-¡Déjame leer tranquila el teletexto, jodío botarate!
Un blog personal algo abigarrado en el que se habla de física, cosmología, metafísica, ética, política, naturaleza humana, Unión Deportiva Las Palmas, inteligencia artificial, Singularidad, complejidad y un largo etcétera. Con una sección de pequeños 'Intentos literarios' y otra de sátira humorística ('Paisanaje'). Intentando ir siempre más allá del lugar común y el buenismo. Also in English: picandovoyenglish.wordpress.com
sábado, 30 de junio de 2012
Tedetexto, niñato (Tragicomedias ultracortas, I)
-Mamá, yo de mayor quiero ser polígrafo para que no me den güisqui de agrafón.
-¡Déjame leer tranquila el teletexto, jodío botarate!
-¡Déjame leer tranquila el teletexto, jodío botarate!
sábado, 23 de junio de 2012
"Seguid queriéndome, por favor"
En febrero de 2009 vino a RTVE.es el actor Juan Luis Galiardo para tener un encuentro digital con los internautas. Tras la charla escrita se acercó a la isla de la redacción en la que trabajo, a la sombra del Pirulí, y estuvo bromeando con nosotros unos cuantos minutos. Recuerdo sus procaces comentarios de sexo (ante una audiencia mayoritariamente femenina) y también el uso del término "entrañable mamporrero" en referencia al compañero que le asistió pacientemente frente al ordenador (el bueno de David Varona). Pero en mi memoria ha permanecido sobre todo su rostro y sus palabras al final de la conversación: "Seguid queriéndome, por favor, necesito vuestro cariño", nos dijo con una emoción apenas reprimida, con una mirada a la vez risueña y triste, al despedirse (una de esas despedidas que acaban siendo, sin saberlo, para siempre). Patética confesión la del actor que necesita como el pan y el agua el calor del público, el aprecio no solo de las gentes de su oficio sino también de los hombres y mujeres anónimos que andan por la calle, se juntan en los bares, circulan por las carreteras...
Al irse Galiardo, me metí en Internet para saber más acerca de su vida. Descubrí que esta no había sido un camino de rosas, que había sufrido una depresión muy fuerte de la que comenzó a recuperarse gracias tanto a la psiquiatría como a sus proyectos como actor. Las secuelas de esa depresión, que lo puso al borde del suicidio, probablemente nunca dejarían de acompañarle. Ayer se murió, pero seguirá para siempre en películas como la genial Familia, de Fernando León de Aranoa. Si nuestra especie desapareciera y solo quedara esa cinta como muestra de la civilización, los alienígenas que la viesen podrían no percatarse de que se trata de una ficción: podrían tomarla erróneamente como la historia de un humano solitario que paga a una compañía de actores para que hagan de sus familiares en su casa. Y esa sería la verdad de Juan Luis Galiardo que trascendería. Seguramente a él, gran maestro en la encarnación de identidades, no le hubiese disgustado.
Al irse Galiardo, me metí en Internet para saber más acerca de su vida. Descubrí que esta no había sido un camino de rosas, que había sufrido una depresión muy fuerte de la que comenzó a recuperarse gracias tanto a la psiquiatría como a sus proyectos como actor. Las secuelas de esa depresión, que lo puso al borde del suicidio, probablemente nunca dejarían de acompañarle. Ayer se murió, pero seguirá para siempre en películas como la genial Familia, de Fernando León de Aranoa. Si nuestra especie desapareciera y solo quedara esa cinta como muestra de la civilización, los alienígenas que la viesen podrían no percatarse de que se trata de una ficción: podrían tomarla erróneamente como la historia de un humano solitario que paga a una compañía de actores para que hagan de sus familiares en su casa. Y esa sería la verdad de Juan Luis Galiardo que trascendería. Seguramente a él, gran maestro en la encarnación de identidades, no le hubiese disgustado.
