(Imagen de David R. Ingham)
Si se me apareciera un gnomo por el campo y me prometiese una respuesta certera a cualquier pregunta profunda, pero solo a una (como la supercomputadora de Guía del autoestopista galáctico), tendría pocas dudas de cuál sería: ¿Qué es la consciencia? La resolución de ese misterio podría arrojar luz sobre otros interrogantes, como por qué existe algo en vez de nada, cuál es el origen y destino del universo, qué es el tiempo o si hay algún hueco para el libre albedrío.
El filósofo inglés Philip Goff vive con pasión su búsqueda de respuestas a ese respecto. Pampsiquista russelliano, Goff propone poner los cimientos de una ciencia de la consciencia posgalileana que atienda a la cara subjetiva e interna del fenómeno: la de la experiencia, que no es cuantificable por tener solo propiedades cualitativas (qualias como la rojez, la aspereza en el tacto, el sabor amargo, el dolor o el placer). Porque Galileo fijó los límites de la naciente ciencia moderna dentro de lo observable y mensurable, dejando deliberadamente fuera a la consciencia, que sería la naturaleza intrínseca de la materia conforme al esquema de Russell y Eddington (un planteamiento monista, ya que mente y materia serían las dos caras -una interna y otra externa- de la misma cosa).
Goff ha convocado a científicos, filósofos y teólogos para una edición especial en octubre de la Journal of Consciousness Studies destinada a debatir sobre su libro El error de Galileo, el pampsiquismo y las posibles bases de esa nueva ciencia de la consciencia: más de la mitad de los 19 ensayos remitidos (redactados por científicos y pensadores tan reputados como Carlo Rovelli, Sean Carroll, Lee Smolin, Anil Seth, Christof Koch, Annaka Harris, Keith Frankish o Galen Strawson) ya pueden leerse online. Lo que sigue son mis comentarios acerca de buena parte de ellos, así como de otros enfoques teóricos no incluidos. Unos comentarios basados en una visión monista pampsiquista no determinista que es la que desde hace un tiempo (yo antes no creía en el libre albedrío) me resulta más convincente.
El "problema difícil" de la consciencia, tal como lo acuñó hace décadas el influyente filósofo australiano David Chalmers, parte de una perplejidad que no deberíamos dar por obvia: ¿por qué habría de existir la consciencia?... Podría haber zombis indistinguibles de nosotros, capaces de hacer lo mismo pero sin albergar dentro esa cosa que todos sentimos tan íntima (nuestra mente), esa subjetividad interior tan innegable que llevó a Descartes a construir sobre ella toda su filosofía. Porque lo único de lo que no podemos dudar es de que tenemos una mente consciente. Que el resto también la tenga (que no sean zombis) parece una suposición muy razonable, pero es imposible de demostrar. Yo solo tengo la certeza de que existo yo: no hay manera de probar que tú (lector) -así como el resto de los seres vivos, incluyendo al propio Descartes- seas un mero autómata o computadora orgánica que ejecuta un programa. Ese escenario solipsista en el que uno es el único agente consciente del universo no es descartable, pero me parece más probable la existencia de una compleja red de agentes conscientes en interacción (es lo que cree Donald Hoffman).
A la hipótesis del zombi filosófico, popularizada por Chalmers, se llega necesariamente cuando nos comparamos con un ordenador, un objeto puramente mecánico que funciona recibiendo unos inputs, procesándolos conforme a un programa y generando unos outputs. ¿Qué necesidad tiene un ordenador de un mundo interior subjetivo? ¿Pero por qué las máquinas no lo tienen y los humanos (entre otros animales) sí?... El argumento de Chris Fields, bajo un enfoque pampsiquista informacional, es que no puede haber zombis porque todo ente material que procesa información es consciente. También lo serían los ordenadores, desde luego. Y las plantas. Y las bacterias. Y las partículas elementales, a su modo. O sea, que la pregunta de por qué habría de existir la consciencia sería la misma que la de por qué habría de existir la materia. ¿Hay algún materialista que hable del "problema difícil" de la materia?... Probablemente, las únicas explicaciones ontológicas al respecto (a por qué hay algo en vez de nada o a por qué existen los qualias y son como son) estén más allá de los límites de la ciencia, en el terreno de la metafísica. Ahí estriba uno de los pocos puntos de desacuerdo de Fields con Goff, al señalar que su aproximación fundamentalmente ontológica (y no tanto funcional) al problema seguramente sea infructuosa.
Como dice Goff, el pampsiquismo resuelve el "problema difícil" a cambio de toparse con el problema de la combinación: cómo se combinan dos entidades conscientes para dar lugar a una superior sin perder su individualidad y de manera que la superior se perciba como unitaria. Giulio Tononi y Christof Koch, artífices de la IIT (Teoría de la Información Integrada), lo resuelven ingeniosamente con su definición de la consciencia como la integración de un máximo irreducible de información en un cierto lugar del espacio. Cuando somos conscientes, nuestra mente se enciende y hace que se apague toda consciencia subyacente. Cuando dejamos de estar conscientes (en sueño profundo o en estado de coma), se vuelven a alumbrar los agentes que se hallan más abajo en el edificio jerárquico de la consciencia. Por ejemplo, nuestro hígado.
