sábado, 18 de junio de 2016

La ignorancia y el error

Antoon Claeissens: "Marte venciendo a la Ignorancia"

Un factor explicativo del error es la ignorancia, cuyo abanico es inabarcable: desde el vegetariano que no había caído en la necesidad -tras varios años de no comer productos cárnicos- de suplementar su dieta con vitamina B12 hasta el periodista que escribe avalancha con b de burro pasando por el automovilista que pensaba que podía echar agua del grifo al radiador de su coche, la persona que compra los productos con colágeno de Ana María Lajusticia o el currito que vota al PP. Hay que diferenciar la ignorancia de la estupidez, ya que la primera es simple fruto de un desconocimiento y, por tanto, perfectamente subsanable (con conocimiento o instrucción). En la estupidez lo que falla es la inteligencia o el uso de la razón, algo que tiene difícil arreglo.

Hay varios tipos de ignorancia. No saber qué hay más allá del límite de sucesos de un agujero negro (¡nadie lo sabe!), quién ordenó el asesinato de J.F. Kennedy o qué es lo que piensa del cine de Almodóvar el vecino del quinto son ejemplos de ignorancia no equiparables a la de creer en pleno siglo XXI en Estados Unidos que el mundo tiene seis mil años de antigüedad. Las primeras son ignorancias justificadas por nuestras limitaciones (¡no somos omniscientes!), mientras que la segunda es autoimpuesta, hija del borreguismo acrítico y de la pereza intelectual. Quien cree estar en posesión de una verdad como esa raramente busca, abrigado por sus correligionarios en su confortable ignorancia, una contrastación de sus creencias con la realidad. Y, guste o no, la realidad (científica) es que la Tierra tiene una edad de alrededor de 4.500 millones de años. También tendemos, inducidos por nuestra fértil imaginación y naturales instintos paranoides, a adoptar otras verdades menos solemnes -y, muchas veces, igualmente falsas- como que el susodicho vecino del quinto nos tiene manía o que el árbitro del último partido de nuestro equipo es un canalla que nos ha robado arteramente el partido. Por estar ligadas a un desconocimiento o un conocimiento sesgado, son creencias frecuentemente erróneas que solo pueden conducir a acciones erróneas.

Por otra parte está la ignorancia negligente, que solo tiene un progenitor: la pereza intelectual. Un ejemplo sería el del ciudadano español en pleno uso de sus facultades que ignora el nombre del partido político de Alberto Garzón o que no sabe si Rusia está en la Unión Europea. Los límites de la ignorancia negligente son relativos y borrosos. No puede exigirse a un ciudadano de a pie que sepa qué es un quark (sí a un físico) o cómo funciona una central energética de ciclo combinado (sí a un ingeniero). Sí debe exigirse a un mecánico de automóvil que conozca el funcionamiento de un motor, o a un médico que sepa cuáles son las funciones del intestino delgado. También parece razonable que un ciudadano normal y corriente sepa cuál es el partido político de Pedro Sánchez o la capital de las islas Baleares. Y, por supuesto, cuál es el límite de velocidad en nuestras autopistas o cuándo termina el plazo para presentar la declaración de la renta. Recordemos que el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento: es el principio jurídico de ignorantia juris non excusat.

Sin duda, lo peor de la ignorancia es que lleva al error. El próximo jueves 23 de junio están convocados los ciudadanos británicos para decidir la salida o no del Reino Unido de la Unión Europea. Dentro del electorado se incluyen tanto los politólogos más expertos en la materia como quienes no tienen la menor idea de lo que es la UE y hasta creen que Rusia forma parte del club. Y el voto desinformado de estos últimos no vale menos que el de los primeros, en virtud de un criterio político democrático ampliamente aceptado (ya nos alertó Borges de que la democracia es un “abuso de la estadística”). No es exagerado afirmar que del resultado de una votación como esa -o como la de noviembre del mismo año en EE.UU. entre Donald Trump y Hillary Clinton- depende el devenir del mundo en las próximas décadas. Es muy inquietante pensar en el enorme potencial desestabilizador del voto de los ignorantes cuando estos no son precisamente pocos.

La agnotología es el estudio de la ignorancia o la duda culturalmente inducidas. Incluye la publicación de información científica inexacta o producida deliberamente para confundir, así como la ocultación de información relevante para el público al servicio de intereses políticos o económicos. Dentro de este ámbito se encuentran las campañas que niegan el cambio climático, evidencian las supuestas contradicciones de la teoría de la evolución o relativizan los daños para la salud del uso de peligrosos pesticidas. La industria tabacalera tiene el dudoso honor de haber sido pionera al respecto, para contrarrestar las campañas en su contra por la nocividad de los cigarrillos. Cuanto más ignorante científicamente sea una sociedad, más vulnerable será a las tácticas de quienes buscan confundir y ocultar.

También fomentan la ignorancia y la duda las creaciones de un enemigo del ruido agnotológico, pero no por ello menos dañino para el conocimiento: el pensamiento magufo, destinado supuestamente a combatir intereses económicos y políticos espurios. Las dudas irracionales sembradas acerca de los productos transgénicos o la exageración de las propiedades nutricionales de la fruta y verdura ecológicas son algunas de sus expresiones. Los disparates conspiranoicos, que a veces se solapan con el magufismo, tienen la misma vocación de sacarnos de un presunto estado de ignorancia inducida. Sin embargo, lo que logran es lo contrario: hacernos creer que con las vacunas pretenden esterilizar a nuestros hijos, que hubo una siniestra conspiración contra el PP el 11-M de 2004 o que Paul McCartney está muerto y Elvis Presley aún vive.

Además de una gigantesca fuente de saber, Internet es también un gran propagador de la ignorancia debido a su naturaleza democrática: todo el mundo puede opinar o sentar cátedra acerca de cualquier tema, ya sea un experto mundial en la materia, un cuasianalfabeto funcional, un perturbado o alguien que cobra por manipular o confundir deliberadamente. “Mientras que algunas personas inteligentes se beneficiarán de toda la información a tan solo un clic, muchos serán engañados por una falsa sensación de experiencia”, nos dice David Dunning, formulador junto a su compañero en la Universidad de Cornell Justin Kruger del efecto Dunning-Kruger (sesgo cognitivo conforme al cual los incompetentes sobrestiman mucho sus capacidades mientras que los competentes subestiman las suyas).

Suponiendo la existencia del Multiverso, hay un tipo de ignorancia insalvable: la de lo que ocurre en otros universos diferentes al nuestro. Ello hace del análisis contrafactual (de lo que pudo haber sucedido “si x en vez de y”) un ejercicio necesariamente limitado a la elucubración. La ignorancia de lo que pudo haber ocurrido (de lo que, de hecho, ocurre) en otros universos nos impide muchas veces saber si hemos errado. ¿Fue un error no habernos casado con esa novia tan maja de Liechtenstein? ¿Fue un error la permanencia de Escocia en el Reino Unido (conforme a lo decidido en el referéndum de 2014)?... No hay manera de saberlo mientras no tengamos acceso -y parece que nunca será posible- a lo que ocurre en otros universos en los que contraemos nupcias con la novia del pequeño Estado centroeuropeo y en los que Escocia decidió independizarse en 2014.

2 comentarios:

emejota dijo...

Me ha gustado mucho tu entrada ¿puedo enlazarla en alguna próxima entrada en mi blog?

Nicolás Fabelo dijo...

Por supuesto, ¡es un honor! :)

Archivo del blog