sábado, 6 de noviembre de 2021

Bendita Nada


Aunque beben de las mismas fuentes filosófico-teológicas, budismo e hinduismo difieren en lo que respecta al concepto de nirvana: para el primero, supone la extinción de la consciencia individual, su disolución en la nada; para el segundo, su reintegración en una consciencia cósmica. Pero ambas visiones no son incompatibles: la reintegración de la consciencia individual (Atman) en una consciencia universal (Brahman) podría serlo a su vez con la nada. Algo parecido apuntó en el siglo IX el monje irlandés Juan Escoto Erígena, que coqueteó con el panteísmo y estableció una osada identidad entre la nada y Dios. Siglos atrás, en oposición a Parménides, el también griego Leucipo había sido pionero en considerar a la nada como algo.

La Nada (no el vacío cuántico, siempre en ebullición, sino la pura nada) trasciende el espacio y el tiempo, por lo que para nosotros resulta inconcebible. Podemos imaginárnosla cerrando los ojos, tapándonos los oídos, cegando el resto de nuestros sentidos y sensaciones internas (cenestesia). Quedaría aún la consciencia personal, nuestra sensación de existir individualmente, que habría que borrar para llegar a ese inefable estado en el que sujeto y objeto se confundirían.

En la propuesta metafísica que expongo en mi libro Entre la Nada y el Todo: consciencia y evolución en el Multiverso, la Nada es un elemento clave para la existencia del Todo y de cada una de sus manifestaciones universales. Es una visión panenteísta en la que la consciencia (llámala Dios, si lo prefieres) informa el mundo material (como consciencia materializada) pero mora también más allá de este en la Nada (como consciencia pura).

En este esquema habría pues tres entes ontológicos: la Nada (la consciencia pura), el Todo (un objeto abstracto multiversal de naturaleza platónica, idéntico al espacio de posibilidades) y el Mundo (un objeto físico producto de una computación sobre el Todo informada por la consciencia). La computación, junto a todas las verdades matemáticas, sería un atributo de la consciencia pura. El Mundo estaría habitado por consciencia materializada (desde la de un quark o electrón hasta la tuya emergente personal) cuya raíz sería la consciencia pura. 

El vínculo entre la Nada y el Todo podría expresarse con una bella metáfora: el sueño de Vishnu. La consciencia pura sueña todos los mundos posibles, un revoltijo abstracto sobre el que toda consciencia materializada navega, a modo de un jugador en un videojuego, gracias al espacio y el tiempo. En el caótico totum revolutum del sueño de Vishnu no hay coherencia, propósito ni sentido: estos solo son posibles en un universo con un viaje ordenado de la consciencia a través del tiempo, ese filtro o tamiz del objeto multiversal que impide que todos los sucesos del mismo ocurran a la vez (una feliz ocurrencia del escritor de ciencia-ficción Ray Cummings, adoptada por el gran físico John A. Wheeler).

Tal vez la conciencia pura quiera salir de la Nada para saber lo que es ser algo en todas las formas posibles. Para descubrir el mal, el sufrimiento, el odio y el sinsentido, pero también el bien, el placer, el amor y el propósito.