martes, 22 de septiembre de 2015

El Viacrucis de los refugiados sirios: una típica película protagonizada por humanos

Europa vive una crisis migratoria sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Dicho de una manera más concreta y personalizada, decenas de miles de sirios (pero también iraquíes, afganos, eritreos y otros) están embarcados en un largo, caro y peligroso viaje hacia el núcleo próspero de la Unión Europea, forzados a abandonar su país por la guerra y/o la persecución política: un periplo de miles de kilómetros marcado por la angustia, el frío, el hambre, la sed, el cansancio y, a veces, la muerte (ya se han convertido en cotidianas las terribles imágenes de niños ahogados en aguas del Mediterráneo), a expensas de traficantes sin escrúpulos y de otros desalmados que en ocasiones -dentro y fuera de la UE- llevan uniforme.

Para analizar este drama utilizaré el mismo modelo aplicado al tráfico ilegal de marfil en una entrada anterior titulada "La pena por el elefante". Porque, como escribí allí, "se trata de la típica película real protagonizada por humanos, con todo lo que conlleva: egoísmo, ignorancia, estupidez, maldad... Al igual que en las pelis de ficción también hay, por supuesto, cosas buenas como la gente que se indigna e incluso se rebela arriesgando su pellejo. El modelo explicativo aplicable es siempre el mismo, hablemos de tráfico de marfil, de peletería, de diamantes, de industria cárnica o de esclavismo". Y, claro está, de inmigración masiva...

Para empezar, hay que remontarse al año 2003, cuando el mendaz y escasamente cualificado presidente estadounidense George W. Bush (votado y respaldado por no pocos compatriotas ignorantes e imbéciles) conduce a su país y a algunos de sus aliados a una guerra desastrosa y contraproducente en Irak (que servirá para divertirse a seres de la calaña de la señorita England), creando un caos y un vacío político que años más tarde será llenado -tanto en Irak como en la vecina Siria- por fanáticos religiosos (en el mejor de los casos, ignorantes y estúpidos; en el peor, simples bestias) bien financiados por correligionarios adinerados del golfo Pérsico con cuentas en Suiza y cuasiesclavos asiáticos a su servicio. Estos fanáticos (musulmanes sunníes nativos y extranjeros venidos expresamente de otros países de la región, de África o de Europa) se hacen con el control de un vasto territorio a caballo entre Irak y Siria y siembran el terror entre cristianos, musulmanes chiíes, kurdos y todo aquel que desafíe a su autoproclamado Estado Islámico. En Siria les harán frente el Ejército del dictador Asad (apoyado por la milicia chií libanesa proiraní Hezbolá), las milicias laicas kurdas del norte (en un territorio independizado de facto de Damasco) y otras milicias laicas e incluso islamistas (como el grupo Al Nusra, cercano a Al Qaeda), a su vez enemigas del régimen de Asad. La población civil, atrapada entre varios fuegos y sometida a bombardeos indiscriminados, es desplazada masivamente de sus pueblos y ciudades y empujada al exilio.

Miles de personas, muchas de ellas junto a toda su familia, se ponen camino de la rica y tolerante Europa, donde nadie les va a echar bombas de barril ni a rebanar el pescuezo y podrán encontrar un trabajo del que vivir decentemente. Por supuesto, no todos son trigo limpio: sería absurdo (un bofetón a la estadística) que así lo fuera. Como tampoco eran buenos todos los republicanos que abandonaron España a finales de la Guerra Civil o todos los judíos que estaban en los campos de concentración y exterminio nazis (algunos de ellos colaboraron con los nazis y fueron tan crueles con sus hermanos hebreos como aquellos, tal como nos contó Victor Frankl en El hombre en busca de sentido) o todos los soldados aliados que felizmente derrotaron a Hitler hace 70 años. Como tampoco eran malos, por otra parte, todos los soldados de la Alemania nazi (muchos de ellos, como un primo hermano de mi madre, eran jóvenes obligados a servir).

Volvamos al siglo XXI. En su recorrido, los sirios bienintencionados -y también los otros- habrán de toparse con buena gente, pero también con imbéciles o inconscientes, con desaprensivos y con bestias (humanas). A casi todos los traficantes de personas podemos repartirlos entre estos dos últimos grupos: al primero (los desaprensivos) se adscriben los que pretenden sacar a los migrantes el mayor dinero posible y no se preocupan demasiado por su seguridad; el segundo está integrado por los que los estafan y son capaces de hundirles la balsa en medio del mar, causando directamente su muerte. Si llegan a suelo europeo, los sufridos migrantes se encontrarán de nuevo con gente que les ayudará (simples ciudadanos, voluntarios y no pocos empleados públicos y policías empáticos), pero también con gentuza racista que les pondrá la zancadilla o los mirará con recelo (entre ellos, no pocos policías que les inflarían a gusto a hostias si les autorizaran): una gentuza que está detrás de políticos xenófobos y nacionalistas como el presidente húngaro cristiano Viktor Orban (él bien sabe que está en el poder gracias en parte a esos votos que se disputa con los neofascistas de Jobbik).

