A pocos minutos andando desde mi casa hay una frontera (algo imprecisa, ya que no está marcada de modo alguno), la que te lleva a entrar en territorio de saludo. Si te cruzas con un desconocido más allá de esa difusa línea invisible, estás socialmente impelido a saludarle -y él o ella, a saludarte- para no quedar como un grosero. Ahora bien, si te lo vuelves a encontrar una hora más tarde por el casco urbano, puedes mirar sin problemas para un lado e ignorarlo olímpicamente. Ocurre lo mismo en la montaña (¡que no en la playa!) y en los pueblos muy pequeños. Ello no obsta para que haya gente que nunca salude en cualquier circunstancia, habida cuenta de la proverbial hosquedad de no pocos de nuestros compatriotas en estas latitudes.
El fenómeno opuesto es el no saludo a conocidos en cualquier lugar donde te los topes, desde el ascensor de tu edificio o la plaza del pueblo hasta la jungla amazónica o la Antártida. Yo participé activamente en un suceso de esta naturaleza en el verano de 1993, cuando junto con mi amigo José Miguel me disponía a tomar un vuelo rumbo a Madrid en el aeropuerto JFK de Nueva York. "Oye, ¿ese pibe no es C.?". "Sí, sí, claro". Un claretiano de un curso menos que el nuestro, uno de esos típicos niños de papá canarios con una chequera tan abultada como su incultura. El inicial cruce de miradas, entre la sorpresa y la fingida indiferencia, determinó el curso de las siguientes horas. Continuamos viéndonos en el avión, luego en el aeropuerto de Barajas, más tarde en el avión a Gran Canaria, de nuevo en el aeropuerto insular, otra vez en la guagua desde el aeropuerto a Las Palmas y, ya por último, en la estación de guaguas de la capital grancanaria. Allí se bifurcaron nuestros caminos. ¿Nos saludaremos si nos encontramos alguna vez en uno de los senderos o cañadas próximos a mi actual domicilio?...
Es curioso el comportamiento de la gente según esté en un entorno u otro. A mí me suele pasar lo contrario de lo que te pasó a ti en el avión: personas que te ignoran olímpicamente en tu día a día, transmutadas en íntimos amigos cuando las encuentras fuera de su ambiente. Para lo isleños (yo soy de la isla 'de enfrente') las puertas de embarque de los vuelos a Canarias suelen ser microcosmos en sí mismos, con gente que 'te suena' haber visto pero que no consigues ubicar. Pero siempre es mejor saludar, claro.
ResponderEliminarCristina, tienes razón con tu apunte de las puertas de embarque, jaja. Yo siempre veo a alguien que me suena mucho, que quizá estuvo en mi colegio hace 28 años y ya no soy capaz de reconocer. De alguna manera ya estoy en Canarias cuando me hallo en la salita esperando para embarcar. Por cierto, aprovecho para saludarte aunque no te conozca.
ResponderEliminar