sábado, 16 de junio de 2012
Miedo
(Fragmento de Viaje de ida)
A la marcha de Esteban sucedió una inesperada pesadilla en estado de vigilia. Todo empezó por un pensamiento sobre la inmensidad del Cosmos, suscitado por la observación del estrellado cielo nocturno. Y es que nuestro ya de por sí inabarcable Universo puede que solo sea uno entre billones de billones de un Multiverso de dimensiones inimaginables. Avanzando en la oscuridad entre altos árboles, un escalofrío me sacudió de la cabeza a los pies. Aceleré el paso, pero antes de llegar a casa ese escalofrío ya había devenido en terrorífico vértigo: era como si en el suelo que pisaba se hubiese abierto una trampilla hacia el centro del gran secreto cósmico. Tanto buscarlo y ahora temía verme transportado a un escenario de espanto, lleno de frío y soledad, terriblemente silencioso y eterno, sin rastro alguno de formas conocidas. No quería mirar más allá del brumoso umbral que intuía cercano. No quería conocer: era mejor volver a la vida prosaica, al sabor de las cerezas y las galletas de chocolate, al contacto con el agua matutina de la ducha, al sonido familiar de la radio, al rico aire fresco que esas noches de verano solía acompañarme cuando me dirigía al contenedor de la basura a tirar mi bolsa. Entré en casa temblando y bañado en sudor. No me atreví a mirarme en el espejo del salón. Me tiré en el sofá y quedé allí encogido hasta que el sueño me rescató de aquella inopinada crisis de miedo.
A la marcha de Esteban sucedió una inesperada pesadilla en estado de vigilia. Todo empezó por un pensamiento sobre la inmensidad del Cosmos, suscitado por la observación del estrellado cielo nocturno. Y es que nuestro ya de por sí inabarcable Universo puede que solo sea uno entre billones de billones de un Multiverso de dimensiones inimaginables. Avanzando en la oscuridad entre altos árboles, un escalofrío me sacudió de la cabeza a los pies. Aceleré el paso, pero antes de llegar a casa ese escalofrío ya había devenido en terrorífico vértigo: era como si en el suelo que pisaba se hubiese abierto una trampilla hacia el centro del gran secreto cósmico. Tanto buscarlo y ahora temía verme transportado a un escenario de espanto, lleno de frío y soledad, terriblemente silencioso y eterno, sin rastro alguno de formas conocidas. No quería mirar más allá del brumoso umbral que intuía cercano. No quería conocer: era mejor volver a la vida prosaica, al sabor de las cerezas y las galletas de chocolate, al contacto con el agua matutina de la ducha, al sonido familiar de la radio, al rico aire fresco que esas noches de verano solía acompañarme cuando me dirigía al contenedor de la basura a tirar mi bolsa. Entré en casa temblando y bañado en sudor. No me atreví a mirarme en el espejo del salón. Me tiré en el sofá y quedé allí encogido hasta que el sueño me rescató de aquella inopinada crisis de miedo.
sábado, 9 de junio de 2012
Teleportación cuántica e identidad de Rajoy
La teleportación cuántica consiste en reproducir a distancia la información de una partícula para obtener otra exactamente igual. No sería correcto hablar de copia, pues ambas serían completamente indistinguibles e intercambiables.
A modo de ejemplo muy burdo, sería como si yo escribiese con un Bic azul en un determinado lugar de un folio en blanco Guarro los caracteres 'HILILLOSH', con un determinado tamaño y forma. Una vez escrito, se lo comunicaría por teléfono (o por fax, e-mail, Skype, Facebook, etc.) a un amigo que está aguardando en Pelotas (Brasil) con su folio en blanco Guarro y el mismo Bic azul. Este colega ubicado en Rio Grande do Sul escribiría en su hoja los mismos caracteres en el mismo lugar y con la misma forma: su hoja sería indistinguible de la mía (insisto en que el ejemplo es muy burdo, porque la hoja no sería exactamente igual, ni la tinta del Bic ni el pulso de quien escribe 'HILILLOSH').
Lo cierto es que en 1997 se llevó a cabo la primera teleportación exitosa de un fotón. Aunque se teleportó a una pequeña distancia, el experimento hubiera funcionado a miles de kilómetros (incluso lo haría a miles de millones de años-luz, aunque en ese caso habría que esperar miles de millones de años -el tiempo necesario para que llegue la información transmitida de un lado a otro- para ser coetáneos de su realización).