Ya llegados a su destino (Alemania y Suecia suelen ser sus países favoritos para establecerse), los refugiados encontrarán otra mucha gente que se solidarizará con ellos y les apoyará, pero también otra legión de imbéciles o inconscientes (que se creerán que vienen a quitarles su trabajo o a robarles y votarán a quienes prometan echarlos), de desaprensivos y, por supuesto, de bestias. Y al mando, nuestros políticos tan denostados, temerosos de perder votos (hay que quitarse el sombrero ante la valentía de Angela Merkel, aunque es cierto que a Alemania -en general, a Europa- le interesa una inmigración cualificada para sostener su economía en el futuro) por ser demasiado generosos con los inmigrantes: mezquinamente temerosos de la mezquindad de muchos de los votantes a los que se deben (y también de su miedo al otro, alimentado por el auge del radicalismo islámico en las comunidades ya establecidas en Europa, lo que a su vez sirve de pasto a la extrema derecha nacionalista y xenófoba).

Este análisis no es incompatible con sesudos estudios académicos que ponen el acento en la crisis de la democracia partidista y el Estado del Bienestar en Europa, los riesgos del multiculturalismo y el choque de civilizaciones, la amenaza demográfica y ecológica global, el fracaso del Estado moderno y el secularismo en Oriente Medio, la artificialidad de las fronteras allí trazadas tras la caída del imperio otomano, el impacto geoestratégico de la emergencia en la segunda mitad del siglo XX de las petromonarquías del Golfo o la quiebra de las relaciones de dominación capitalista a nivel mundial (signifique lo que signifique esto). Pero tengamos en cuenta que en todo estudio social son los humanos -no solo los líderes sino los ciudadanos de a pie- los protagonistas. Y las motivaciones humanas son siempre las mismas, al igual que los tipos humanos: ahora, hace mil años y seguramente dentro de mil años (aunque, en ese lejano escenario futuro, la hipotética integración hombre-máquina alumbrando seres biónicos interconectados podría quizá depararnos alguna sorpresa).

**Este artículo de Arturo Pérez-Reverte ofrece un panorama no muy luminoso sobre el futuro de Europa a la luz de esta crisis migratoria. Creo que no le falta razón.

"Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: "raza" de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración" (Viktor Frankl, 1946)

jueves, 10 de septiembre de 2015

Superconciencia, ¿emergencia pendiente?

(tras otro agradable paseo campestre con el doctor Salvador Casado)

La conciencia, esa cosa tan íntima y familiar a la par que misteriosa, es -mejor dicho, parece ser- una propiedad emergente de la materia que mora en ámbitos etéreos. Inmaterial e inalienable, no puede percibirse más allá de los confines de su dueño e incluso es imposible saber con certeza si éste realmente la posee o no (no puede descartarse que todos menos tú sean zombis, meros autómatas sin vida interior). Además, ignoramos a partir de qué punto estamos en presencia de ella: ¿Hay conciencia en un embrión, en una comunidad bacteriana, en un árbol?, ¿y por qué no en un termostato o en la propia Biosfera autorregulada (la Gaia de James Lovelock)?...

El espacio y el tiempo probablemente sean también propiedades emergentes, de fundamento aún desconocido (ya sabemos que la masa lo es, fruto del acomplamiento con un campo de Higgs). Como lo son con certeza la vida, la economía, un huracán, una bandada de pájaros o un embotellamiento de tráfico. Los insospechados fenómenos emergentes de orden más elevado que estarían esperándonos en el futuro, si continúa nuestra línea evolutiva y no se trunca nuestro exponencial desarrollo científico y tecnológico, nos llenarían sin duda de asombro. ¿Por qué no podría la conciencia, llevada a cierto punto crítico (semejante a los 0º C en los que el hielo pasa a ser agua líquida o a los 100º en los que se vuelve gaseosa), ser generadora de otros ámbitos o reinos autónomos?

La conexión en red entre cerebros humanos e inteligencia artificial, en una especie de Superinternet biónica, alumbraría seguramente una singularidad tecnológica como la prevista por Ray Kurzweil. Se abriría con ello la válvula reductora cerebral que, según Henri Bergson, limita la cantidad de Realidad que entra en la conciencia: ésta se ensancharía, por tanto, de manera inimaginable. Tras la singularidad, ya nada sería igual. Incluso es muy probable que nuestras motivaciones -humanas y, por tanto, animales- ya no fuesen las mismas.

Quizá el futuro de la vida inteligente sea una amorfa nube consciente (como la novelada por Fred Hoyle en La nube negra), capaz de habitar en idílicas recreaciones virtuales donde no existe el sufrimiento o la maldad, donde todo es amor y compasión: en rincones del florido Multiverso que podríamos identificar con el Cielo o el Paraíso, lejos del Infierno (que debe existir ahí fuera en todas sus modalidades), de vulgares universos defectuosos como el nuestro y de la mera Nada* (que, según Robert Nozick, también tendría su hueco en el Multiverso).


*Nada en sentido estricto, no en la acepción de vacío cuántico que permea todo nuestro Universo.