martes, 27 de septiembre de 2011

No comment, please

Cualquier persona con criterio que haya navegado por Internet es consciente de que buena parte de los contenidos que circulan por la Red son basura e imbecilidades, lo que los angloparlantes dirían nonsense. En Internet está lo mejor y lo peor de la inteligencia humana, pero lo primero son pequeños tesoros a la deriva en el ruidoso océano de improperios, memeces, falsedades, incorrecciones y disparates de lo segundo. Para acceder a esos tesoros es imprescindible el auxilio del buen criterio, esa cosa que nunca se ha cultivado en nuestros colegios, institutos y universidades, que ahora resulta más necesario que nunca para saber separar el grano de la paja.

Todo lo que sea segar esa paja, limpiar la Red de excrementos, insultos y estupideces, debe ser bienvenido como saludable. Aunque alguno dirá que es antidemocrático. Porque ciertamente no hay nada más democrático que Internet, donde cualquiera puede poner prácticamente lo que quiera donde quiera -amparado encima por el anonimato, si así lo desea- sin ningún control de veracidad, rigurosidad o calidad. Esto se observa particularmente en los comentarios vertidos en blogs, noticias y retransmisiones en directo (sobre todo, de fútbol). Por no hablar de la sufrida Wikipedia, constantemente asediada por los trolls para desesperación de quienes se la toman en serio y pueden aportar cosas interesantes.

Afortunadamente, este vale todo empieza a ser cuestionado. Hace unas semanas, una periodista sueca comentaba en la BBC que varios diarios digitales de su país habían decidido reservarse el derecho de admisión de comentarios. Es algo que nadie ha cuestionado jamás en la prensa escrita: son los medios de comunicación los que deciden qué cartas al director se publican y cuáles no, atendiendo a su interés público y al valor de su contenido. ¿Por qué no llevar este principio a Internet? ¿Por qué tenemos que estar soportando a toda esa legión de trolls y de mentecatos? Ya tenemos bastante con aguantarlos en el mundo real, con tener que pagar peajes como los guardias muertos en las carreteras (fastidiando nuestros amortiguadores por culpa de los tontos del culo de siempre).

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