Lo que algunos físicos se han planteado es la posibilidad de teleportar agregados de partículas, como son los átomos, las moléculas o los propios seres vivos (humanos inclusive). Si teleportar un fotón es complejo, podemos imaginarnos lo que sería intentarlo con una molécula. Y ya resulta inimaginable la complejidad técnica de teleportar toda la información de un humano, un agregado de cuatrillones de partículas. Ahora bien, se trata de una limitación tecnológica pero no física: una civilización superinteligente -la nuestra dentro de miles de años o quizá una evolucionada a partir de las bacterias terrestres actuales dentro de siete mil millones de años- podría disponer de las herramientas para llevarlo a cabo. Si así fuera, se plantearía una turbadora duda metafísica: ¿dónde está la identidad del individuo teleportado?... ¿Solo en el original?, ¿en su copia?, ¿en ambos al mismo tiempo?
Por ejemplo, imaginemos que la información que define al agregado de partículas 'Mariano Rajoy', ubicado en su despacho de Moncloa, fuese reproducida en la High Street de Gibraltar, en el desierto de Gobi y en un planeta extrasolar (o exoplaneta) ubicado a 14 años-luz de la Tierra. Si hiciéramos la teleportación esta misma tarde, un tipo exactamente igual a Rajoy (insisto: lo correcto sería decir otro Rajoy, no menos auténtico que el de Madrid) empezaría inmediatamente a andar por las calles del Peñón y por las dunas del desierto centroasiático para asombro de llanitos, mongoles y, sobre todo, del propio don Mariano. En el momento 0, los Rajoy de Gibraltar y Mongolia tendrían exactamente la misma configuración física y mental, los mismos gustos, recuerdos y complejos, que el de Moncloa. A partir de ahí, cada uno empezaría a recolectar distintas experiencias, a seguir diferentes caminos que harían que su estado físico y mental fuese divergiendo. Quizá el de Mongolia se hiciera budista tras un encuentro con un monje zen en el desierto, quizá el de Gibraltar empezase a hablar con acento andaluz al cabo de los años (si estableciera su domicilio en la colonia británica)...
Más desconcertante sería el caso del Rajoy de un exoplaneta, al que llamaremos Ivano-MMXII y supondremos adscrito a un sistema solar binario. Dentro de 14 años llegaría a nuestro interlocutor de allí (un extraterrestre inteligente, obviamente) la información necesaria para reproducir a nuestro presidente, de tal modo que don Mariano aparecería súbitamente en lo que para nosotros sería el año 2026 con el aspecto físico y el bagaje de experiencias del 9 de junio de 2012. Con la mente agitada por el rescate de la banca española y el inminente debut de la Roja contra Italia en la Eurocopa, Rajoy se vería a sí mismo rodeado de extraños seres en un planeta no menos extraño con dos soles en el horizonte. En el momento 0 en Ivano-MMXII estaría igual que sus homólogos en Madrid, la Roca y las arenas de Gobi el 9 de junio de 2012, pero no tardaría en empezar a recibir nuevos y sorprendentes estímulos. Advirtamos además que en ese momento 0 sería coetáneo de los Rajoy terrestres de 2026.
Volviendo a lo anterior: ¿quién es Mariano Rajoy?, ¿se trata solo de una singular disposición de partículas, de un mero paquete de información expresada en el espacio-tiempo? Si el Rajoy presidente en Madrid pereciese por la ingestión de unos chuches envenenados introducidos por Esperanza Aguirre en la cocina de Moncloa, ¿sería correcto decir que don Mariano ya no existe?... Y, olvidándonos ahora de la teleportación, ¿si existiesen infinitas copias de él -y de todos nosotros- en el multiverso, con sus correspondientes mentes?...
A modo de ejemplo muy burdo, sería como si yo escribiese con un Bic azul en un determinado lugar de un folio en blanco Guarro los caracteres 'HILILLOSH', con un determinado tamaño y forma. Una vez escrito, se lo comunicaría por teléfono (o por fax, e-mail, Skype, Facebook, etc.) a un amigo que está aguardando en Pelotas (Brasil) con su folio en blanco Guarro y el mismo Bic azul. Este colega ubicado en Rio Grande do Sul escribiría en su hoja los mismos caracteres en el mismo lugar y con la misma forma: su hoja sería indistinguible de la mía (insisto en que el ejemplo es muy burdo, porque la hoja no sería exactamente igual, ni la tinta del Bic ni el pulso de quien escribe 'HILILLOSH').
