Como ya me barruntaba hace medio año (en una entrada dedicada al 20 aniversario del estallido de la guerra en Bosnia), la fuerte crisis económica y social está avivando el separatismo en España. Entonces escribí:
"El cóctel yugoslavo contenía los ingredientes suficientes, bien engrasados por el nacionalismo (esa estúpida ideología inflamable abrazada por tantos partidos de nuestro país, incluidos los españolistas), para convertir aquello en un infierno. Y así fue. Más nos vale que por estos lares hayamos extraído alguna lección de aquella pesadilla, no sea que el futuro nos tenga deparada alguna sorpresa muy desagradable que no me atrevería a descartar conociendo la calidad de nuestro paisanaje".
Pues me temo que la sorpresa desagradable ya está servida con el órdago soberanista de Cataluña y con el que previsiblemente vendrá del País Vasco tras las elecciones de octubre. Y digo desagradable no tanto por la secesión en sí, por la eventual amputación territorial de un Estado viejo como España (que, desde luego, sería un trauma con costes económicos para todos y sentimentales para muchos), sino por la posibilidad de que encima se ventile de forma incivilizada.
Está claro que el gobierno catalán del conservador Artur Mas se ha lanzado a esta aventura por una razón electoralista, para desviar la atención de los impopulares recortes sociales que está aplicando en el Principado. Para mantenerse en el poder, los derechistas de Convergència i Unió (CiU) no han dudado en recurrir al comodín del soberanismo; quizá no del todo conscientes de estar creando una marea que puede acabar desbordándoles e incluso perjudicando a sus amigos del empresariado catalán (un sector inclinado naturalmente a CiU, con quien muchas veces se confunde en un solo cuerpo). O sea, que la derecha catalanista está jugando con fuego para aferrarse al gobierno de su comunidad: amenazando no solo la convivencia entre Cataluña y el resto de España sino dentro de la propia Cataluña (una sociedad mestiza donde mucha gente no comparte el sentimiento independentista).
No digo que sea ilícito plantearse la independencia, y más teniendo en cuenta la baja calidad democrática, institucional y cultural de lo que conocemos como España. Reconozco que si Canarias tuviese la cultura y el grado de civismo de Islandia yo sería un ardiente defensor del independentismo canario, pero basándome exclusivamente en un análisis racional y no en mandanga nacionalista alguna (subrayo: el nacionalismo es una peste). Pero si yo fuera catalán no veo por qué habría de estar más contento con un Estado independiente gobernado por los mismos que desde sus sillones en Barcelona están haciendo recortes brutales en educación y sanidad, por quienes no han tenido muchos reparos en ordenar repartir porrazos a mansalva a manifestantes (supongo que las hostias de los mossos d'esquadra deben doler igual que las de la Policía Nacional, aunque vayan acompañadas de expresiones en catalán), por unos políticos tan vinculados al poder económico e incluso al religioso (ir a besarle el culo al abad de Montserrat no me parece más glamuroso que hacer lo propio con el arzobispo de Toledo, primado de España).
Ahora bien, si la independencia fuese un clamor en Cataluña y el País Vasco, encuentro poco razonable no abrir un proceso de diálogo -por mucho que duela- para resolver la cuestión de la manera más amable y civilizada posible (cambiando la Constitución o lo que hiciera falta). Aunque nos engañaríamos si pensásemos que sería fácil aquí en España: esto no es Canadá, ni siquiera el Reino Unido. El desaparecido Santiago Carrillo sostenía, a mi juicio erróneamente, que el único nacionalismo peligroso es el españolista, el más agresivo con diferencia a lo largo de nuestra historia. Se le escapaba una cosa: siempre es más fácil descargar la agresividad cuando se ha tenido durante siglos detrás un Ejército y una policía. Que el nacionalismo catalán, como cualquier otro, no haya sido tan brutal se debe más a una falta de medios que de ganas para ejercer esa agresividad. En cuanto al caso vasco, ya hemos visto a lo que ha conducido la siniestra mezcla de nacionalismo y marxismo-leninismo. Los nacionalismos tienden a chocar, a generar sufrimiento y muerte. Y a mí, sinceramente, me da mucho miedo el más que probable choque del nacionalismo españolista separador (cuya existencia y su acusado anticatalanismo constato después de casi 20 años residiendo en Madrid) con el catalán y el vasco separatistas.
En suma, que lo verdaderamente importante es la convivencia civilizada de los ciudadanos, con independencia de sus orígenes, su condición (racial, étnica, religiosa, sexual...) y sus sentimientos de pertenencia. Cada persona es libre de albergar en su interior los sentimientos que quiera. Uno no es mejor por sentirse solo catalán, o solo español, o más español que catalán, o más catalán que español, sino por cumplir con su trabajo, respetar a sus vecinos, reciclar la basura, no saltarse las colas, pararse en los stops o pagar los impuestos. Todo lo que amenace esa convivencia es irresponsable. Y lo que está pasando en Cataluña -y pasará pronto en Euskadi- lo es porque divide y fractura, como bien dijo Ramón Jáuregui hace unos días, además de dar alas al viejo nacionalismo español de tan infausto recuerdo.
Nico, en esta ocasión tengo que hacerte una crítica, y es que creo que caes en la necesidad de presentar esto como un choque del "nacionalismo españolista" con el catalán o vasco. Eso es justo el planteamiento que hacen y desean los nacionalistas de todas las autonomías.
ResponderEliminarEse presunto nacionalismo españolista, existirá entre algunos taxistas y parroquianos de alguna tasca, pero no conozco ningún partido español con representación parlamentaria que lo sea.
Entiendo que uno debe pedir perdón cada vez que se critica a estos reaccionarios vasco-catalanes, pero creo que desenfoca la realidad de las cosas.
Por lo demás deseo como tú, que esa separación (que no tengo la menor duda que se producirá), sea lo más pacífica y menos traumática posible. Esto asusta.
Hay un partido que se llama PP y es el principal depositario de ese nacionalismo español (en el PSOE también los hay). Y hay otro que se llama UPyD. Eso por hablar solo de formaciones con representación parlamentaria...
ResponderEliminarYa he dicho que yo no hago distingos: el nacionalismo periférico no es ni mejor ni peor que el españolista. El problema es que hay mucha gente intoxicada, tanto a un lado como a otro. Desde luego, si hay balcanización yo me largo de Ex-paña.
Un abrazo, amigo
Hola Nico,cierto que ambos nacionalismos son peligrosos, pero tenemos puntos de vista diferentes. Para mí el PP y UPYD, no es que sean nacionalistas españoles, simplemente son españoles, lo cual ya es inadmisible en este extraño país.
ResponderEliminarIU y el PSOE, se han dedicado a pelotear y dar la razón al mundo nacionalista periférico, lo que los ha alimentado y dado fuerza, lejos de apaciguarlos.
Pero todo eso es algo poco importante ahora. Sólo deseo que lo de la balcanización no ocurra y que todo trascurra por la vía pacífica, y tengo verdadero pavor de que no sea así, precisamente por los intoxicados que denuncias.
Hazme hueco en el avión.