Annaka Harris no ve tal problema con la combinación (y coincido con ella), ya que es erróneo hablar de un sujeto de consciencia: lo que hace un Yo es la memoria, como conector de experiencias o qualias. Esta es una idea que parece tomada de Derek Parfit, para quien una persona es ese conector coherente -él lo llama R- a lo largo del tiempo de distintos contenidos conscientes. Para Fields, el problema se solventa si tenemos en cuenta que las experiencias son componenciales, pero no así los agentes que las experimentan: hace una analogía con las máquinas virtuales en una computación que me parece muy sugerente.
Annaka pone como símil una orquesta: el sonido de cada instrumento no pierde su singularidad al ser componente de algo superior como una sinfonía. Volviendo al hígado, nos dice que asumimos que ese órgano no es consciente solo porque no somos conscientes de él: ¡pero es que no lo somos porque nosotros no somos el hígado, sino nuestra mente emergente! La razón por la que la reencarnación me parece un absurdo lógico es la misma: si Zenón de Eleas se encarna en mí ya no es Zenón de Eleas (una cierta configuración de la materia/mente) sino yo (otra configuración).
Otro problema para el pampsiquismo es el de la causalidad descendente, el que la mente pueda tener poderes causales sobre la materia. Para Sean Carroll, el cierre causal de la física hace que esa causalidad de arriba abajo sea imposible. Sería diferente si asumiéramos un modelo dualista mente-materia en el que la primera influyese de alguna forma sobra la segunda. El dualismo, que es el planteamiento de Descartes y la intuición de raíz religiosa de la mayor parte de la gente, es mucho menos convincente que el materialismo. Pero un modelo materialista no está para nada reñido con el pampsiquismo... ni siquiera con la causalidad descendente: Lee Smolin sostiene que esta última es posible si se ensancha el campo (incluyendo los qualia y su aún desconocida física subyacente) sobre el que rige el cierre causal. Resulta tentador pensar que las emergencias hacen que se amplíe el espacio de posibilidades, permitiendo ese poder causal. Precisamente, Smolin cree que si la consciencia ha favorecido la supervivencia (si tiene un valor evolutivo) es por tener ese poder. Por cierto, Smolin concibe la flecha del tiempo como la dirección de lo indefinido a lo definido. El tiempo no es algo emergente sino un precipitador activo de la realidad que crea con ello la consciencia.
Carroll hace una enmienda a la totalidad al pampsiquismo, ya que no cree que los aspectos intrínsecos de la mente puedan introducir modificaciones en las leyes físicas que lleven a una reformulación de su muy contrastado marco teórico. Pero lo cierto es que la hipótesis pampsiquista da respuesta al misterio de la emergencia fuerte, a la súbita transición de lo no consciente a lo consciente: no habría tal misterio, porque la consciencia sería consustancial a la materia, no una emergencia de ella. Carroll carga contra Goff al considerar este la carga eléctrica (al igual que cualquier otra propiedad física) como una forma de consciencia. Es cierto que en el pampsiquismo russelliano no hay una relación causal, sino de identidad, entre las propiedades físicas y las mentales. ¿Pero no sería más atinado decir que la carga, la masa y cualquier otra propiedad física son, más que formas de consciencia, parámetros que definen una forma de consciencia?...
Otro duro crítico del pampsiquismo es Anil Seth, que propone dejar de lado el problema difícil y centrarse en lo que él considera el problema real de la consciencia: o sea, ir de los correlatos neuronales (del "esta parte a del cerebro se activa cuando yo siento b") a las explicaciones, a la búsqueda de los mecanismos subyacentes a las experiencias. Para Seth, el cerebro es un agente bayesiano, dedicado a actualizar en todo momento sus expectativas o predicciones a partir de información proveniente tanto de fuera como de dentro del cuerpo. En eso coincide con Carroll, pero Seth postula además que el cerebro fabrica una alucinación controlada dentro de la cual se incluye el propio yo. Las alucinaciones no controladas son aquellas disfuncionales para la supervivencia, caso de las producidas por ciertas drogas o por estados como la esquizofrenia: no son funcionales porque aportan información errónea para manejarse con seguridad por el tablero del mundo (no es buena idea tirarse por la ventana de un décimo piso al ver abajo, fruto de la ingesta de LSD, un mullido lecho de nubes rosas de algodón).