Lo cierto es que en 1997 se llevó a cabo la primera teleportación exitosa de un fotón. Aunque se teleportó a una pequeña distancia, el experimento hubiera funcionado a miles de kilómetros (incluso lo haría a miles de millones de años-luz, aunque en ese caso habría que esperar miles de millones de años -el tiempo necesario para que llegue la información transmitida de un lado a otro- para ser coetáneos de su realización).
Lo que algunos físicos se han planteado es la posibilidad de teleportar agregados de partículas, como son los átomos, las moléculas o los propios seres vivos (humanos inclusive). Si teleportar un fotón es complejo, podemos imaginarnos lo que sería intentarlo con una molécula. Y ya resulta inimaginable la complejidad técnica de teleportar toda la información de un humano, un agregado de cuatrillones de partículas. Ahora bien, se trata de una limitación tecnológica pero no física: una civilización superinteligente -la nuestra dentro de miles de años o quizá una evolucionada a partir de las bacterias terrestres actuales dentro de siete mil millones de años- podría disponer de las herramientas para llevarlo a cabo. Si así fuera, se plantearía una turbadora duda metafísica: ¿dónde está la identidad del individuo teleportado?... ¿Solo en el original?, ¿en su copia?, ¿en ambos al mismo tiempo?
Por ejemplo, imaginemos que la información que define al agregado de partículas 'Mariano Rajoy', ubicado en su despacho de Moncloa, fuese reproducida en la High Street de Gibraltar, en el desierto de Gobi y en un planeta extrasolar (o exoplaneta) ubicado a 14 años-luz de la Tierra. Si hiciéramos la teleportación esta misma tarde, un tipo exactamente igual a Rajoy (insisto: lo correcto sería decir otro Rajoy, no menos auténtico que el de Madrid) empezaría inmediatamente a andar por las calles del Peñón y por las dunas del desierto centroasiático para asombro de llanitos, mongoles y, sobre todo, del propio don Mariano. En el momento 0, los Rajoy de Gibraltar y Mongolia tendrían exactamente la misma configuración física y mental, los mismos gustos, recuerdos y complejos, que el de Moncloa. A partir de ahí, cada uno empezaría a recolectar distintas experiencias, a seguir diferentes caminos que harían que su estado físico y mental fuese divergiendo. Quizá el de Mongolia se hiciera budista tras un encuentro con un monje zen en el desierto, quizá el de Gibraltar empezase a hablar con acento andaluz al cabo de los años (si estableciera su domicilio en la colonia británica)...
Más desconcertante sería el caso del Rajoy de un exoplaneta, al que llamaremos Ivano-MMXII y supondremos adscrito a un sistema solar binario. Dentro de 14 años llegaría a nuestro interlocutor de allí (un extraterrestre inteligente, obviamente) la información necesaria para reproducir a nuestro presidente, de tal modo que don Mariano aparecería súbitamente en lo que para nosotros sería el año 2026 con el aspecto físico y el bagaje de experiencias del 9 de junio de 2012. Con la mente agitada por el rescate de la banca española y el inminente debut de la Roja contra Italia en la Eurocopa, Rajoy se vería a sí mismo rodeado de extraños seres en un planeta no menos extraño con dos soles en el horizonte. En el momento 0 en Ivano-MMXII estaría igual que sus homólogos en Madrid, la Roca y las arenas de Gobi el 9 de junio de 2012, pero no tardaría en empezar a recibir nuevos y sorprendentes estímulos. Advirtamos además que en ese momento 0 sería coetáneo de los Rajoy terrestres de 2026.
