Tener como lengua materna el castellano o español es tan meritorio (o sea, nada) como tener el euskera, el inglés, el tagalo o el amazigh. Se trata de una mera circunstancia, como el hecho de ser pelirrojo, barbilampiño, islandés, chato o apellidarse Peláez. Dar un carácter solemne a esa condición de hispanoparlante nativo no deja de ser un ridículo ejercicio de nacionalismo lingüístico.
Ciertamente, es una suerte que tu lengua materna sea una de las más importantes -en cuanto a número de hablantes- del mundo y que en ella puedas leer en versión original a Cervantes o Vargas Llosa. Aunque no es un motivo de orgullo que entre los 500 millones de personas que la hablan haya tanto analfabeto (integral o funcional) o que en Wikipedia se encuentren más entradas en italiano y en polaco que en español. Tampoco es para celebrar que no puedas leer a Chejov en su lengua materna, teniendo que recurrir a no pocas traducciones infames como una de Edaf llegada hace años a mi librería cual alimento podrido a una nevera.
El Instituto Cervantes pretende que "nos sintamos unidos por una lengua común". Yo no me siento unido a alguien por la simple coincidencia de que hable como nativo el mismo idioma que yo. Me siento unido a aquellos con quienes comparto ideas o sentimientos, no importa su nacionalidad o la lengua en que se expresen. Mi espíritu se complace más leyendo y escuchando la letra de Another sunny day (Belle&Sebastian) que oyendo a un vil sudeuraca gritando "La dije a la sudaca que ya le tengo" con su móvil pegado a la oreja. Por mucho que esta última frase sea en español (mejor dicho, en 'egpañol').
Vaya historia progre. Seguro que ante el día de las letras catalanas, si es que tal cosa existe, manifestarías un infinito respeto y dedicación.
ResponderEliminarQuerido amigo,
ResponderEliminarPor si mi texto dejaba espacio para la duda, me pronunciaré de manera muy explícita: TODOS los nacionalismos son detestables, incluido el catalán, el canario, el vasco y el que me pongas delante. Y también el españolista, cuyo rechazo es la prueba del algodón para verificar tu sincero antinacionalismo. Me hace mucha gracia escuchar a nacionalistas españolistas criticando a otros nacionalismos.
Nicolás, el orgullo institucional por la lengua española no lo veo como un acto de nacionalismo, sino de etnocentrismo. Creo que estás reduciendo a nacionalismo cualquier manifestación de identidad cultural, y a mi juicio es un análisis equivocado.
ResponderEliminarCertera matización, Jomis, aunque yo hablaba de "nacionalismo lingüístico" (o sea, de algo sui géneris). En cualquier caso, las visiones etnocéntricas son siempre parte de todo esquema nacionalista.
ResponderEliminarLo que sí quería añadir es que detrás de ese orgullo institucional hay claros intereses comerciales y geopolíticos (traducibles en euros contantes y sonantes), además de la comprensible inclinación de académicos y otros mandarines culturales por exhibirse y justificar sus poltronas.
Decía Ortega que un "mundo" lo constituye un conjunto de repertorios y vigencias compartidos. La lengua es una de las formas primarias de instalación. A través del idioma pensamos, interpretamos y nos comunicamos.
ResponderEliminarPor eso yo no creo que el idioma sea una realidad tan desdeñable. Forma parte de nuestra circunstancia, y por tanto, es un elemento que nos constituye. Las personas que poseen conocimientos profundos de varias lenguas ven ampliada su realidad personal. Además hay que tener en cuenta que no todas las lenguas poseen la misma riqueza.
Rafa, yo no creo que la lengua sea una realidad desdeñable. Todo lo contrario: se trata de algo fundamental, sin duda del mayor logro cultural de la humanidad. Pero la importancia está en el lenguaje en sí (la capacidad de comunicación oral y escrita) y no en el idioma concreto en que se manifieste (aragonés, croata o kikuyu).
ResponderEliminarEn cuanto a la riqueza relativa de las lenguas, hay que tener presente que todas ellas son adaptaciones culturales al medio en que aparecen o se transforman. El inuit -lengua de los mal llamados esquimales- tiene varias palabras para designar el concepto "blanco", y lo mismo las lenguas amazónicas para el "verde". Por su parte, el euskera anterior a Sabino Arana no debía tener en su vocabulario las palabras "hermenéutica" o "heurística" (no parecen términos muy entroncados con el día a día de leñadores, vaqueros y pescadores).