En su artículo, Robert Prentner comparte la teoría interfaz de la consciencia de Donald Hoffman (el realismo consciente): el tablero del mundo sería como la interfaz de usuario de un ordenador; y los objetos del universo, sus iconos en la pantalla. No vemos el mundo tal como es, sino del modo que mejor nos sirve para sobrevivir: los iconos están ahí como representaciones que aportan información para la supervivencia. Para Prentner y Hoffman, que al igual que Fields, Tononi y Koch aplican las matemáticas al estudio de la consciencia y toman a esta como punto de partida científico, hay una realidad externa compartida por todos los agentes conscientes (cada uno la percibe a través de su particular interfaz), pero esta no existiría sin la consciencia. O sea, no hay una realidad independiente de la mente. Por eso puede considerarse su teoría como idealista o inmaterialista al modo del obispo Berkeley. Lo que sí está claro es su realismo acerca de la consciencia: esta no sería una ilusión (la autoatribución por el cerebro de una vida privada interna), como creen Keith Frankish y otros.
Desde una óptica puramente materialista y negadora de la existencia de los qualia, Daniel Dennet considera que algún día la consciencia de un individuo podría ser descargada y almacenada en un soporte no orgánico: lo importante sería la estructura y no el soporte. Pero supongamos que la digitalización de una mente (una tarea que ahora mismo nos parece hercúlea) fuera técnicamente posible: ¿esa mente en un archivo informático sería la misma?... La respuesta de quienes sostienen la idea de la mente corporizada (como Andy Clark, Francisco Varela, Antonio Damasio o el propio Seth) es clara: no, en absoluto. Y esto se debe a que la mente no es solo construida por el cerebro sino también por el resto del cuerpo. De hecho, hay estudios que muestran la influencia en nuestra psique incluso de organismos que viven en nuestro interior como la flora bacteriana del intestino. Y hasta de objetos extracorporales como unas gafas, una prótesis o un mando a distancia: es la llamada mente extendida (homologable al fenotipo extendido de Richard Dawkins en el ámbito de la biología). La consciencia en un hipotético estado incorpóreo podría ser algo irreconocible. Tanto para Dennet como para Michael Gazzaniga, la mente no solo es un fenomeno emergente (no fundamental) sino una confederación de módulos, un fenómeno descentralizado en el que no hay cuartel general y distintas narraciones compiten por imponerse. Esto último no lo veo reñido con una mente que sea fundamental en vez de emergente.
Para Roger Penrose y Stuart Hammeroff, el cerebro funcionaría como un ordenador cuántico, pero con un componente no algorímico. Ese componente conectaría con una especie de realidad platónica más allá del espacio-tiempo, haciéndonos ver como ciertas algunas verdades que son indemostrables dentro del sistema cerrado del universo. Una inteligencia orgánica sería pues capaz de comprender y ser consciente, a diferencia de una computadora. Ese componente no computacional permitiría a la mente autorreferenciarse, esquivando la limitación impuesta a todo sistema por el teorema de incompletitud de Gödel (que prueba que ni siquiera las matemáticas son completas, al contener verdades no demostrables desde dentro). Porque cuando un ser consciente sabe algo, no solo lo sabe sino que sabe que lo sabe... y así sucesivamente en una regresión infinita. Douglas Hofstadter definió precisamente la consciencia como un "extraño bucle" autorreferencial.
Ferviente antirreduccionista, para Gazzaniga los cerebros son máquinas fabricadas por la selección natural que tienen poderes causales. Y la consciencia es un conjunto de representaciones simbólicas ligadas a esa maquinaria cerebral: en última instancia, un instinto que tienen todos los organismos vivos, ajeno a la inteligencia artificial. En ese último punto disiento de él y de Penrose (John Searle tampoco cree que un ordenador tenga o pueda llegar jamás a tener una mente) y me alineo más con la visión funcionalista de Dennet. Aunque obviamente voy mucho más allá que Dennet, al abrazar los qualia y el pampsiquismo. Un pampsiquismo no determinista a diferencia del defendido por Galen Strawson, que no deja espacio alguno para el libre albedrío.
Si el gnomo campestre diera cumplida respuesta (¡no admitiré como tal un 42!) a mi pregunta, intuyo que aquella podría también aclararnos conceptos como los de nada o infinito. Mejor dicho, aclararme... si acaso yo fuera la única consciencia del universo. ¡Juro que soy consciente!
*En mi libro Entre la nada y el todo: Consciencia y evolución en el Multiverso me he tomado la libertad de incluir una osada elucubración metafísica: que hay una consciencia universal (Brahman) que mora en la nada y percibe la no-nada (el todo) desde todas las perspectivas posibles (Atman) materializándose gracias una gigantesca computación multiversal.
**Sigan en Twitter a Philip Goff (@Philip_Goff) si están interesados en el pampsiquismo. Goff y Keith Frankish (antipampsiquista, pero no por ello menos amigo de Philip) tienen un muy recomendable podcast dedicado a la consciencia: Mind Chat.