Volviendo a lo anterior: ¿quién es Mariano Rajoy?, ¿se trata solo de una singular disposición de partículas, de un mero paquete de información expresada en el espacio-tiempo? Si el Rajoy presidente en Madrid pereciese por la ingestión de unos chuches envenenados introducidos por Esperanza Aguirre en la cocina de Moncloa, ¿sería correcto decir que don Mariano ya no existe?... Y, olvidándonos ahora de la teleportación, ¿si existiesen infinitas copias de él -y de todos nosotros- en el multiverso, con sus correspondientes mentes?...
lunes, 4 de junio de 2012
Horror en el supermercado
Que tus hijos mueran achicharrados en un incendio, ahogados en un estanque, envenenados por alguna sustancia letal. Peor aún: que les arranquen la vida unos animales salvajes o unos congéneres asesinos. Estos son horrores espantosos, pero por fortuna muy poco habituales para los humanos, al menos en nuestro mundo desarrollado del siglo XXI. Menos infrecuentes en nuestras latitudes son otras desgracias, como contraer una enfermedad muy grave, estrellarse en la carretera o verse abocado a un desahucio.
Ahora bien, hay un horror muchísimo menos evidente pero más inquietante: el que no nos horroriza, el cotidiano que se manifiesta a diario en el supermercado, en el bar, en la cena o en la ropa que llevamos puesta. En las granjas de pollos, las plazas de toros, los mataderos, los camiones atestados de cerdos camino de la degollina... Ese horror no deja de ser terriblemente natural, es parte de una naturaleza que no entiende en absoluto de moral, donde hay avispas (icneumónidos) que paralizan a orugas para que sirvan con su cuerpo de pasto vivo a sus larvas, donde hay leones que matan a crías indefensas solo para aparearse con su madre, donde hay plantas que atrapan a insectos para absorber sus jugos y desintegrarlos, donde los cachorros humanos juegan haciendo atrocidades con los gatos y estos hacen lo mismo con los ratones. Donde, en suma, la depredación es regla y el pez grande se come al chico.
Ese horror cotidiano y doméstico no lo llega a percibir la mayor parte de la gente, a fuerza de costumbre y de borreguil sumisión a la tradición y el pensamiento dominante. De hecho, te expones a pasar por un iluminado si lo expresas delante de un cordero asado o un bocata de foie-gras (qué curioso que no pocos de quienes te tomarían por un chiflado no tengan dudas en la resurrección de los muertos, la virginidad de una madre y otras sutilezas sagradas).
Bueno, ¿y por qué deberíamos comportarnos de una manera diferente a los icneumónidos? Al fin y al cabo, nosotros somos integrantes de esa naturaleza amoral. Y la moral solo es un invento nuestro, creado exclusivamente para atender a nuestros intereses. Pero quizá haya que aplicar aquí ese dicho de que nobleza obliga: nuestra (relativamente) elevada conciencia lleva consigo una exigencia moral, al menos es lo que algunas personas -cada vez más- creemos y sentimos.
Vivir pretendiendo no mancharse ni manchar es imposible, ya que desde que nacemos causamos un inevitable sufrimiento en nuestro entorno. Se trataría de procurar minimizar ese sufrimiento. No parece un disparate construir toda una moral sobre esa premisa, como propone el filósofo australiano Peter Singer para disgusto de su homólogo español que presenta libros de Ética en plazas de toros. Aunque, llevado a un extremo, ese planteamiento sería inviable: nadie, salvo un puñado de jainistas estrictos, anda pendiente de que sus pasos no vayan aplastando a las hormigas del suelo. Esa despreocupación te hace, desde luego, algo corresponsable del sufrimiento en el mundo. Pero es obvio que no sería posible vivir con semejante integridad: como decía Pessoa, un exceso de conciencia inhabilita para la vida. Lo que sí es posible es tomar decisiones como dejar de cazar por placer, dejar de comer animales si no hay necesidad o dejar de torturar a animales sintientes por mera diversión. Eso es progreso moral y el tiempo se encargará de demostrarlo: cada vez son menos quienes niegan que la esclavitud, la discriminación de la mujer o la persecución de los homosexuales son una barbaridad, lo que hace siglo y medio solo sostenían unos pocos excéntricos.
