sábado, 15 de octubre de 2016

El acoso escolar más allá del buenismo biempensante

La brutal agresión a una niña de ocho años en Mallorca por parte de chicos de entre doce y catorce ha avivado el debate sobre el acoso en las aulas, sus causas y los modos de prevenirlo y atajarlo. Vuelve a saltar a la palestra la ya tópica letanía de psicólogos y psicopedagogos: que si nuestra sociedad es cada vez más violenta (por culpa supuestamente de la injusticia social -achacable directamente al capitalismo- y también de las películas y videojuegos que "banalizan el mal"), que si el verdugo es una víctima social a la que no se le ha enseñado a respetar al prójimo por una falla de nuestro sistema educativo, que si los medios de comunicación son corresponsables (aunque he de reconocer que flaco favor hacen las típicas teleseries norteamericanas que presentan a los malotes como enrollados y a los chicos formales y estudiosos como pringaos)...

En primer lugar, siguiendo el planteamiento de Steven Pinker, me atrevo a afirmar que probablemente nunca haya habido menos violencia en la escuela -además de en el hogar y en cualquier otro ámbito humano- como en nuestros tiempos. Lo que pasa es que, al igual que con la violencia machista, la racista y la homófoba, los abusos se denuncian ahora con mayor frecuencia y son mucho más mediáticos. Y en segundo lugar apunto lo que casi nadie se atreve a decir en público -mucho menos desde una óptica cristiana o de izquierdas- aunque todo el mundo en el fondo lo intuya: la verdad de que hay niños malvados, de que la hijoputez no es cosa solo de adultos porque también hay pequeños monstruos de doce años, de siete o de cuatro.

¿Cuándo entenderemos de una vez que no somos una hoja en blanco al nacer? ¿Cuándo entenderemos que se nace psicópata, que la ausencia de empatía ya está inscrita en los genes y no se cura (ni siquiera es una enfermedad, incluso podría afirmarse que es un rasgo adaptativo)? (Luego seguirán diciendo algunos que la ciencia no ofrece pista alguna para resolver los problemas sociales). Con un psicópata no valen de nada las dinámicas de grupo, los talleres de educación emocional, la papiroflexia... Por desgracia, no hay reeducación posible con ese 1-2% de la población humana (que algunos estudios elevan hasta el 20% si nos ceñimos a los altos cargos políticos y empresariales de la sociedad): la unica solución efectiva es su neutralización, que en el ámbito escolar va desde el marcaje férreo hasta la expulsión del colegio y, si es menester, el ingreso en un centro penitenciario para menores (llámenlo cárcel de menores si lo prefieren: no tengo problema con esa denominación). No se trata de ninguna venganza social, sino exclusivamente de proteger al resto de la población de individuos evidentemente dañinos y peligrosos. Es inmoral y absurdo que una niña de ocho años tenga que cambiar de colegio tras recibir una paliza porque sus agresores no pueden ser expulsados, que se valore más el supuesto derecho a la reeducación de estos últimos que el derecho a la integridad física y psíquica de la agredida.

Eso en cuanto a los psicópatas, que son bien reconocibles desde pequeños: los niños que matan a pedradas a gatos o perros ya se están retratando inequívocamente como tales. Pero no todos los pequeños acosadores y maltratadores son psicópatas: también están los matones y abusadores normales (o sea, potencialmente compasivos), amparados tanto en su mayor fuerza física como en la ausencia de límites a su conducta (una responsabilidad atribuible principalmente a sus padres). Esos sí que son reeducables, aunque en no pocos casos ello pasa necesariamente por apartarles de unos progenitores instalados en una subcultura de violencia, delincuencia y marginalidad (parece ser el caso de los atacantes de la niña en Mallorca). Por cierto, no creo que sean muy útiles al respecto las dinámicas de grupo, los talleres de educación emocional y la papiroflexia.

Por otro lado está la mayoría silenciosa que en el mejor de los casos calla por miedo y en el peor ríe servil y mezquinamente la gracia al abusador. Sin su inacción o complicidad más o menos dolosa, los acosadores no podrían hacer nada (esto es algo generalizable a todo colectivo humano, desde una empresa hasta un país). Por eso resulta fundamental intervenir sobre ese segmento mayoritario de alumnos, para generar una masa crítica que impida sistemáticamente todo abuso: es la vía más eficaz para cortocircuitar el acoso escolar, sin perjuicio del control permanente por el propio colegio de lo que ocurre en su interior y de la mano dura con los violentos y su eventual aislamiento social.

Es muy importante recordar que cada vez que la autoridad estatal legítima se retira de un espacio (sea un centro escolar, una oficina, una cárcel, un barrio o toda una región o país), este no tarda en ser ocupado a las bravas por los más brutos y con menos escrúpulos: es una especie de principio social bien contrastado (véase el caso de Venezuela) que presenta cierta semejanza inversa con el de Arquímedes. Solo el imperio necesariamente coercitivo de la ley nos libra de la barbarie. Si en un colegio se quebrase completamente la autoridad de su dirección y profesorado y ni siquiera fuese posible recurrir a la policía o la justicia, la muerte de escolares a manos de compañeros malotes sería cuestión de (no mucho) tiempo. ¿Alguien lo duda?

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