nos engañemos- de un nuevo tipo de hombre que respeta y valora a la mujer, que la considera una compañera para compartir y no una asistenta de la que servirse, que colabora activamente con ella en la crianza de los hijos. Los retoños de esos padres educados son a su vez concienciados en casa y en la escuela para no discriminar a nadie por razón de sexo -ni por cualquier otro motivo más o menos estúpido-, sabedores de que hombres y mujeres pueden ser igual de inteligentes y de válidos para muchísimas tareas (no para todas, desde luego).

Claro está, no todo es tan maravilloso y sigue existiendo discriminación y violencia contra las mujeres incluso en los países más avanzados. Pero al igual que continúa habiendo asesinatos, accidentes dolosos de tráfico y otras lacras humanas inerradicables (eso sí, minimizables). Por otro lado, no todos los padres son esos progenitores educados que mencionaba anteriormente (incluso tengo dudas de que sean mayoría en España). Y las mujeres trabajadoras deben aún hacer frente en nuestras latitudes a obstáculos como la cultura empresarial dominante (reacia a la conciliación familiar y a la igualdad de ingresos con el hombre) y los escasos apoyos públicos a la maternidad y la crianza. Pero el progreso (para las mujeres y los hombres) es innegable gracias a la educación, la única esperanza social razonable.