Lo cierto es que en nuestro interior -en unos más que en otros- anida la compasión, tanto con nuestros congéneres como con otros seres. No importa que esa compasión sea un mero subproducto de la evolución o que se trate de la manifestación de algo desconocido que podríamos identificar con una hipotética alma universal. Lo relevante es que todos los seres vivos inteligentes -no solo los humanos- la albergamos en potencia, y que con ella podemos hacer más digna la existencia en este extraño entorno cuyas reglas nosotros no hemos fijado. Incluso podríamos transformar el propio Universo si quisiéramos -¡y pudiésemos!- algún día. Porque quizá debiéramos...
Ahora bien, hay un horror muchísimo menos evidente pero más inquietante: el que no nos horroriza, el cotidiano que se manifiesta a diario en el supermercado, en el bar, en la cena o en la ropa que llevamos puesta. En las granjas de pollos, las plazas de toros, los mataderos, los camiones atestados de cerdos camino de la degollina... Ese horror no deja de ser terriblemente natural, es parte de una naturaleza que no entiende en absoluto de moral, donde hay avispas (icneumónidos) que paralizan a orugas para que sirvan con su cuerpo de pasto vivo a sus larvas, donde hay leones que matan a crías indefensas solo para aparearse con su madre, donde hay plantas que atrapan a insectos para absorber sus jugos y desintegrarlos, donde los cachorros humanos juegan haciendo atrocidades con los gatos y estos hacen lo mismo con los ratones. Donde, en suma, la depredación es regla y el pez grande se come al chico.
Ese horror cotidiano y doméstico no lo llega a percibir la mayor parte de la gente, a fuerza de costumbre y de borreguil sumisión a la tradición y el pensamiento dominante. De hecho, te expones a pasar por un iluminado si lo expresas delante de un cordero asado o un bocata de foie-gras (qué curioso que no pocos de quienes te tomarían por un chiflado no tengan dudas en la resurrección de los muertos, la virginidad de una madre y otras sutilezas sagradas).
Bueno, ¿y por qué deberíamos comportarnos de una manera diferente a los icneumónidos? Al fin y al cabo, nosotros somos integrantes de esa naturaleza amoral. Y la moral solo es un invento nuestro, creado exclusivamente para atender a nuestros intereses. Pero quizá haya que aplicar aquí ese dicho de que nobleza obliga: nuestra (relativamente) elevada conciencia lleva consigo una exigencia moral, al menos es lo que algunas personas -cada vez más- creemos y sentimos.
Vivir pretendiendo no mancharse ni manchar es imposible, ya que desde que nacemos causamos un inevitable sufrimiento en nuestro entorno. Se trataría de procurar minimizar ese sufrimiento. No parece un disparate construir toda una moral sobre esa premisa, como propone el filósofo australiano Peter Singer para disgusto de su homólogo español que presenta libros de Ética en plazas de toros. Aunque, llevado a un extremo, ese planteamiento sería inviable: nadie, salvo un puñado de jainistas estrictos, anda pendiente de que sus pasos no vayan aplastando a las hormigas del suelo. Esa despreocupación te hace, desde luego, algo corresponsable del sufrimiento en el mundo. Pero es obvio que no sería posible vivir con semejante integridad: como decía Pessoa, un exceso de conciencia inhabilita para la vida. Lo que sí es posible es tomar decisiones como dejar de cazar por placer, dejar de comer animales si no hay necesidad o dejar de torturar a animales sintientes por mera diversión. Eso es progreso moral y el tiempo se encargará de demostrarlo: cada vez son menos quienes niegan que la esclavitud, la discriminación de la mujer o la persecución de los homosexuales son una barbaridad, lo que hace siglo y medio solo sostenían unos pocos excéntricos.
Lo cierto es que en nuestro interior -en unos más que en otros- anida la compasión, tanto con nuestros congéneres como con otros seres. No importa que esa compasión sea un mero subproducto de la evolución o que se trate de la manifestación de algo desconocido que podríamos identificar con una hipotética alma universal. Lo relevante es que todos los seres vivos inteligentes -no solo los humanos- la albergamos en potencia, y que con ella podemos hacer más digna la existencia en este extraño entorno cuyas reglas nosotros no hemos fijado. Incluso podríamos transformar el propio Universo si quisiéramos -¡y pudiésemos!- algún día. Porque quizá debiéramos...