miércoles, 3 de agosto de 2011

¿Destino: Reikiavik?

"A mí la política no me interesa"; "Soy totalmente apolítico"; "Todos los políticos son iguales"... ¿Quién no ha escuchado a menudo estas necedades, propias de un país con una cultura política tan baja? Con una España al borde del colapso financiero, asediada por los especuladores y las agencias de calificación, uno se pregunta qué dice ahora esa gente que se toma la política como algo tan ajeno. Algunos seguirán instalados en su sandez. Pero, seguramente, otros muchos habrán decidido ir a votar a la derecha el 20-N creyendo, en su ignorancia, que con ello se enderezarán las cosas. Exhibirán así la misma idiotez política de quienes apoyan en EE.UU. al Tea Party, un movimiento que defiende descaradamente a los más ricos pero que se sostiene gracias a tantos estúpidos de clase media y media-baja, cristianos practicantes, bien armados y lindantes con el analfabetismo funcional.

Aquí no solo se están pagando los excesos del desmedido boom inmobiliario (todavía recuerdo en 2003 al señor de la inmobiliaria que me vendió el piso negando condescendiente que hubiese una burbuja) y del gran endeudamiento de los tiempos de vacas gordas, en los que no se dio ningún paso para cambiar nuestro poco competitivo (por culpa de nuestra burricie empresarial y laboral) modelo productivo. También estamos siendo víctimas, como en otros lugares del mundo, de las dramáticas consecuencias globales de un capitalismo de casino que amenaza con saltar por los aires y llevarse consigo todas las conquistas sociales de la democracia e incluso la democracia misma.

Si alguien pensaba que se podía ser indiferente a la política sin pagar un precio, aquí tiene las consecuencias. Corresponsables del desastre son, en alguna medida, quienes solo se preocupaban del precio de la gasolina o de la última gesta de Belén Esteban, quienes votaban a políticos corruptos e impresentables que dilapidaban alegremente el patrimonio público mientras alicataban nuestro maltratado territorio, quienes presumían de no informarse o de leer solo el Marca o el As... Y, por encima de todo, esos empresarios que no apostaron por innovar, esos políticos que no se atrevieron a reformar la Administración y las empresas públicas, esos sindicalistas que impidieron lo anterior para defender los privilegios de una casta, esos curritos que dejaron sus estudios para ponerse a trabajar en la construcción y pagarse sus coches de lujo y sus cadenas de oro...

Alguien dirá ahora que siempre pagan los mismos. Desde luego, pero no es menos cierto que también son siempre los mismos -por ejemplo, ese idiotizado populacho alemán que llevó a Hitler al poder- los que lo permiten y sostienen. Lo más inquietante es cuando se constate que el señor barbado de Pontevedra no arreglará las cosas: muchos se verán entonces tentados a dar su próximo voto a movimientos populistas declaradamente xenófobos (el PP no lo es confeso). El futuro podría ser esplendoroso para esas formaciones ultraderechistas si se siguiese oscureciendo el panorama socioeconómico.

De veras que uno intenta ser optimista, pero es que hay pocas razones para serlo. El problema de España es sobre todo cultural y educativo, y eso no se soluciona a corto o medio plazo. Islandia está arruinada. Sin embargo, a diferencia de nosotros, cuenta con un capital social muy valioso: su educada y cívica población (menos propensa a la chapuza, el pufo, la telebasura, el tarot, los paseos a la Virgen y el "a mí la política no me interesa") les permitirá salir del marasmo pronto. Yo, por si acaso, aconsejaría ir haciendo las maletas...

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