El 29-S fui a trabajar. Las opciones para ese día sólo eran dos (ir o no ir), pero la realidad es mucho más compleja que esa simple dicotomía. Lo cierto es que no fue una decisión fácil, y sigo sin estar seguro de haber hecho lo adecuado. Pero fue algo meditado. Y hecho está.
En primer lugar, me tiraba para atrás el secundar una convocatoria lanzada por los sindicatos mayoritarios en función no tanto de los intereses de los trabajadores como de los suyos propios: tenían que escenificar un distanciamiento frente al Gobierno ante reformas muy impopulares como las recientemente aprobadas y las que con toda seguridad vendrán más adelante.
También me fastidiaba que calificasen la reforma laboral de agresión intolerable cuando la situación de los contratados temporales -con 8 días de indemnización por año trabajado- ya es desde hace un puñado de años bastante lamentable. ¿Alguien se acuerda de ellos?, ¿y alguien se acuerda de los parados?... Era indignante leer en una de las hojas sindicales distribuidas en mi empresa uno de los "ganchos" para atraer a la huelga a los trabajadores fijos con mucha antigüedad y un sueldo nada desdeñable: que en vez de llevarte a casa una indemnización de 170.000 euros (45 días por año trabajado), sólo pillarías 80.000. A ver quién le cuenta esto a alguien harto de enganchar contratos temporales y de ser parasitado por ETTs; a ver quién le pide que se sume a la huelga para que unos señores o señoras puedan aumentar su patrimonio en 170.000 euros (y no en 80.000) si les despidiesen unos añitos antes de su más que garantizada jubilación.
Al final te das cuenta de que los llamados sindicatos de clase defienden sobre todo a la aristocracia obrera, la compuesta por los trabajadores de la industria y las grandes empresas, los funcionarios y los trabajadores fijos de empresas públicas. Y descubres que los intereses de la mal llamada clase trabajadora no son los mismos, por no hablar ya de los parados.
Otra cosa que me disuadía de ponerme en huelga es la demagogia sindical acerca de la reforma de las pensiones, algo inaplazable en el tiempo por el desequilibrio entre el número de beneficiarios y sostenedores del sistema. Ésta es una cuestión de pura aritmética, no de política. Y proponer que la gente que ahora tiene 40 años se jubile a los 67 en vez de a los 65 no parece un disparate, habida cuenta de que dentro de 30 años el concepto de ancianidad será seguramente diferente.
Lo que puede calificarse ya directamente como engaño es la afirmación de que si la huelga triunfaba sería posible hacer rectificar a Zapatero. Tal como está la situación, nuestro Gobierno -como todos los demás- es rehén de los mercados financieros: un paso atrás del presidente bastaría para que se nos echasen encima los gigantescos fondos de inversión y tuviésemos que recurrir al socorro del FMI (¡y éstos no ayudan gratis!). Éste es el sistema capitalista que tanto aplauden algunos y en el que tan plácidamente parece vivir (al menos hasta ahora) la mayor parte de la gente en Occidente... No es que sea imposible hacer frente a la dictadura del capital: sí que se puede, pero sólo con una acción concertada a nivel internacional, por ejemplo a través de la Unión Europea. Si un país quisiera ir por libre, puede darse ya por machacado...
Mirando las cosas por el otro lado, uno tiene claro que los sindicatos deben existir como contrapeso al empresariado, más aún en un país como España donde la calidad de los empleadores es por lo general muy mala. Aquí hay mucho botarate encorbatado incapaz de entender que sin trabajadores motivados no puede haber productividad, que no se trata de tener a sus empleados 8, 10 u 11 horas encadenados a su puesto sino de alentarles a sacar con inteligencia y flexibilidad lo mejor de sí mismos. Si no existieran los sindicatos, el mundo del trabajo sería un verdadero infierno.
Uno es además consciente de que los grandes logros sociales en Europa han sido fruto de una lucha de siglos que se ha cobrado la sangre y la vida de mucha gente: no son un regalito de quienes manejan el cotarro económico, sino una concesión (no irreversible).
Desde luego, la reforma laboral del Gobierno -eso sí, presionado desde fuera- se ha pasado varios pueblos. Con unos empresarios como los nuestros, no es de extrañar que a su amparo proliferen los abusos y la conciliación familiar se convierta en una quimera. Todo ello, para colmo, en perjuicio de la productividad de nuestra economía (¿no se pretende justamente lo contrario?). Aunque, en realidad, el de España es un problema de fondo: un sistema educativo muy deficiente, una economía excesivamente basada en la construcción, unos empresarios chapuceros, unos trabajadores poco productivos, una muy escasa inversión en I + D, un sistema judicial decimonónico, una corrupción arraigada y premiada electoralmente...
En fin, el 29-S por la mañana traspuse la barrera de seguridad de Torrespaña entre el abucheo de un grupo de piqueteros “informativos” (léase coactivos) que ni siquiera se dignaron a preguntarme si mi presencia obedecía a la fijación de servicios mínimos. La defensa de los trabajadores más débiles y de los parados no parece que sea el empeño de esta gente, más típica del cada vez más lejano siglo XX que del XXI. Algo habrá que hacer, pues...
qué razón tienes, amigo
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